PINTURA
Sorolla-Vicente: Solo un lugar para pintar
Curiosamente, y pese a las diferencias, Esteban Vicente y Joaquín Sorolla se encuentran en el jardín. Así lo resalta una muestra en el museo segoviano del primero

Imposible no fruncir, de entrada, el entrecejo: ¿Qué tendrá que ver Joaquín Sorolla (Valencia, 1863 - Cercedilla, 1923) con Esteban Vicente (Turégano, 1903 - Long Island, 2001)? De hecho, no se pueden hacer obras más distintas, vivir en épocas más diferentes (aunque los ... dos triunfaron en EE.UU.)… Aducir que ambos crearon su propio oasis –en la estela del Monet apoteósico de Giverny– para experimentar libremente con las atmósferas y colores de ese trozo de naturaleza ordenada que es el jardín parece a priori un argumento algo débil…
Actúa la magia
Pese a todo, la exposición funciona: un Sorolla en cada una de las cinco salas –todos ellos de la última época y, efectivamente, tal como les pasó a los óleos de Monet, experimentales, libres, semiabstractos–, rodeado de cuadros de Vicente, y actúa la magia: se adivina la búsqueda de lo informe en el posimpresionista y de lo real en el expresionista abstracto; se funden luces y tonos; aparece una misma atmósfera coloreada en ambos conjuntos, unas mismas sensaciones…
«La cuestión es, ¿qué es el color? Para mí, el color se resuelve en la luz. No veo que pueda ser de otra manera. Un color, para existir, tiene que generar la sensación de luz, que en realidad es la vibración de la luz solar», dijo Vicente, luminista, pues, como el maestro, a su modo (y, sin duda, por eso, porque el color es luz y no materia, usaba el aerógrafo).



Su otra virtud es el monumental catálogo: la directora-comisaria cuenta en su texto por qué y cómo ambos artistas crearon ese espacio en el que poder liberar la pintura de ataduras y convertirla en una aventura puramente espiritual: «La pintura, cuando se siente, es superior a todo», decía Sorolla. Ese sería el argumento del ensayo; luego, la historia, bonita y poco conocida. Harriet y Vicente compraron en 1964 una granja de estilo colonial en Long Island –se proyecta en el museo un breve vídeo en el que Harriet muestra el jardín, que siguió cuidando hasta su muerte en 2007–, y en ella vivieron ocho meses al año; en el vasto terreno, Vicente creó con plantas auténticos 'campos de color' (el 'Color Field' de Still o Rothko había sido teorizado por Greemberg en 1952), que inspiraron buena parte de su obra además de proporcionarle sosiego y esa sensación de «armonía mística» –señala Ana Doldán– que transmiten sus cuadros.
En cuanto a Sorolla, que pintó varios jardines de villas italianas además de otros famosos, como los de La Alhambra o El Generalife, compró el solar de la calle Martínez Campos donde aún hoy se ubica su museo en 1904 y diseñó un espacio estructurado en torno a una fuente compuesto por tres pequeños jardines y un patio andaluz. En él pintó varios retratos y, entre 1916 y 1919, numerosas obras intimistas y experimentales, que a menudo parecen sólo esbozadas y en las que –permitan que me sugestione– afloran cuadros de Esteban Vicente en algunas zonas. Por las mismas, el abstracto parece volverse cada vez más figurativo a medida que su obra evoluciona, precisamente, en ese entorno.
Exposición

Joaquín Sorolla y Esteban Vicente
Un entorno, por lo demás, familiar: a ambos les unía una querencia por la vida hogareña. La muestra en el Museo Esteban Vicente –con obras distintas y mejores sorollas– se inaugurará en agosto en el Parrish Art Museum de Nueva York, por lo que se ha editado un catálogo doble que recopila las piezas presentes en ambas citas.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete