Crítica De:
'La senilidad de Vladímir P', de Michael Honing: el anciano déspota en su dacha
Narrativa
Toques fantásticos, y en muchas ocasiones macabros, encierra esta enloquecida y distópica historia, de un especialista en mordaces y vitriólicas parodias
Otras críticas de la autora
El escritor y genio de la sátira Mijaíl Bulgákov hubiera podido firmar una buena parte de la enloquecida y distópica historia, 'La senilidad de Vladímir P'., firmada por un ex médico, lo mismo que él, Michael Honig, especialista en mordaces y vitriólicas ... parodias.
Con toques fantásticos, y en muchas ocasiones macabros, insertados en el régimen mafioso y de inusitada crueldad postzarista reflejado en la novela, el lector se ve transportado a una posible Rusia de un futuro no lejano.
NOVELA
'La senilidad de Vladímir P'
![Imagen - 'La senilidad de Vladímir P'](https://s3.abcstatics.com/abc/www/multimedia/cultura/2024/03/04/1607portamercedes-U13085732324PpE-224x330@diario_abc.jpg)
- Autor Michael Honing
- Editorial Libros de Kultrum
- Año 2024
- Páginas 306
- Precio 22 euros
Hay que aclarar que esta ficción burlesca fue escrita en 2016. Vladímir P, implacable represor del separatismo, aún no había invadido Ucrania. Para un senil autócrata al que le gusta repasar sus conquistas al modo de un Atila de la era tecnológica, en aquel entonces no se trataba más que de Chechenia, de una 'recuperada' Crimea, de su fanáticamente defendida Ucrania oriental y de Bielorrusia. «¿Pero qué me dices del resto de Ucrania?», le preguntará un compinche, antiguo miembro de esa gigantesca Checa que fue el KGB. «Total sólo tienes que cortarles el gas y morirán congelados». El anciano Vlad, empalador de chechenos, se queda pensativo y tan solo murmura: «Es complicado»”.
No son pocos los momentos y fogonazos tenebrosamente visionarios, como sucedía en las obras de Orwell, con los que una y otra vez se tropieza el lector de esta despiadada y desternillante novela que parodia lo peor de un sistema criminal, gigantescamente corrupto, disfrazado de democracia, llegado tras la caída de la Unión Soviética. «La verticalidad del poder —dirá el viejo déspota— empieza con un hombre. En Rusia siempre ha funcionado así. Fortaleza. Estabilidad. Unidad. Un hombre, un partido, un país. Pero no comunismo. Hay métodos mejores. Una oposición escogida a dedo, elecciones, resultados nunca cuestionados. Funciona de las mil maravillas».
Porque estamos en un futuro cercano, dentro de veintitantos años. Un octogenario y decrépito Vladímir P, que delira y va perdiendo poco a poco la cabeza, se halla recluido en una lujosa dacha de la campiña moscovita. Se imagina todavía presidente, en sus días de gloria, con su inmenso poder sin respuesta. En pocos años, sus apariciones públicas han pasado a ser «tan desconcertantes y erráticas» que incluso el círculo más cercano de su sucesor Skekov declina utilizarlo como baza, aprovechando su conocida «magia de viejo zorro». Mientras, los rumores en torno a su estado mental empiezan a extenderse por doquier, apartándolo por fin de todo contacto con el exterior.
Un sistema criminal, gigantescamente corrupto, disfrazado de democracia, llegó tras la caída de la Unión Soviética
Al mismo tiempo, el vetusto carcamal mantiene largas conversaciones con sus ex cómplices, que no son otros que los oligarcas que lo llevaron al poder y antiguos agentes del KGB como él. Vigilado en todo momento por un ejército de criados y sirvientes, unos más corrompidos que otros, tan sólo su honrado enfermero personal, Sheremetev, no se aprovecha del botín que los otros se reparten a destajo.
Mentiras
Todos trafican, engañan, se llenan los bolsillos, sacan provecho de cualquier cosa: el siniestro y nada sutil cocinero Stepanin ( «su habilidad para ocultar sus sentimientos era comparable a la de un oso ruso a la hora de pasar desapercibido en medio de un campo nevado»), los jardineros, los guardias y chóferes, las mujeres de limpieza. Una corrupción generalizada que Vladímir mismo erigió como sistema económico. Tampoco dudó en establecer la mentira como forma de gobierno y manipulación: «Siempre me he preguntado —se dirá el jardinero Goroviev— qué rondaba por su cabeza. Era un mentiroso de cuidado. Con Rusia, con el mundo».
Se trata, por parte de ese gran maestro de la sátira de nuestros días que es Honig, de mostrar cínica, grotescamente, con salvajes sarcasmos, a un sufrido país sometido a lo peor, con periodistas asesinados, disidentes encarcelados, gángsters con la piel de políticos y diputados, que pululan en las profundidades de una depredación amoral y un robo a gran escala: la ley del más fuerte dirigida sólo a los más fuertes de la especie. No a los débiles y cobardes que intentan mantenerse ingenuamente puros como el bueno de Sheremetev.
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