A LA CONTRA
Gestionar la cultura
Como ciudadanos, nos merecemos una mejor gestión de nuestra gran cultura. Y debemos exigirla. Lo acaecido días atrás en la Biblioteca Nacional nos lo recuerda y nos hace estar alerta en todo momento
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«Corresponde al Ministerio de Cultura la propuesta y ejecución de la política del Gobierno en materia de promoción, protección y difusión del patrimonio histórico español, de los museos estatales y de las artes, del libro, la lectura y la creación literaria, de las actividades ... cinematográficas y audiovisuales y de los libros y bibliotecas estatales, así como la promoción y difusión de la cultura en español, el impulso de las acciones de cooperación cultural y, en coordinación con el Ministerio de Asuntos Exteriores, Unión Europea y Cooperación, de las relaciones internacionales en materia de cultura».
Estas son, pues, las funciones y competencias del Ministerio de Cultura: la promoción, la protección y la difusión de nuestra cultura. De la de todos. Gestionar la cultura, por resumir. Y no deja de resultar curioso, por utilizar una palabra amable, que en ese pequeño párrafo en el que se apuntan cuáles son las atribuciones del Ministerio, y, por tanto, del titular de la cartera, aparezca específicamente, como si se supiese que es necesario hacer especial hincapié y recordarlo por encima de todo, «los libros y las bibliotecas estatales».
Justo estos días conocíamos el hecho insólito (pero no sorprendente, por cuanto contiene de consecuencia previsible del descuido y la dejadez) de que la Biblioteca Nacional de España, una de las diez más importantes del mundo y la que «guarda la memoria del Estado español; conserva el saber y difunde el conocimiento», veía varias de sus salas anegadas por el agua. Las imágenes eran desoladoras pero todavía lo eran más sabiendo que habrían sido evitables. Por la razón que sea, Ernest Urtasun, el ministro de cultura del gobierno de coalición, está más interesado en prohibir, invisibilizar y descolonizar que en promover, proteger y difundir.
Ernest Urtasun, el ministro de cultura, está más interesado en prohibir, invisibilizar y descolonizar
Y todos sus esfuerzos están centrados, paradójicamente, en conjugar verbos que restan y no que suman. No parece entender, o no quiere hacerlo, que su cargo nos representa a todos y no solo a sí mismo. Que la cultura no le pertenece por ministerio interpuesto, y que su función no es decir lo que lo es y lo que no, basándose en sus propios y particulares intereses o sensibilidades, sino en gestionarla para nosotros. En prestarnos un servicio, no es servirse él del cargo. Y aunque avisaba nada más llegar de que para él, la cultura, era «una forma de combate político principal» y una «herramienta de defensa de las luchas justas», y en esos dos sintagmas se resumía ya la hoja de ruta de su mandato, y en eso estamos (en la lucha y el combate), no en lo que deberíamos estar.
Quizá la gran revolución, la necesaria y progresista, sería dedicarse de verdad a gestionar la cultura y no a instrumentalizarla. Porque este país precisa de manera urgente, por fin, de una política cultural responsable, meditada y enfocada, que de verdad se ocupe de cuidarla, mimarla y salvaguardarla en lugar de reducirla a lo utilitario. Nuestra cultura, que es rica y es diversa, que hunde sus raíces en la tradición y la historia pero es moderna y es expeditiva, que es nuestro más grande patrimonio como nación.
Y lo ocurrido estos días en la Biblioteca es el síntoma tercermundista de una nefasta gestión de una cultura de primer orden. No tener clara esa dimensión de la labor, el orden de las prioridades, hace que se prioricen causas que no son más que caries en la cultura con mayúsculas. Como ciudadanos, nos merecemos una mejor gestión de nuestra gran cultura. Y debemos exigirla. Porque, lo decía Unamuno, esa es la libertad que hay que dar al pueblo, porque solo el que sabe es libre y más libre es el que más sabe.
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