HISTORIAS ANTICLIMÁTICAS
La Tierra de los Platos Rotos
La víspera del solsticio de invierno del año 23 del nuevo milenio, El Brisas convocó a los senadores y diputados a una sesión extraordinaria para decidir cuál sería el nuevo himno
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En Bahía Frívola, flotando sobre un bote de metal, vive todavía el secretario general de los mares menores, un capitán que perdió su barco en una apuesta, intentó reinar sobre sus semejantes con malas artes y ahora se consuela durmiendo a la intemperie a la ... espera de que la muerte venga a rescatarlo. Su nombre cristiano ocupa más de dos renglones de papel membrete. Fue inscrito como Pedro en el Zapato de la Santísima y Trinidad de la Tierra Firme y los Viscoelásticos. Por practicidad se hizo llamar Pedro, pero todos lo conocían como El Brisas, por su afición a las empresas inviables y las promesas que el viento habría de llevarse como briznas de paja.
La víspera del solsticio de invierno del año 23 del nuevo milenio, rodeado por sus colaboradores más cercanos, El Brisas convocó a los senadores y diputados de la provincia a una sesión extraordinaria para decidir cuál sería el nuevo himno de la Tierra de los Platos Rotos, así denominada por ser la única nación del continente desprovista de un credo y una comida típica. Faltos de una identidad común, sus habitantes trashumaban, conspirando unos contra otros. El secretario general tenía muy claro que aquello debía finalizar y sería él, Pedro en el Zapato de la Santísima y Trinidad de la Tierra Firme y los Viscoelásticos, el encargado de unificar el territorio y erigirse en Emperador. Aquella asamblea sería su momento. «No seáis tímidos», conminó a sus señorías, pero los letrados mantuvieron una prudente distancia. «Como queráis», dijo para sí mismo, cogió aire y comenzó su discurso.
«Escribe Borges en 'El libro de los seres imaginarios' que la reina Maya, en el Nepal, soñó que un elefante blanco, que procedía de la Montaña de Oro, entraba en su cuerpo», el secretario general de los mares menores adoptó un aire dramático y afectado que irritó al resto de los diputados y senadores. «Aquel animal —prosiguió, grandilocuente— tenía seis colmillos que corresponden a las seis dimensiones del espacio indostánico: arriba, abajo, atrás, adelante, izquierda y derecha. A partir de ese detalle los astrólogos del rey predijeron que Maya daría a luz un niño, que sería emperador de la Tierra o redentor del género humano».
Los del Ampurdán fueron los primeros en ahogarse, asfixiados por sus propias babas
El Brisas se sentía orgulloso de sus dotes escénicas. A sus espaldas, los colaboradores comenzaron a dispersarse, uno por uno. Cuando levantó la mirada para infundir respeto y fascinación en el auditorio, los vio dispersos entre los senadores de las Provincias Levantiscas y los Burgueses del Ampurdán. Tragó saliva, complacido, y siguió con su perorata.
—Ese niño predestinado del que os hablo…—retomó— ¡está entre nosotros!
El cónsul de las Provincias Levantiscas carraspeó, incómodo.
—¿No me creéis? —el secretario general de los mares menores abrió sus brazos para dar énfasis—. ¡Escépticos!
Dos de los colaboradores que hasta entonces se habían esfumado de la sala de audiencias se abrieron paso con varias juntas de metal y trozos de madera. Los descargaron frente al atrio y comenzaron a trabajar.
—He dicho que ese niño… —el secretario general de los mares menores exageró aún más su postura.
El ruido de las sierras y los martillos tapaba por completo la voz de los revirados, dispuestos a arrojarse sobre el secretario general y sacarlo a patadas al exilio.
—¡Parad! —ordeno el cónsul de los Burgueses del Ampurdán.
Los colaboradores dejaron de golpear y clavetear.
—¿Además de plagiar a Borges? Usted está intentando convencernos…
—¡De que ese niño soy yo! ¡El elegido como mando único de la Tierra de los Platos rotos está frente a vosotros!
Una carcajada general corrió de boca en boca.
—Tú, el capitán que perdió su barco en una apuesta, ¿pretendes gobernar con nuestros apoyos?
Sus colaboradores retomaron la faena y clavetearon con más fuerza, juntando las duelas de lo que parecía un inmenso barril. Clavetearon y clavetearon, como si hundiesen estacas en un ataúd. Cuando estuvo listo el barreño, derramaron tinajas de tinta china a punto de ebullición y arrojaron la solución de azul de Prusia mezclado con ralladura de limón que el secretario general de los mares menores les había dispensado la noche anterior.
—¡Os he invitado a este gran banquete para ofrecer el bebedizo de la paz que forjaremos juntos!—asintió, dando la orden a los suyos de verter la mezcla en el barril.
En lugar de endulzar el ánimo levantisco con el olor a almendras que emitiría el caldero, el azul de Prusia hizo caer como moscas a todos, incluidos sus colaboradores. Los del Ampurdán fueron los primeros en ahogarse y retorcerse, asfixiados por sus propias babas. Le siguieron los levantiscos. Sólo él, prevenido por su alquimista de cámara de guardarse la nariz con algodones, permaneció de pie ante una alfombra de nobles envenados como chinches. El capitán sin barco y secretario general de los mares menores, se llevó las manos a la cabeza.
—¡No puedo gobernar una provincia de muertos!
Sus alaridos se esparcieron por todo el litoral. Al chocar contra las rocas, la voz del secretario general de los mares menores producía un estruendo de vajilla al quebrarse que aún hoy alerta a navegantes y congresistas de enmendar la ruta. Nadie que haya cruzado el golfo de los gobiernos hundidos y los platos rotos ha sobrevivido para contarlo.
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