David de Mayréna, el soldado que fue rey
TERRA IGNOTA
Este aventurero francés fue proclamado monarca en 1888 por las tribus del sur de Vietnam
Heinrich Harrer, siete años en el Tíbet
La realidad supera la ficción. Rudyard Kipling publicó su relato 'El hombre que pudo reinar' en 1888, que luego inspiraría la película de John Huston. Cuenta la historia de dos soldados ingleses que llegan a Kafiristán en el Hindu Kush tras un penoso viaje ... por las montañas. Uno de ellos, apellidado Dravot, es proclamado rey. Lo que no podía saber Kipling es que ese mismo año un oficial y aventurero francés llamado David de Mayréna fue elegido rey por las tribus locales del sur de Vietnam cuando Francia gobernaba en Indochina. El parecido de la historia real de Mayréna con la ficticia de Dravot es asombroso.
David de Mayréna era un capitán condecorado con la Legión de Honor, duelista, viajero, especulador, estafador y mujeriego, que optó por emigrar a Vietnam en busca de un futuro que se le negaba en su país. Gracias a su increíble osadía, llegó a ser proclamado rey de los sedangs en junio de 1888. Su reinado duró hasta noviembre de 1889 cuando el gobernador francés de Indochina ordenó la anexión de sus territorios.
Fue un personaje excéntrico que vestía una chaqueta azul con galones, un pantalón blanco y un fajín de seda roja. Llevaba un gran sable con empuñadura de oro. Causaba una profunda impresión a los nativos gracias a su porte marcial y su elevada estatura. Chapurreaba varios idiomas locales. Tras ser enviado por sus jefes para explorar acuerdos comerciales, convenció a las tribus de que le proclamaran rey tras una demostración de su invulnerabilidad.
El hombre que había subastado títulos nobiliarios falsos acabó sus días vendiendo nidos de golondrina a los chinos
Mayréna les dijo que él era un genio militar al que nadie podía derrotar. Como no le creyeron, les instó a dispararle flechas envenenadas al cuerpo. Al parecer, estaba protegido por una cota de malla. Les advirtió que sus dardos no le harían daño y que ellos morirían. Los sedangs decidieron proclamarle «agna», o sea, rey. Ya era popular por sus andanzas por la región y se había granjeado la amistad de los chamanes con regalos y trucos de magia.
De vuelta a Kon Tum, donde residía, redactó una Constitución que prohibía los sacrificios humanos y que declaraba la religión católica como oficial, algo puramente nominal porque sus súbditos eran animistas. Diseñó una bandera azul con una cruz de malta y una estrella roja, imprimió sus propios sellos y estableció aduanas y un servicio de correos. El lema del país recién creado era «Jamás ceder, siempre ayudarse». También reclutó a varios miles de nativos para formar un Ejército.
Mayréna había viajado a la zona con un grupo de escoltas y servidores. Iba acompañado de su amigo Mercurol, compañero en el Ejército, al que nombró ministro de la Guerra. El padre Irigoyen, su traductor, fue designado comendador y gran capellán. Y su amante Ahnaia obtuvo la condición de reina. Nada más ser aprobada la Constitución, envió un telegrama al gobernador de Indochina en el que le pedía su reconocimiento diplomático a cambio de la concesión de los derechos comerciales y de explotación. Nunca tuvo respuesta. Más suerte tuvo con el Rey de Siam al que logró convencer de que aceptara su legitimidad.
Al cabo de seis meses de su proclamación, las tribus locales fueron atacadas por sus vecinos, su popularidad se desmoronó y viajó a Hong Kong, acompañado de un sequito, para persuadir a inversores de que se asociaran a él para una serie de proyectos. No convenció a nadie y volvió a casa tras batirse en duelo con el marqués de Morés, otro aventurero con grandiosos proyectos.
Como no conseguía el reconocimiento de Francia, pretendió establecer lazos con el cónsul alemán, que también rechazó sus ofertas. Al parecer, Mayréna estaba dispuesto a declarar la guerra a su país con la ayuda del Kaiser. A mediados de 1889, decidió volver a París para lograr dinero y respaldo diplomático. El viaje no fue inútil porque consiguió convencer a un industrial belga para que se embarcara en sus negocios. Pero todo se derrumbó cuando en Singapur, en una escala a su vuelta, la embajada de Francia le prohibió la entrada en Indochina, acusado de fraude. Su imperio había dejado de existir puesto que el Ejército había recuperado el control del territorio.
El hombre que había subastado títulos nobiliarios falsos y estafado a empresarios acabó sus días en la Malasia británica vendiendo nidos de golondrina a los chinos. Allí murió el 11 de noviembre de 1890 en la miseria.
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