Libros
El 'Thriller' de ideas de Cormac McCarthy
narrativa
El norteamericano McCarthy regresa con el díptico 'El pasajero' y 'Stella Maris' más de una década después de su última novela

Dieciséis años después de su última novela (aunque habiéndola anunciado como inminente en 2005 junto a otras cuatro «más o menos terminadas»), McCarthy vuelve con el díptico 'El pasajero' y 'Stella Maris'. Bienvenido. Cultor de fecunda tradición nacional de 'Maestros Aislados' que se inicia ... con Melville & Hawthorne y se continúa, total o parcialmente, con grandes reticentes a exhibirse como Pynchon o DeLillo o el recientemente desaparecido del todo Denis Johnson; el casi nonagenario McCarthy (Providence, 1923) ha sabido jugar bien sus cartas a la hora de mostrarlas sin sentir necesidad alguna de mostrarse.
Así, obra admirada y en las quinielas del Nobel destacando la joyceana-faulkneriana y semi-autobiográfica picaresca de 'Sutttree' (1979), ese magistral 'western' bestial-filosófico que es 'Meridiano de sangre' (1985); su contracara casi pastoral con jóvenes y románticos 'cowboys' en la 'Trilogía de la frontera' (1992-1994-1998); el oscurísimo 'noir tex-mex' de 'No es país para viejos' (2005) que los hermanos Coen hicieron/filmaron aún mejor de lo que ya era; y, según el humor del día, la escalofriante o astuta y manipulación sentimental un tanto derivativa para todo curtido en lo anticipatorio/apocalíptico que es 'La carretera' (2006).
NOVELA
'El pasajero' / 'Stella Maris'

- Autor Cormac McCarthy
- Editorial Random House
- Año 2022
- Páginas 620
- Precio 26,95 euros
Luego, obra de teatro tan existencialista como prescindible ('El Sunset Limited', 2006) y guion original para Ridley Scott ('El consejero', 2013) que, involuntariamente desopilante, podría haber sido dirigido no por los hermanos Coen, sino por los Farrelly.
Y -entre título y título- ni 'tours' ni festivales, apenas tres o cuatro entrevistas y sorpresiva aparición 'chez Oprah', donde McCarthy arrancó con un «No creo que sea muy bueno para tu salud mental el andar por ahí contando cómo escribes». Sí: el único y aislado McCarthy (su 'outsiderismo' jamás cae en pose sufrida admitiendo un «es algo muy agradable el ser reconocido en vida porque yo quiero que me lean») es muy feliz en el Santa Fe Institute, centro de investigación multidisciplinar donde trabaja sin sueldo desde 2014; alterna diariamente con «las personas más interesantes que jamás he conocido; partiendo de la base de que, entre todas las cosas que me interesan, escribir está muy pero muy abajo en la lista»; y desde donde, en 2017, McCarthy lanzó la botella/ensayo 'The Kekulé Problem' sobre las sombras del inconsciente y las luces originarias del lenguaje humano.
Calma soterrada
Referir todo lo anterior es pertinente porque el verdadero tema de las siamesas 'El pasajero'/'Stella Maris' (más allá de sus tramas unidas por la misma sangre) es la des/articulación de un idioma donde comulgan lo enciclopédico y lo callejero, lo físico y lo mental, la locura y la razón, la culpa y la inocencia, la violencia explícita y la calma soterrada, la buena soledad y la mala compañía, la vida y la muerte. Y, sí, la novela favorita del leviatánico McCarthy es, obviamente, 'Moby-Dick'.
También la idea de que toda acción no es otra cosa que el disparador a quemarropa de la reflexión. O viceversa. Advertencia, nueva articulación del viejo Idioma McCarthy: puntuación muy personal, ausencia de guiones de diálogo, exceso del polisíndeton, ninguna identificación acerca de quién dice qué, y «las más simples y declarativas oraciones posibles». Idioma en el que, más allá de su composición, lo que se impone es el tratamiento constante de cuestiones como, de nuevo, la (in)consciencia de la vida y la muerte.
«No creo que sea muy bueno para tu salud mental el andar por ahí contando cómo escribes», dice
Y aquí hay mucha vida y muerte. Y ciencia (por momentos parecemos habernos extraviado en una novela de Richard Powers centrifugada). En 'El pasajero' Bobby Western -genio de las matemáticas y buzo, acaso enamorado de su hermana esquizofrénica y genial para las ecuaciones Alice/Alicia- se mete en problemas. Es 1980 y se sumerge -en el golfo frente a una Nueva Orleans que parece limitar con 'Twin Peaks' y Carcosa- a por los restos de un aeroplano en los que falta no sólo la caja negra sino, también, el cadáver número diez del pasaje.
Y, enseguida, Western comienza a ser seguido/perseguido por agentes del FBI de esos que disparan primero y preguntan después. Y Bobby y Alicia son dos náufragos de sí mismos y también aislados hijos de un científico que trabajó en la puesta en marcha y abismo de las primeras bombas atómicas. Claro, cada uno a su modo, se sienten un tanto responsables y malditos en un nuevo y nuclear mundo en el que, atención, Robert Kennedy tal vez haya sido el responsable directo del magnicidio de su hermano JFK. También hay ensangrentadas fortunas nazis, 'aliens', un alucinante (y acaso alucinado) Chico Talidomida con el que Alicia mantiene tan extenuantes como apasionantes diálogos sobre todo tipo de asuntos que van desde lo arcano a lo cómico pasando por una impostada solemnidad; y, sí, el autor de V. sonríe en alguna parte regocijado por su excelente-mala influencia.
Psiquiatra
'Stella Maris' -transcurriendo años antes de 'El pasajero, en 1972- lleva el nombre del instituto psiquiátrico en el que está recluida Alicia y enfrascada en otra larga conversación/confrontación, esta vez con su psiquiatra. Y, entonces, las dudas: ¿Existe o no Bobby? ¿O es que yace en coma en Italia luego de un accidente con coche de carrera? ¿Importa? Lo cierto -entre lo muy trascendente y lo casi disparatado- es que no. Porque en 'El pasajero'/'Stella Maris' (que podría definirse como 'thriller de ideas') lo que importa es el viaje y no el destino. Una travesía solo para audaces que no teman el ser aislados. Un peregrinaje que termina, antes, con alguien pidiendo «que le cojan la mano porque es lo que hacen las personas cuando están esperando el final de algo», y que comienza, después, con la descripción de un cuerpo «con las manos ligeramente vueltas hacia fuera como la de ciertas estatuas ecuménicas cuya postura reclama que su historia sea tenida en cuenta».
Sea.
Pero -mano a mano, saberlo y que se sepa- que esa historia se tiene en cuenta y se cuenta a la aislada manera de Cormac McCarthy.
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