RELATOS DE VIAJES
Viaje a Eleusis
En Eleusis, tierra sagrada de los antiguos griegos, se conservaban las huellas de los pasos de Deméter, diosa de la agricultura
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![Las ruinas de Eleusis a 30 kilómetrso de Atenas](https://s2.abcstatics.com/abc/www/multimedia/cultura/2024/07/23/FotoLuisAlberto.jpg)
Nuestro llorado amigo Fernando Sánchez Dragó, a quien todos considerábamos inmortal, nos llevó la contraria y atravesó el espejo el 10 de abril de 2023. Un año antes, del 23 al 27 de marzo de 2022, Fernando había organizado en Eleusis (Grecia) el XXXIV ... Encuentro Eleusino bajo el rótulo de «Peregrinación a las fuentes». Los anteriores Encuentros se habían celebrado aquí y allá, en territorio español en su mayoría (Soria, Ávila, El Escorial..., pero también en lugares más o menos exóticos como Benarés (India), Kampot (Camboya) y Xauen (Marruecos).
Lo que sí era seguro, completamente seguro, es que ningún Encuentro Eleusino anterior al trigésimo cuarto al que me estoy refiriendo se había realizado en la ciudad de Eleusis, hoy Elefsina, madre indudable de los misterios eleusinos y enclave mítico que dio nombre a los cursos que Fernando había programado desde mucho antes de marzo de 2022. (Para satisfacer curiosidades, debo decir que hoy los Encuentros Eleusinos continúan celebrándose, y se anuncia ya el XXXIX Encuentro para finales de septiembre del año en curso).
Con el fin de ampliar los conocimientos de los viajeros que se apuntaron al viaje a Eleusis, Dragó reclutó nombres propios tan conocidos y reconocidos como el novelista Javier Sierra, el helenista David Hernández de la Fuente y la periodista Emma Nogueiro. Yo iba también en el lote de profesores, tal vez en mi doble condición de poeta y filólogo, o simplemente por el hecho de que era pilarista, como el líder de la expedición. Para no desentonar con la pluralidad de saberes de mis compañeros, renové votos de erudición mitológica en torno a Deméter, Perséfone, Triptólemo y compañía, acudiendo a diccionarios de mitología como el de Pierre Grimal, que tengo siempre en una esquina de mi mesa de despacho.
Los hombres y mujeres que se apuntaron a visitar los 'loci sacri' eleusinos eran gente culta
Pero, además y sobre todo, leí de principio a fin, sin saltarme una coma ni una sola nota exegética, 'El camino a Eleusis. Una solución al enigma de los misterios' (México, Fondo de Cultura Económica, 1980), un libro imprescindible escrito a seis manos por Robert Gordon Wasson (especialista en etnobotánica y en hongos alucinógenos), Albert Hofmann (el celebérrimo químico suizo descubridor del LSD) y Carl A. P. Ruck (filólogo clásico).
Los hombres y mujeres que se apuntaron a visitar los 'loci sacri' eleusinos en la expedición comandada por Fernando eran gente culta. Hacían preguntas difíciles en los descansos reglamentarios, lo que aguzaba el ingenio del círculo profesoral, pues teníamos que ir hilvanando como podíamos las ideas que iban surgiendo de las distintas disquisiciones previas, en las que tratábamos de ofrecer, dentro del respeto reverencial que nos infundía el misterio, aclaraciones más o menos lógicas que colmasen las lagunas informativas que pudiera exhibir nuestro selecto auditorio. El minuto de oro de las charlas que manteníamos a diario, el instante privilegiado en que todo parecía iluminarse a la manera en que los retablos de las catedrales se iluminan al introducir una moneda en la ranura preceptiva, era sin duda aquel en el que se hacía alusión a las drogas psicotrópicas para explicar lo inexplicable.
En algún momento los sacerdotes o hierofantes suministraban a los iniciados una bebida llamada ciceón (del griego'kykeōn'), preparada con agua y con algún hongo con efectos enteogénicos, como el cornezuelo del centeno. Una vez trasegado el bebedizo, el devoto eleusino adquiría un conocimiento hermético que, no se sabe cómo, lo acercaba a la idea de la inmortalidad. El ejemplo mítico de esa sensación y de esa victoria sobre la muerte lo proporciona Demofonte, el bebé amamantado por Deméter cuando todavía no ha revelado su verdadera identidad. Demofonte, príncipe de Eleusis, hijo de Céleo y Metanira y hermano menor de Triptólemo, el niño a quien el fuego instaló en la inmortalidad para después cobrarse su vida y luego recobrarla para siempre.
