A LA contra

Un 'gracias' era suficiente

Se celebró la ceremonia de los Goya y pocos fueron los que resistieron la tentación de prescindir de la ostentación de ideas que moralmente les reportan beneficios

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Richard Gere en la ceremonia de los Goya

Era el año 1977 cuando el dramaturgo y escritor Paddy Chayefsky, en la ceremonia de los Oscar de ese año (él era el encargado de entregar la estatuilla a mejor guion), aprovechaba el momento para dar una «opinión personal». «Estoy harto —arrancaba— de aquellos ... que utilizan los Premios de la Academia para la divulgación de su propaganda política personal».

Le «sugería» entonces a Vanessa Redgrave (que al subir al escenario antes había agradecido a los miembros de la Academia el «no dejarse intimidar por un pequeño grupo de matones sionistas») que su premio no suponía ningún «momento crucial» para la historia. «No requiere una proclamación, y un simple gracias habría sido suficiente», concluía entre los aplausos del respetable.

En 2020, era Ricky Gervais el encargado de presentar la gala de los Globos de Oro. «Si ganas un premio esta noche, no lo uses como medio para dar un discurso político», dijo. «No estás en posición de dar lecciones al público sobre nada. No sabéis nada sobre el mundo real». «Si ganáis —continuaba— subid aquí, aceptad vuestro trofeíto, dad las gracias a vuestro agente y a vuestro Dios e idos a tomar por culo, ¿vale?».

De la primera intervención hace 48 años; de la segunda, cinco. Pero parece que nada ha cambiado en todo este tiempo: hace unos días se celebraba la ceremonia de los Goya en Granada y pocos eran los que resistían la tentación de prescindir de la ostentación de sus ideas, las que moralmente les reportan mayores beneficios, no solo el aplauso complaciente del público. Ni siquiera Miguel Ríos, que gritaba un desubicado «free Palestina» al acabar la actuación musical que abría la gala, era capaz de hacerlo.

La gala ha dejado de ser un espectáculo, descuidando su función de entretener

La gala ha dejado de ser un espectáculo, descuidando su función de entretener, para convertirse en un escaparate en el que actores y actrices luzcan, complacidos, sus mejores galas y sus creencias lujosas (‘luxury beliefs’).

El sintagma, que aparecía por primera vez en un artículo de Rob Henderson en el ‘New York Post’, designa y explica perfectamente el desprejuiciado exhibicionismo moral de nuestros artistas. En un momento en el que ya los bienes materiales son cada vez más asequibles para cualquiera (viajar lejos, un buen coche, bolsos de firma), las clases altas necesitan seguir mostrando su estatus y diferenciarse. ¿Cómo lograrlo? Vinculándolo a las creencias.

El principal problema es que estas ideas u opiniones confieren estatus a los pertenecientes a estas clases altas (actores, por ejemplo) a muy bajo costo, pero sí afectan, sin embargo, a las clases más bajas, que las adoptan. Así, el propósito fundamental de nuestros artistas en ese escenario, galardón en mano, no era hacer algo para solucionar el problema de la vivienda o la inmigración, sino diferenciarse, evidenciar que la clase a la que pertenecen no es la nuestra, que sus ideas son moralmente mejores que las de los demás.

Pero sostener esas ideas no les reporta más que beneficios, no es heroico porque no hay coste para ellos (tanto como llevar un reloj carísimo o un traje de firma). Es lo que tiene la empatía mal entendida, como explica la ensayista Leslie Jamison, que puede producir sensación de realización: que, como algo se ha sentido, ya se ha hecho. «El peligro de la empatía —nos dice— no es simplemente que nos pueda hacer sentir mal, sino que nos pueda hacer sentir bien, lo que a su vez nos puede animar a pensar en la empatía como un fin en sí misma en lugar de ser parte de un proceso».

Así, Richard Gere, es un poner, sintió muy fuerte allí arriba y de smoking el sufrimiento de los inmigrantes buscando un hogar y, satisfecho, se fue con su Goya en jet privado a su mansión de infranqueables muros. ‘Good job, Richard’.

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