A LA CONTRA
¿Criticar o defender?
Finalmente, la justicia no ha bloqueado la distribución del libro 'El odio', del escritor Luisgé Martín, sobre el asesino José Bretón
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Finalmente, la justicia no ha bloqueado la distribución del libro ‘El odio’, de Luisgé Martín, sobre José Bretón, el parricida de Córdoba, pero ahora son ciertos libreros los que deciden no poner a la venta la obra en sus estanterías. Como ciertos farmacéuticos con ... la píldora del día después, apelan a su conciencia para negarse a vender el título.
Para lo que sirve tal polémica (la literatura está llena de malos) es para convertir el ruido en la mejor promoción para un libro que, por su calidad (tirando a insustancial) e interés (ninguno, pues no dice nada que no hayamos leído ya sobre el caso en cientos de artículos y reportajes y, las disquisiciones morales del autor, apenas oscilan entre lo pretendidamente provocador y el 'selfie' autocomplaciente), no habría podido ni soñar.
Me parece comprensible que Ruth Ortiz, la madre de los dos pequeños asesinados, desee impedir su publicación, y entiendo que lo intente por todos los medios. Pero me alegra que no lo haya conseguido. Y eso no quiere decir, disculpen el ‘vayapordelantismo’ (cómo los detesto), que no sienta conmiseración ante su dolor. Es solo que no creo que su condición de víctima le otorgue legitimidad para limitar la libertad de expresión y de creación de nadie, ni siquiera de un criminal o de un desaprensivo.
Me parece comprensible que Ruth Ortiz desee impedir su publicación. Pero me alegra que no lo haya conseguido
Sin entrar en lo llamativo de que la mayoría de los que se dan golpes en el pecho, dolidos y afrentados, no han leído el libro y, de leerlo, no encontrarían nada que no hayan escudriñado ya hasta la saciedad en artículos, reportajes y noticias, en tertulias y pódcasts varios, me resulta muy interesante el fervor con el que se entrega la masa furiosa al anhelo censor, da igual en nombre de qué causa justa sea.
Y las piruetas dialécticas empleadas para justificar que en este caso sí, aunque en otros no. Que hay duelos y duelos. Y, total, la libertad de expresión no es para tanto y, la de creación, menos todavía.
Yo creo que es precisamente ahí donde radica lo interesante del tema, en la creación: que este no es un ensayo ni un reportaje, ni un riguroso ejercicio científico de estudio de la mente del monstruo o aproximación al mal puro. Es literatura y su autor es libre de enfocarlo como desee, sin la más mínima obligación de ser empático, ni ecuánime, ni piadoso. No es ese su papel.
No tenía ninguna obligación de hablar con quien no estimara oportuno. Otra cuestión es la explicación (peregrina) que decida darnos (o darse), y otra también la mínima cortesía debida (que tampoco ineludible) de la editorial para con la madre. Pero la ausencia de educación, decoro y honestidad no es punible. En todo caso, reprochable.
Y el dolor de una madre no puede ser, en un Estado de Derecho, aquello que dirima dónde acaban las libertades y los derechos de todos. Porque se trata de eso, al fin y al cabo: del derecho de alguien a escribir un libro y el derecho del resto a decidir si queremos leerlo o no.
Y justificar la pertinencia de la censura previa situando el límite en el dolor de una madre es, quizá, la manera mas perversa de instrumentalizar el dolor ajeno para admitir que el límite a las libertades lo pondríamos, obligatoriamente, donde a cada uno de nosotros nos incomoda que se ejerza.
Yo, la verdad, hubiese preferido que el mediocre texto de alguien que se ha aproximado de manera superficial a un asesino, uno sin ningún atractivo ni magnetismo, se las hubiese visto con el público a cuerpo gentil, y no rodeado del aura embellecedora de malditismo que le ha regalado la polémica. Poder criticarlo y no tener que defenderlo.
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Actualización: (Anagrama difundía un comunicado el día 27 de marzo en el que hacía pública su decisión de paralizar voluntariamente la distribución del libro de Luisgé Martín. En mi opinión es un error sucumbir a las presiones de libreros y de la turba enfurecida que estos días amenazaba y despreciaba tanto a la editorial como al autor en redes. En todo caso debería ser la justicia la que decidiese, una vez publicada, si por el motivo que fuera debe ser retirada. Pero nunca debería decidirlo la presión de un boicot ni la censura previa. El espacio del duelo y el dolor no deberían limitar el espacio de las libertades y los derechos.)
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