a la contra
Escribir para el censor
¿Para qué permitir que se diga una mentira? Se trata, siempre se ha tratado, de cuidarnos de ella, de la mentira (de los bulos, del fango). De salvaguardar la verdad. Nunca se ha censurado mal
![El periodista y escritor Mariano José de Larra](https://s3.abcstatics.com/abc/www/multimedia/cultura/2024/09/18/Larra.jpg)
«En los países en que se cree que es dañoso que el hombre diga al hombre lo que piensa, lo cual equivale a creer que el hombre no debe saber lo que sabe, y que las piernas no deben andar; en los países donde ... hay censura, en esos países es donde se escribe para otro, y ese otro es el censor», apuntaba en 1835 Mariano José de Larra en su artículo 'La alabanza, o que me prohíban este'.
¿Y quién querría escribir para el censor? Desde luego, Larra no. Por eso a lo largo de su vida defendió la libertad de expresión y criticó la censura con ahínco. Y por eso hoy muchos de sus textos nos resultan tan actuales, pese a que la censura hoy se disfrace de buenas intenciones y protección de todas las cosas buenas, incluidas la democracia y la verdad. Y también por eso, o precisamente por ello, es en la ironía clarividente de un ingenioso Larra, escurridizo ante el acecho del señalamiento y la prohibición, donde encontramos algunas de las claves de lo que hoy acontece y ya entonces.
Como cuando nos dice, socarrón, que, determinado a no escribir jamás para el censor y tratando de escribir siempre la verdad, se dice a sí mismo lo siguiente: «¿Qué censor había de prohibir la verdad, y qué Gobierno ilustrado, como el nuestro, no la había de querer oír? Así es, que si en el reglamento de censura se prohíbe hablar contra la religión, contra las autoridades, contra los gobiernos y los soberanos extranjeros, y contra otra porción de materias, es porque se ha presumido, con mucha razón, que era imposible hablar mal de esas cosas, diciendo verdad. Y para mentir más vale no escribir. Todo esto es claro, es más que claro: casi es justo».
Larra defendió la libertad de expresión y criticó la censura con ahínco
¿Cómo no va a ser justo impedir a alguien decir lo que no es cierto, siendo imposible que lo sea y claro, clarísimo, que no lo es? ¿Cómo va a ser mentira si, de serlo, nadie bueno, eminentemente bueno, querría impedir que la verdad sea dicha? Y entonces, ¿para qué permitir que se diga una mentira? Se trata, siempre se ha tratado, de cuidarnos de ella, de la mentira (de los bulos, del fango). De salvaguardar la verdad. Nunca se ha censurado mal.
Por eso es tan importante protegernos de los que siempre nos han protegido, a lo largo de la Historia, los guardianes de la verdad, los realmente preocupados por lo cierto: de los Larra, los Delibes, las Oriana Fallaci, los José Luis Cabeza, los Ferruccio de Bortoli. De los Émile Zola, los Edward R. Murrow, los Carl Bernstein, los Bob Woodward. De los incómodos, los enojosos, los inconformistas, los tenaces, los tercos, los impertinentes y los inoportunos. Los que se empeñan en contar lo que no se tendría que contar a un público, curioso e insolente, que insiste en querer escuchar las cosas que no se pueden decir.
«Digámosle lo que podemos decirle buenamente —resuelve Larra—. Hagamos alguna oda de circunstancias, que allí no puede haber tropiezo sino en el consonante, y sea la verdad como la mujer honrada: la pata quebrada y en casa».
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