cine
La vuelta a la Tierra del cometa Halley del cine español
en el regreso de víctor erice
Con 'Cerrar los ojos', que se proyectará en el Festival de San Sebastián, donde su autor recibe el premio Donostia honorífico, Víctor Erice pone fin a años de sequía de un autor fundamental
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El estreno de una película de Víctor Erice, por fuerza inesperada y por necesidad extraordinaria, provoca la impresión de que ha vuelto a la Tierra, aunque sea de un modo efímero, el director más añorado del cine español, también el más elusivo, el Salinger ... del celuloide, el cometa Halley de nuestra cinematografía, el coronel Kurtz extraviado en su lugar remoto al que han viajado tantas historias por contar y que se quedaron allí, sin noticia o crónica de vuelta, en su lugar remoto… ¿Un regreso efímero?... Pero si algo no es Víctor Erice es efímero, pues la escasez de su cine no le podrá impedir a sus películas que se recuerden por los siglos de los siglos.
Apenas películas, 'El espíritu de la colmena', 'El Sur', el documental 'El sol del membrillo' y, ahora, su último largometraje y probablemente el sello de su filmografía, 'Cerrar los ojos'. Estos títulos son lo esencial de su obra, que puede completarse con el largometraje colectivo 'Los desafíos', que dirigió junto a Claudio Guerín y José Luis Egea en 1969; es decir, el arranque de su vida profesional, aunque había hecho un mediometraje de fin de carrera, 'Los días perdidos'.
Ha tenido algo más continuidad en el cortometraje: 'Alumbramiento', en 2002; 'Apuntes', vídeo en 2003; 'Correspondencia', con Abbas Kiarostami, en 2005; 'La Morte rouge', en 2006; 'Ana, tres minutos', en 2011; el pasaje 'Cristales rotos', del filme colectivo 'Centro histórico', en 2012; 'Plegaria', en 2018; 'Piedra y cielo', en 2019. En fin, nada es minucia en su obra, pero se puede llegar al acuerdo de que la mera cuantía de ella en más de medio siglo de sólo cine permite que aparezca por aquí la palabra frustración.
En unas cuantas horas
Como director de cine, conocerlo íntegramente está, pues, al alcance de cualquiera que pretenda abarcarlo en unas cuantas horas; como persona, Víctor Erice es para la mayoría alguien lejano, un nombre, sí, con resonancias míticas, pero casi invisible y del que se ha hablado tanto o más por lo frustrado que por lo hecho. Frustración por aquel asunto de 'El Sur', que él siempre consideró una película incompleta, pues nunca llegó al Sur porque su productor, Elías Querejeta, decidió que «hasta aquí» llegaba el dinero, o la paciencia; o frustración por aquel asunto de 'El embrujo de Shanghai', la novela de Juan Marsé en cuyo guion trabajó Erice durante años y que, finalmente, por desacuerdos con el productor Andrés Vicente Gómez, no hizo nunca. Por fortuna, se publicó ese guion y quien tuviera el acierto de leerlo sabe que en su interior había otra película magistral de Erice.

Es así, el omniausente Víctor Erice no se ha dejado ver sino en su cine y en sus controversias y litigios. Hombre poco hablador y con voz apagada, tenue, de carácter taciturno y apariencia circunspecta, con escasa o nula vida pública fuera de su labor profesional o docente, y un auténtico maestro en no estar donde le espera el mundo. La ausencia es su estado natural, con sus razones o sin ellas, como la polémica que rodeó a su rechazo a acudir al pasado Festival de Cannes en compañía de su última película, 'Cerrar los ojos'. Explicó sus motivos, para él razonables y, para otros, insuficientes para justificar el abandono de su película: algo del todo imperdonable hasta que… uno ve esa auténtica obra del arte cinematográfico y entiende que no, que todo es perdonable.
