FOTOGRAFÍA
Las suertes del archivo fotográfico de Santos Trullo
Puesta en valor de un conjunto
Fue uno de los más destacados fotógrafos taurinos de los años sesenta y setenta. Su hijo, David, artista, pone en valor su legado. Con sus fondos ilustramos este número
El ruedo ibérico: cómo éramos, cómo somos
Esta historia comienza de forma casual, como muchas de esas faenas que han elevado a los altares a más de un torero o han supuesto su para nada presagiada muerte. Y precisamente entre toros, capotes, estoques y lances, se bregó el fotógrafo Santos Trullo, ... madrileño, nacido en la calle Lagasca en 1938, protagonista de este relato y autor de las fotografías que ilustran esta semana nuestra portada en papel y su reportaje de apertura.
Trullo, decíamos, llegó a la foto por casualidad, sin estudiar la técnica, como chico de los recados del diario 'Arriba', desde donde salta al laboratorio un buen día que hubo que hacer una sustitución. De hecho, tampoco se especializó por empeño en el mundo del toro (era aficionado, y su profesión le permitió ser un habitual del hotel Wellington. Si ustedes también lo son, no hace falta que les explique la importancia de este establecimiento en la historia de la tauromaquia española). Es más, comenzó reflejando con su cámara espectáculos de boxeo, colaborando un poco para todos, también para ABC, para 'Pueblo', para 'El toreo' o 'El Trapío', hasta que acaba como fotógrafo titular en la histórica revista 'El Ruedo'.
Subgeneros del género
«La publicación era semanal, de forma que no solo cubrió las ferias más importantes, sino que también había que hacer entrevistas a personalidades o visitar el 'sanatorio de los toreros' [lo que dio pie a un subgénero de este tipo de reporterismo: la foto del torero convaleciente, como lo fueron las fotos de ternas]. Hay años en los que casi todas las imágenes eran suyas. Esta etapa en la revista coincide con el fin de la dictadura y el comienzo del Destape, cuestiones de las que se empapó su estilo y la cabecera».
Quien esto nos cuenta es su hijo, el también fotógrafo, más bien artista, David Trullo, quien de hecho se inició en la imagen junto a su padre, revelando sus carretes, hoy 'heredero' de los fondos de un archivo, el de su progenitor, con más de 10.000 negativos, cientos de positivos y mucho material editorial.
«Este conjunto estuvo siempre dando vueltas por casa. Yo, de hecho, había usado de forma puntual algunos contenidos para mis propios proyectos. Pero es en el 30 aniversario de su muerte cuando lo pongo en valor y decido comenzar a ordenarlo». El principal escollo será la inexistente relación de Trullo hijo con el mundo del toro, lo que dificultaba la identificación de los protagonistas de las fotos. «Eso significó acudir a las publicaciones, mirarse los números uno por uno. Una labor detectivesca que además hago yo solo, en los momentos de ocio, apoyándome en las redes: creé un Instagram de mi padre que está sirviendo para que auténticos desconocidos me ayuden en la labor».
Fuera las etiquetas
Santos Trullo rechazó siempre la etiqueta de 'fotógrafo de autor'. No se consideraba ni fotógrafo, ni artista, ni periodista. Él era un 'reportero gráfico' y eso marcará su estilo y los contenidos del archivo. «Este cuenta con poco papel –continúa explicando su hijo–, en parte porque tampoco en la época se le daba tanta importancia». Razón por la que en él han recalado impresiones de otros autores como Botán o César Lucas. O hasta un retrato desclasado de Ernest Hemingway. La mayoría son negativos, hasta diez mil, que Trullo se encontró en cajas de cartón, algunas de puros, de nuevo enrollados, desasidos de sus carcasas pero respetando la forma, en hojas de papel. «El 90 por ciento de sus contenidos son faena pura y dura, pero luego está ese otro diez por ciento que es una maravilla, también por el valor antropológico del mismo».
David se refiere así a lo que dio de sí 1975, «el año en el que 'El Ruedo' decidió darse la vuelta a sí mismo». Claro que el fotógrafo inmortalizó en 20 años a los grandes de la época (Paquirri, Palomo Linares, el Viti, Lucio Sandín); la retirada de Andrés Vázquez o la salida del Yiyo por la puerta grande en 1983. También la muerte del canario Pepe Mata llegando al Sanatorio de Toreros (su foto más icónica, de 1971, la más veces reproducida). Pero en ese 1975 entra en la revista el aire de los nuevos tiempos, el Destape, los últimos coletazos de la dictadura y los deseos de libertad de la democracia.
Y Las Ventas se convierten en un plató y se confunde todo con todo: se celebra lo popular, lo 'camp' y lo 'typical Spanish', mezclado con vedettes, con farándula, con el famoseo. De pronto son portada Amparo Muñoz o Sara Montiel ('Saritaurinísima'), que pululan por las páginas Paloma Cela, Bárbara Rey, Massiel, Camilo Sesto o Camarón de la Isla; el 'Kojak torero', Cela, Gerardo Diego o Gloria Fuertes, a los que se les interroga por su vena taurina. 'El Ruedo' no solo las cosifica a ellas: se atreve incluso a elegir 'la terna más sexy', con el Cordobés, Luis Miguel Dominguín y Paquirri luciendo pecho lobo.
Coincide esto además con los deseos de cambio, con un torero portugués como Paco Duarte haciendo huelga de hambre pidiendo una oportunidad en Madrid, espontáneos saltando al ruedo reclamando amnistía para los presos políticos o las primeras mujeres torero después de que en 1974 cayera la prohibición, gracias a la denuncia de Ángela Hernández, que las impedía lidiar desde 1940: «Mi padre fue un gran partidario de esto y lo documentó mucho. Fue de los pocos que las tomó en serio en un mundo tan reaccionario donde era fácil tomarlas por el pito del sereno, lo que no impidió que se jugara también con la idea de la torera vedette, algo rijoso a ojos de hoy».
Mucho juego
Mucho juego le ha dado hasta hoy a su propietario el conjunto. La primera acción fue un libro homenaje de artista ('Life of a Matador'), con 15 imágenes y en edición de 10 ejemplares, justo cuando se cumplía el 30 aniversario del fotógrafo. Con él se han celebrado exposiciones, como la primera, 'Una vida de toros', en el Museo Arqueológico de Murcia y el Apoyo del Ministerio de Cultura, en 2018, o la de 2019 en Las Ventas. La última cerró hace unas semanas en Madrid en Cafebrería, poniendo a dialogar, confundiendo, imágenes de padre e hijo (que también alguna vez se ha servido de las cámaras que recibió en herencia, sobre todo esa de doble objetivo con la que hacía las portadas): «Sé que el archivo tiene muchas posibilidades, que hay joyas que ya he encontrado en las revistas pero con las que no he topado aún en los negativos. Y al primero que ayuda es a mí mismo. No quiero hacer de esto un 'archivo de museo', sino algo más que un 'archivo de autor'. En este sentido, el potencial no lo asumo como un homenaje a su figura, sino como una fuente para que yo siga haciendo proyectos».
David admite que se inició antes en la técnica del revelado, ayudando a su padre desde los 8 años, que en la toma de imágenes, y que cada vez acude más a archivos de otros para hacer las fotos que no dispara. «Aquí tengo uno soberbio». Recogemos ese capote.
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