a la contra
¿Qué queremos que sea un museo?
Esa es la pregunta que deberíamos hacernos todos nosotros como sociedad. Qué esperamos de nuestros museos y qué merecemos que nos ofrezcan
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![Entrada al museo Reina Sofía de Madrid](https://s3.abcstatics.com/abc/www/multimedia/cultura/2024/05/16/museos-RHzC7i7m7CFOj4OTloeJjyJ-1200x840@diario_abc.jpg)
Un museo es, según la RAE, el lugar en que se conservan y exponen colecciones de objetos artísticos, científicos, etc.
Un museo es, según los estatutos del ICOM (International Council of Museums), una institución sin fines lucrativos, permanente, al servicio de la sociedad y de ... su desarrollo, abierta al público, que adquiere, conserva, investiga, comunica y expone el patrimonio material e inmaterial de la humanidad y su medio ambiente con fines de educación, estudio y recreo.
Un museo es, según el ministro de Cultura Ernest Urtasun, un organismo vivo que responde a las cuestiones y debates de su tiempo, y que debe establecer espacios de diálogo e intercambio que permitan superar un marco colonial anclado en inercias de género y etnocéntricas que han lastrado, en muchas ocasiones, la visión del patrimonio, de la historia y del legado artístico.
De atender a la realidad, un museo es, hoy y fundamentalmente, un elemento más de la extensa variedad de ocio que ofrece una ciudad. Centros comerciales, restaurantes, cines, teatros, parques de atracciones. Y museos. Los museos han devenido, en su afán por captar visitantes y popularidad, en lugares de divertimento para todos los públicos. Se intensifica la oferta museística (cartelas informativas, experiencias inmersivas, espacios de intercambio, entornos interactivos, talleres monográficos, cafeterías cuquis, tiendas molonas), diluyendo la frontera que separa el entretenimiento de masas y la concepción clásica del museo como espacio de saber.
'Repensar los museos' se ha dado en llamar al fenómeno que está cambiando la naturaleza de estos y que abre un debate muy interesante: ¿Es positivo este cambio? ¿Es deseable?
Se trata, en definitiva, de rebajar el arte a la condición de esclavo de un dogma de fe
En cifras, parece que sí es así. En 2023, los principales museos españoles aumentaron sustancialmente el número de sus visitas respecto a 2022. El Museo del Prado superó los tres millones de visitantes; El Reina Sofía, los dos millones y medio; el Guggenheim, en Bilbao, el millón trescientos mil. 2,8 millones de personas visitaron los 16 museos estatales dependientes del Ministerio de Cultura. Se consigue, pues, uno de los fines de todo museo: promover el acceso del público al arte. Logro desbloqueado.
Pero, quizá, a costa del sacrificio de otro de ellos, del conocimiento. Y, como señala Lorena Casas Pessino en su ensayo 'El museo como Templo (y otros disparates)', también del gozo del arte, de la calidad de la experiencia: «En vez de elevar el nivel del visitante —exigiéndoles más— se minimizan las expectativas que se pueden esperar de él (o de ella): un acto de desprecio, al menos objetivo, hacia ese receptor». O, dicho de otro modo, se opta por que el arte descienda al alcance de cualquiera en lugar de ayudar a que cualquiera pueda elevarse hasta alcanzar al arte.
Y tras la democratización del museo, llega (es inevitable) su secularización total: la conversión definitiva en transmisor del pensamiento hegemónico. ¿Cómo resistirse desde los poderes a su instrumentalización para someterlo a la ideología a través del discurso? Decía George Orwell que «quien controla el presente controla el pasado y, quien controla el pasado, controlará el futuro». Es el relato, estúpido.
Espacio libre
Al respecto, el filósofo Manuel Ruiz Zamora, especialista es estética, advierte de cómo «la propaganda reduce el arte en algo que el arte ya tiene, que es su propia negatividad. Theodor Adorno, que procede del marxismo, ya se da cuenta de eso cuando sostiene que lo ideológico rebaja sustancialmente la cualidad de la obra de arte, la cual alberga en sí misma ese elemento intrínseco de negatividad que implica un cuestionamiento de lo real».
Se trata, en definitiva, de rebajar el arte a la condición de esclavo de un dogma de fe y degradar a la institución museística hasta el nivel de herramienta de función doctrinaria. Eso sí, en formato atractivísimo, fácilmente digerible y a un precio asequible. 'Entertainment' con moraleja. Porque, con la excusa de la cultura como derecho de todos y el derecho de todos a la participación, politizar e ideologizar el arte (y, con ello, los museos) acaba siendo, en realidad, el fin último.
¿Qué queremos que sea un museo? Esa es la pregunta que deberíamos hacernos como sociedad. Qué esperamos de nuestros museos y qué merecemos que nos ofrezcan. Si estamos dispuestos a que sean esas instituciones museísticas ilustrados parques de atracciones o entretenidos altavoces propagandísticos. O si preferimos, tal vez, defenderlos de toda injerencia ideológica y mantenerlos como último espacio libre de eso que hemos dado en llamar 'las guerras culturales', devolverles su cualidad clásica de espacio que albergue, preserve y divulgue arte.
«El arte —apunta Casas Pessino— nos recuerda quiénes somos. Es la manera que tenemos de acercarnos a lo sublime. De reencontrarnos con los dioses». Pero no se vaya sin pasar por nuestra exclusiva tienda de regalos. Y no olvide disfrutar de un refrigerio en la magnífica terraza con vistas de nuestra cafetería de diseño. Vuelva pronto. Tenemos descuentos.
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