A LA CONTRA
De Unamunos y Rozalenes
El mejor modo para identificar la causa justa del momento es localizar la reivindicación última de eso que se ha dado en llamar «el mundo de la cultura»
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![Greta Thunberg durante uno de sus mítines en una manifestación reciente](https://s2.abcstatics.com/abc/www/multimedia/cultura/2024/04/25/REBECA-RIsQgIRN5ITx8pVcbhHo8CO-1200x840@diario_abc.jpg)
Si la mejor manera de saber dónde está el fuego es observar dónde está el humo, el mejor modo para identificar la causa justa del momento es localizar la reivindicación última de eso que se ha dado en llamar «el mundo de la cultura». Como ... el jilguero en la mina, el artista (el cineasta, el escritor, el músico… El 'intelectual') es el primero en detectar en qué hay que estar. Si es el 'buylling', lo habrá sufrido de pequeño (y le marcó de manera terrible). Si es la salud mental, confesará estar en terapia desde hace tiempo (y le va fenomenal). De ser el acoso sexual, si él te contara...
Estamos ahora contra el turismo de masas y la gentrificación, les comunico. Se sabe porque ya hay canciones, documentales y libros, porque lo dicen en sus entrevistas (aunque no venga a cuento), nos lo cuentan en profundos y sesudos artículos haciéndose eco del sentir de la cultura (así, en general). Y porque hasta chapitas y camisetas tienen y las exhiben, solidarios e implicados, en sus redes sociales. Se avecina manifiesto, la turismofobia está de moda. Canta el jilguero. Y es que, si toda asunto contencioso necesita de propaganda, en la batalla cultural no iba a ser diferente. Es la guerra, aunque el terreno del combate sea el del relato. Y una guerra siempre tiene sus reglas.
Ya en 1928, el político y escritor Arthur Ponsoby identificaba y enumeraba, en su clásico 'Falsehood in Wartime: Propaganda Lies of the First World War', el decálogo de esa propaganda de guerra y —¡sorpresa!— ya aparecían intelectuales y artistas como colaboradores necesarios con su apoyo a la causa. Una que siempre es noble y sagrada y, quien la ponga en duda, un traidor. Apelar a las emociones para persuadir a la sociedad e inclinar a favor la balanza de su apresurado juicio moral es fundamental. Y quién mejor para hacerlo que el modelo a seguir, el admirado, el mediático, el artista: el intelectual. Aunque, donde antes teníamos Unamunos, Valle-Inclanes, Machados y Maeztus, ahora tengamos Bob Pops, Rozalenes, Pepes Viyuelas y Bardenes (ese sería ya otro tema, la devaluación del símbolo, el qué mal los elegimos hoy). El objetivo: «Instruir al pueblo». Influir, no solo en sus opiniones, sino en su modo de vida. No es magia, es ciencia política.
Si el mejor truco del diablo fue convencer de que no existía, el de la propaganda es que no se note
Y es también comunicación. Y para comunicar a la masa hay que entender a la masa. Dejaba dicho Hitler (¿citar a Hitler será anatema?) en 'Mein Kampf' que «la capacidad receptiva de las masas es limitada y tiene la gran capacidad de olvidar». Y añadía que es, precisamente por eso, por lo que «la propaganda efectiva se ha de reducir a unos pocos puntos, que han de ser presentados en formato de eslóganes, para que todo el mundo lo pueda comprender». Si añadimos a esta máxima que sea quien lo repite, además, aquel que está en los medios constantemente, si no solo es directa la propaganda sino que llega también en forma de producto cultural de rápida ingesta (un estribillo, un libro premiado, un artículo ligero, una entrevista amable), se multiplica el efecto. Por supuesto, siempre envuelto en el suave papel de celofán con lazo de las buenísimas intenciones y el objetivo de un mejor orden social para todos (con un poco de azúcar esa píldora que os dan…).
Punto imprescindible en el decálogo de la propaganda de guerra: nuestros fines siempre son nobles y, nuestros errores, inevitables. El enemigo es siempre repugnante y, las atrocidades que comete las realiza consciente y voluntariamente. Así que, de resistirnos, de no claudicar, seremos el enemigo hecho carne. Repugnante y atroz.
Trileros emocionales
En el lado malo de la historia, con la desigualdad y el abuso. Sin más explicación para ello que nuestra propia voluntad de dañar o discriminar al resto, a esa mayoría social que sí sabe discernir lo que está bien de lo que está mal y cuyo criterio, curiosamente, coincide al dedillo con la opinión de nuestros intelectuales, del mundo de la cultura, el fin último del poder y, si me apuran, de la Agenda 2030 y la carta a los Reyes Magos de Greta Thunberg. ¿Casualidad? No. Es, de nuevo, ciencia política y comunicación.
Si el mejor truco del diablo fue convencernos de que no existía (¿qué habrá sido del Kevin Spacey post-metoo?), el mejor truco de la propaganda de guerra es que no se note. Que sigamos pensando que nuestras opiniones son nuestras (íntimas, personales, genuinas), y nuestro estilo de vida, el elegido por nosotros con base en selectos, solidarios y reflexivos criterios. Impermeables a truquitos de trileros emocionales. Eso solo les pasa a otros. Como las estafas cibernéticas y los accidentes de coche. Mire aquí fijamente, a la lucecita: esto no ha ocurrido nunca.
Dele chapa y camiseta al artista y le levantará el mundo. O, al menos, pensará que es capaz de hacerlo.
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