a la contra
El trazo de Satrapi, el boli de Tignous
No podremos negar al cómic la capacidad de contarnos el mundo y la vida. Que es otra forma de narrar, otro lenguaje. Superado ya el debate de si el cómic es arte
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![Marjane Satrapi, Premio Princesa de Asturias de Comunicación](https://s1.abcstatics.com/abc/www/multimedia/cultura/2024/05/02/REBE-RNJPthj5wkpz7fGwRhImjoJ-1200x840@diario_abc.jpg)
Casi 25 años después de la publicación del cómic 'Persépolis', Marjane Satrapi, su autora, recibe el Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades. De comunicación. Y de humanidades. Y me alegra, porque no es el cómic esa sucesión de dibujitos monos y poca ... letra para pasar el rato sin pensar, género menor necesitado de eufemismos (detesto el término «novela gráfica») para ser dignificado. No son historietas para adultos incapaces de abrir un libro sin ilustraciones, porque bostezan. O no lo es únicamente: porque nada tiene de malo el buen trazo, la buena historia y el buen rato.
Superado ya el debate de si el cómic es arte, pese a exdirectoras de museos de arte contemporáneo con dudas (como soy discreta, no diré que Nuria Enguita), considerado noveno arte y afianzada su presencia en museos (del Prado al Louvre, de Orsay al MoMA) y reconocidas sus conexiones con otras disciplinas artísticas a través de grandes como Picasso, por poner un solo ejemplo, es reconocida también su eficacia para contar el mundo y contarnos a nosotros. 'Persépolis' lo hacía con el fundamentalismo islámico y sus consecuencias para Irán y para los iraníes el mismo año en que Joe Sacco, con su 'Gorazde: Zona protegida', lo hacía con el final de la guerra en Bosnia.
Con un pie en la cultura popular y otro en las artes, navega el cómic en la crónica vestidita de relato
Precisamente Sacco será quien de manera más evidente hermane el cómic con el reportaje y, sin pretenderlo, certifique el cordón umbilical que uniría los grabados de Goya con este: es imposible leer 'Palestina' o 'Notas al pie de Gaza' y no pensar en los 'Desastres de la guerra' del de Fuendetodos. Pienso en ese desgarrador 'Ni por esas', que bien podría ser una de las viñetas de la historia del horror.
Con un pie en la cultura popular y otro en las artes, navega el cómic en la crónica vestidita de relato (de cuento, de álbum ilustrado), pero nada como sus páginas para que ni las más grandes pesadillas se vean enfangadas por la mezquindad de las ideologías. ¿Recuerdan aquel volumen reivindicativo en homenaje a los asesinados en el atentado de 'Charlie Hebdo', en el que dibujantes de cómics de todo el mundo levantaron sus plumas e hicieron exactamente lo mismo que a sus colegas les había costado la vida: ser libres? ¿Y las revistas satíricas de nuestra transición, aquellas en las que la pluma afilada de los Chumy Chúmez, de los Manuel Summers, de los Forges, burlaban la censura salpicando con su sarcasmo el cascarón del tardofranquismo, espoleando sin decirlo a pensar en libertad? Ibáñez, que nos arrancaba la sonrisa al tiempo que nos contaba, o a Quino y su Mafalda. Libertad pisando el césped, no por ganas sino porque se lo prohibían y maldita la necesidad.
Estallaba la guerra de los Balcanes y Max, lápiz en mano, autoeditaba (y vendía él mismo en el Salón del Cómic de Barcelona) 'Nosotros somos los muertos', un fanzine nacido de la impotencia que acabaría siendo la revista pionera, con Max y Pere Joan a los mandos, en publicar en España a los grandes autores extranjeros. Art Spiegelman, autor del imprescindible 'Maus' (la historia del holocausto nazi a través del testimonio de su padre) y ganador por esta obra del Premio Pulitzer en 1992, publicó en España por primera vez en sus páginas; pero también lo hicieron grandes de esta disciplina como David Mazzucchelli (asombroso su 'Asterios Polyp'), Chris Ware o Alison Bechdel. ¿No es esto crónica de nuestro tiempo? ¿No es esto comunicación y humanidades?
Podremos pensar que son frikis y raritos con demasiado tiempo libre aquellos que recorren (recorremos) de arriba a abajo la calle de la Luna hasta Libreros, pensar que son adultos que se resisten a crecer (niños que han sobrevivido, como dicen los cursis de los creativos. Matadme). Pero no podremos negar al cómic la capacidad de contarnos el mundo y la vida. Que es otra forma de narrar, otro lenguaje. Y que, a veces, las cosas que serían complicadas de decir con palabras (por rudas, por duras, por inabarcables) nos la puede contar con un golpe de ingenio y una sonrisa la viñeta justa en el momento adecuado. Que se lo cuenten al gran José María Nieto y su explicarnos España día a día.
Contaba Philippe Lançon en el escalofriante 'El colgajo', relato de su recuperación tras las heridas sufridas en el atentando de 'Charlie Hebdo', que cuando tras el ataque llegaron los servicios de emergencias encontraron el cuerpo sin vida del dibujante Tignous con el bolígrafo entre los dedos, en posición vertical. La irrupción de la muerte debió ser tan brutal y rápida que, mientras garabateaba durante la reunión, ni siquiera soltó el bolígrafo. Ni siquiera como acto instintivo. La imagen de aquel bolígrafo erecto ante la muerte, dibujando hasta el último momento, contando lo que alguien no quiere que se cuente, me persiguió durante días. Sigue pareciéndome hoy el símbolo perfecto ante la intolerancia y los fanatismos. Contando y contándonos
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