EL SENTIDO del toreo
Por qué van los pibes a los toros (hipótesis)
Los chicos reivindican la fiesta de los toros con el alborozo del que encuentra un billete olvidado
Ir y volver de la muerte: el héroe clásico vive en las plazas de toros, por Karina Sainz Borgo
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Durante el invierno, mis hijos van olvidándose de los toros y, cuando vuelven a la plaza por primavera, es como si acudieran por primera vez. Cada vez caen en la cuenta de cosas nuevas. En uno de esos regresos, Paloma dejó de pronto de comer ... gusanitos en el tendido, se me volvió mirándome con los ojos muy abiertos y me confesó con gravedad lo que se le acababa de revelar: «Papá: el toro te mata para siempre».
Los toros son un acercamiento a la noción de definitivo. Después de que el ministro de Cultura que llaman 'Ultrasun' prohibiese el Premio Nacional de Tauromaquia como queriendo prohibir los toros, me ando preguntando si será esta la última verdad que queda por abolir. La muerte con su 'para siempre' es la bandera que eleva la tauromaquia a una verdad inapelable, una, al menos, en un mundo en el que se han hecho imposibles las verdades para hacer posibles las mentiras.
Los chicos reivindican la fiesta de los toros con el alborozo del que encuentra un billete olvidado en una chaqueta que hace tiempo que no se ponía. Así van, un poco a tientas, a palpar una verdad que intuyen y que está tan lejos del universo al que se les pretende. Hablo de un mundo en el que les transmiten majaderías propias de estos días: que siempre serán jóvenes, que todo se consigue si se sueña, que no importa la caída. Ja.
La muerte con su 'para siempre' es la bandera que eleva la tauromaquia a una verdad inapelable
Hasta Paloma sabe que en la fiesta de los toros se muere para siempre, que el destino maneja las vidas de los hombres con arbitrios perfectamente injustos y que de algunas caídas uno no se va a levantar nunca. Pero también que en la consciencia física y espiritual de la tragedia se puede concebir la existencia de lo bello, lo liviano y lo alegre.
Un torero andando en torero, un torero vestido de torero, un torero que vive en torero y que asume los códigos de honor que su misión representa es, a fin de cuentas, un tipo dispuesto a morir por nada. Hablamos de un absoluto extraterrestre que genera interés por sí mismo y no por sus posesiones. Si uno se fija en las devociones de los jóvenes a algunos matadores y novilleros, por ninguna parte se aparecen la novia, el sueldo, ni el Lamborghini y lo que cuenta son los códigos de honor y estéticos con los que se conduce: su forma de torear, esto es, de vivir.
Algunos aficionados viejos se quejan de que los chicos vienen porque está de moda, por llevar la contraria, por tomarse un par de copas y por ligar, y tendría su lógica, pero qué importa si ponerse trompa y arrimar material han sido motores de las más bellas empresas. La cosa es que allí abajo, ante ellos y sobre el ruedo que rasea la muerte, domina los espacios un héroe vestido de lentejuelas y armado con una espada de juguete y un trocillo de tela.
Domina los espacios un héroe vestido de lentejuelas y armado con una espada de juguete y un trocillo de tela
Se le alborota el corazón en la cara del toro a cuarenta segundos de la mesa del quirófano, dispuesto a partirse las femorales y a derramar la sangre por nada en el centro de esta Madrid-Creta en la que, por lo demás, todo son contratos, cláusulas, consultores, algoritmos y la cultura del 'disclaimer' por la que un tipo puede vivir desde que es un niño de teta hasta presidir una compañía del Ibex sin asumir el riesgo de la responsabilidad de uno solo de sus errores.
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