HISTORIAS ANTICLIMÁTICAS
Sangre fresca (y III)
Hasta el día del cierre por orden judicial de Can Vatel, cincuenta comensales pagaron por adelantado 1500 euros por la degustación de 250 gramos del mayor genio de la cocina mediterránea
Sangre fresca (I)
Sangre fresca (II)
![Sangre fresca (y III)](https://s1.abcstatics.com/abc/www/multimedia/cultura/2024/07/17/KARINA.jpg)
A punto estuvo el ministro de justicia de probar el primer bocado del plato estrella de temporada cuando un policía de paisano se abalanzó sobre la mesa. «¡Que nadie se mueva!». El titular de justicia intentó resistirse. «Pero ¡qué hace! ¡Llevo dos meses esperado ... para comer aquí… ¡y eso que la esposa del presidente llamó para a enchufarme!». «¿Cómo se atreve?». «¡Lo siento, ministro, este plato queda requisado y precitado como evidencia!».
Tres agentes, aún vestidos de camareros, apresaron a la gerencia del que había sido hasta entonces el restaurante más importante del Ampurdá: tres mataos de la Escuela Cordon Bleu obsesionados con firmar, ellos también, una carrera de Estrellas Michelín. Pero la ambición rompió el saco y la saga de Can Vatel había llegado a su fin de la peor forma posible. Ya hubiese querido Pepe Carvalho chupetearse los dedos con esta historia. Fue, sin duda, el crimen más célebre de la vanguardia culinaria catalana. ¡Los diez negritos de alta cocina! ¡El Real Madrid de los homicidios!
Sonrientes, orgullosos de su obra maestra y atendiendo a los designios del gran chef Pep Vatel, los tres pupilos y herederos de su legado artístico siguieron paso a paso las indicaciones del maestro y oficiaron una eucaristía gastronómica. ¡Una ofrenda! ¡Un tedeum! Durante los meses previos a la reapertura del local, cuidaron cada detalle: cubiertos de platino, copas de cristal de 'baccarat' rescatadas del ataque de los vencejos y plumas de cóndor andino.
Troceado en daditos, emplatado en forma de timbal y dispuesto sobre una cama de eneldo, la estrella Michelín más importante de la Costa Brava yacía servido con una reducción de azafrán y frambuesa. Un absoluto acto de amor, 'performance' y canibalismo. Cocinar a Pep Vatel —setenta kilos, menos 30 de grasa— les tomó una semana entera. Para prepararlo, Vatel dio más trabajo que un pulpo, porque al mazazo original con el que le dieron muerte hubo que sumar al menos una docena por cada quinientos gramos de humanidad. Lo más difícil, sin embargo, fue almacenarlo y clasificarlo por raciones, de la carne, por aquello de atribuirlo a una leyenda urbana y no al crimen gastronómico más importante de la historia.
Restos humanos
¿Fue realmente Vatel el plato estrella de su propia carta? Las pruebas de ADN demostraron que el tartar de fantasía con ingrediente secreto descrito en el menú y que los tres chefs gerentes sirvieron a la clientela más exclusiva no estaba hecho con carne de avestruz ni de iguana, como especularon algunos críticos gastronómicos, sino con los restos humanos del mayor empresario de la historia culinaria contemporánea. ¡Para emprendimiento el suyo, que puso el pellejo hasta el final!
Hasta el día del cierre por orden judicial de Can Vatel, cincuenta comensales procedentes de los paraísos fiscales más exclusivos pagaron por adelantado 1500 euros por la degustación de 250 gramos del mayor genio de la cocina mediterránea regado con vino seco y agua de azahar. Como en una ópera del novecento, a los autores materiales del crimen les tomó tres platos despachar el asunto. Sota, caballo, chef. Como primer plato, sirvieron un sencillo tartar de paraguaya y lonchas de inspector de policía –maceradas en cámara frigorífica tras el mazazo del mes anterior, cuando los pillaron con las manos en la masa–.
Tras la orgía de sabores del maestro Vatel descongelado a razón de cinco raciones por noche, ofrecieron un postre con reducción de anatómico forense sobre 'fondant' de chocolate. ¡Nunca la antropofagia tuvo semejante despliegue! Lujo, terror y crónica roja.
El juicio duró siete meses, durante todo ese tiempo el restaurante permaneció cerrado y los restos del Chef distribuidos a lo largo de 200 raciones selladas al vacío que nunca pudieron servirse, a pesar de los intentos de la gerencia por convocar una cena exclusiva para despedirla memoria de Vatel. En su lugar, y por asegurarse una mínima discreción, los restos fueron dispuestos en una cámara funeraria 'ad hoc', a la espera de una resolución judicial que nunca llegó. Ahí sigue Vatel, empacado como un jamón Joselito sin mayor gloria que su extravagancia póstuma.
En todas las vistas, los tres acusados repitieron la misma versión. «El maestro pidió sangre fresca para inyectar en su restaurante». «¡Teníamos que crear algo a partir de sus enseñanzas!». «¡Eso fue lo que hicimos!». «¡La sangre fresca somos nosotros!». «¡No pueden meternos en la cárcel por crear un menú rompedor!».
Cumplirían cada uno condena de treinta años, con inhabilitación para ejercer cualquier oficio culinario
—¡Mis clientes contaban con la venia del Chef Vatel! ¡Hubo consentimiento! ¡Estaban cumpliendo la voluntad
—¡Protesto! –interrumpió el fiscal– ¡Esto es un homicidio! ¡Triple además, porque el comisario no quería acabar sus días servido como carpacho!
No hubo atenuante que los librara de la prisión. Cumplirían cada uno condena de treinta años, con inhabilitación para ejercer cualquier oficio culinario en establecimiento alguno. Eso no les impidió vender a cada uno tres recetarios traducidos a más de cuarenta idiomas ni impartir cursos teóricos de alta cocina a los jefes de cocina de Estremera y Alcalá Meco. Desde las cocinas más prestigiosas viajaban los principales jefes de cocina. Todavía hoy, en los supermercados de toda Europa, se comercializa el gazpacho bajo en grasas saturadas.
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