En Eleusis, tierra sagrada de los antiguos griegos, se conservaban las huellas de los pasos de Deméter, diosa de la agricultura. Fue allí, reinando Céleo, donde la deidad se manifestó en su gloria divina y enseñó a los hombres los secretos de su culto. Por eso se la honraba en Eleusis con unas fiestas especiales, que eran, como la mayor parte de los festejos religiosos griegos, de dos clases, llamadas respectivamente Pequeñas y Grandes Eleusinas. Las Pequeñas Eleusinas se celebraban en el mes de Antesterión (finales de nuestro febrero y principios de marzo) y en ellas se conmemoraba el regreso a la superficie de Perséfone, la hija de Deméter, que fue raptada por el rey del mundo subterráneo, Hades, y conducida a los infiernos para reinar contra su voluntad en el país de la eterna tiniebla. Dicha ascensión liberadora desde la sombra perpetua hasta la luz se llama en griego 'anábasis', como bien saben todos los lectores de Jenofonte.
Fue Teodosio I quien cerró los santuarios de Eleusis por decreto en 392, con objeto de doblegar la resistencia pagana a la imposición del cristianismo
Pero el descensus 'ad inferos' o 'katábasis' también era objeto de celebración en épocas del año diferentes según las regiones y comarcas, pero siempre dentro de un período comprendido entre la siega y la nueva siembra, generalmente en el mes de Boedromión (a caballo entre nuestro septiembre y nuestro octubre), en el momento en que los campos cultivados habían perdido ya su manto de trigo, cuando el desvalimiento de la naturaleza comenzaba a aflorar. A esta tradición se atuvieron sin duda los poetas para afirmar que Perséfone (la Prosérpina latina: recuerden que Prosérpina es palabra esdrújula, no llana) pasaba ocho meses del año en la superficie (téngase en cuenta que para los antiguos griegos solo había tres estaciones: primavera, verano e invierno) y los cuatro restantes en el infierno.
Las Tesmoforias eran un festival que se celebraba en el Ática en el mes de octubre, recordando en sus ceremonias el mismo suceso mítico protagonizado por Deméter, Perséfone y Hades. Solo podían participar como tesmoforiantes mujeres casadas. Ni mujeres solteras ni hombres. Las Grandes Eleusinas eran un trasunto de las Tesmoforias y respondían a un desarrollo nuevo de la religión prepatriarcal de la Gran Diosa. A partir del siglo VI antes de Cristo la religión de Deméter y Perséfone se manifestó con todo el esplendor que acompañaba anualmente a la celebración, a finales de septiembre, de los misterios eleusinos.
En los poemas homéricos no se habla de ningún tipo de misterios. Parece que los misterios salvíficos de la diosa de los cereales y su hija fueron en un principio celebrados exclusivamente por los eleusinos hasta que resultaron vencidos en una guerra con los atenienses y tuvieron que compartir con ellos la forma y el sentido de sus ceremonias mistéricas. Desde Atenas el fenómeno religioso nacido en Eleusis se expandió por el Mediterráneo occidental. Y llegó a Roma con singular intensidad en el siglo I a. C. Cicerón elogió los misterios eleusinos, considerándolos como el mayor beneficio que Atenas había proporcionado a Roma, porque en ellos el hombre no aprendía tan solo a vivir feliz, sino también a morir tranquilo.
Fue Teodosio I quien cerró los santuarios de Eleusis por decreto en 392, con objeto de doblegar la resistencia pagana a la imposición del cristianismo como religión estatal. Pero las piedras que vivieron aquella inyección de inmortalidad que recibían los devotos de todos los rincones de la Europa mediterránea al beber el ciceón y trasponer las puertas de la sala iniciática o Telesterion siguen hablándonos de que en Eleusis se inició una carrera que las religiones de salvación posteriores, y muy especialmente la cristiana, llevarían hasta la meta.
Peregrinación
Al volver a Madrid, los expedicionarios del viaje a Eleusis que constituyó el XXXIV Encuentro Eleusino nos mirábamos con el mismo asombro con que contemplaban el mundo los primeros filósofos. Habíamos visitado juntos las ruinas de un lugar de peregrinación, a tan solo unos 30 kilómetros de Atenas, donde, con hongos o sin hongos alucinógenos, miles y miles de personas sintieron a través de los siglos que algo nos sobrevive cuando la Muerte llama a nuestra puerta. Estábamos sentados ya en el avión, que semejaba una especie de ataúd colectivo a juzgar por el cada vez más mínimo espacio con que las compañías aéreas tratan de optimizar su cuenta de resultados.
Pero no era el momento de quejarse, sino de pensar en la energía que había transferido a nuestro cuerpo y a nuestro espíritu el contacto con Eleusis, la ciudad de los misterios. Y entonces recité en voz muy baja a Alicia, que viajaba a mi lado, mientras el ataúd volante despegaba, el primer verso de una elegía de Propercio (la séptima del libro IV): «Sunt aliquid Manes: letum non omnia » («Son algo los Manes: la muerte no termina con todo»). Un hexámetro que resumía a la perfección cuanto había vivido y sentido en el viaje.
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