Si como persona Erice queda lejos, como cineasta, en cambio, es de una proximidad invasiva: tiene la llave de tu interior y cuela en él momentos de una emoción diminuta, sencilla y que explosiona brutalmente dentro; momentos como ese 'travelling' en 'El Sur' que sigue a Icíar Bollaín hasta la cristalera del Gran Hotel, ella mira por el visillo y la cámara sube para ver a una pareja de recién casados bailando un pasodoble, mientras que su padre, Omero Antonutti, queda allá al fondo, tan solo y perdedor…
O ese otro tan luminoso, también con pasodoble, de la comunión, en el que padre e hija (ahora, de niña, Sonsoles Aranguren) bailan y se miran y admiran con un amor que sólo sabe encontrar y traducir el ojo de Erice. El ojo de Erice, los ojos de Ana Torrent, los misterios de la infancia, la poesía del cuento, de la metáfora en su disputa con la realidad: esa manzana que le ofrece en 'El espíritu de la colmena' la niña Ana al 'monstruo' que se esconde en las ruinas de una casa a las afueras del pueblo; o la oreja en las vías, la llegada amenazante del tren, los ojos sin pestañeo de Ana.
Esos y otros muchos momentos de inexplicable emoción que se abren paso desde su cine hasta el interior de uno mismo, y que están amplificados, multiplicados, en su nueva película poseen la fibra vibrante y turbadora con la que está cimentado el gran cine y Víctor Erice, o su modo de mirar, o desde el lugar en que ha de ser mirado. Un maestro de los exilios interiores, de la estética del derrotado, de la compasión o comprensión del fracaso…
Una línea esencial en su cine por la que hacen equilibrio los personajes de Fernando (Fernán Gómez), el padre de Ana absorto en el espíritu de la colmena tratado por Maeterlinck, y de Agustín Arenas (Omero Antonutti), el padre de Estrella que apunta al Sur, y aunque sea arriesgado decirlo a causa de la lejanía, tal vez una línea también esencial de la vida o de su modo de vivirla este director.
Compendio y sumario
Y llega ahora 'Cerrar los ojos', una película que es compendio y sumario, casi el rastro perfecto para seguir las huellas de su obra y el sentido de sus desengaños y frustraciones. Tan puro Erice que viven en ella todos los resortes, fundamentos, obsesiones, culpas y perdones que una vez atisbó al hacer 'El espíritu de la colmena' y esa gran parte de 'El Sur' a la que le faltan (sin que emocionalmente se carezca de ellas) las últimas páginas del guion y de la novela de Adelaida García Morales.
Un rastro que nos habla, otra vez, de la mirada entre un padre y su hija; del fracaso de un director arrinconado, refugiado como escritor en las traducciones; de la pérdida de identidad y la búsqueda de recuerdos; de la música que convierte la nostalgia en felicidad; de los ojos, nuevamente, de Ana; del cine que corretea por la sala de proyección, que se guarda por rollos en el alma; del encuentro con un amor viejo, omitido, y que es pura yesca a la espera de la chispa de un mechero que ya no funciona… Abre, aquí también, esa cajita vieja en la que se guarda la postal, las fotos, la evocación a un tiempo lejano.

'Cerrar los ojos' es un paseo con la vista húmeda al interior de Erice, esa lencería oculta de la que nunca ha puesto escaparate; un colador a lo mejor de su obra, tan breve, tan grande; una serena y triste consideración de los poderes curativos del cine, y también de sus efectos dañinos, y en equilibrio perfecto de lo lírico y lo prosaico en sus alusiones, confesiones, a lo que se quedó en Shanghai y lo que sigue en el Sur. Con un acento circunflejo a lo que se recuerda y a lo que se olvida, que uno abre los ojos y empequeñece ante la grandeza, sugerencia y humanidad de 'Cerrar los ojos'.
No es fácil decidir, y menos aún aceptar, si se está ante la mejor película de Víctor Erice, lo cual supondría echarle un pulso al tiempo y un todavía intolerable exceso de vista, pues nadie siente más allá de su corazón ni corre más rápido que sus propias piernas. Pero en 'Cerrar los ojos' se intuye, en sus dos o tres primeras visiones, además del asombro, además del calado emocional, además de la nobleza del cine que contiene, las pérdidas de sus personajes, la poética necesidad de ser mirados por última vez, el acto cumbre, terminal y para siempre de quien esparce sus propias cenizas en el lugar adecuado, deseado y donde reposarán eternamente.
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