A la contra
Contralecturas de Feria del Libro
Lo difícil no es ponerse a leer. Lo difícil es ponerse a leer aquello alejado de nuestros principios. Aprovechemos la concentración de títulos en El Retiro para salir de nuestras zonas de confort
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![Detalle de las casetas de la Feria de l Libro de Madrid en su última edición en 2023](https://s2.abcstatics.com/abc/www/multimedia/cultura/2024/05/30/REBECA.jpg)
La Feria del Libro se despliega estos días festiva, como un zoológico de historias. Contra todo pronóstico en un mundo tecnológico, el libro (tan arcaico, tan analógico) goza de buena salud. En el año 2022 se vendieron en España 178,45 millones de ejemplares ( ... qué invento, la imprenta) de los 96.616 títulos publicados. Lectores hay, digo: el 68,4% de la población es lectora de libros y un 45,8% lo hace por afición en su tiempo libre.
El 70% de las mujeres se declaran lectoras y, entre los hombres, lo hacen un 60%. Regalar un libro, convendremos, parece una buena idea. Los elegimos siempre teniendo en cuenta los gustos del agasajado. Sus intereses, sus inquietudes, sus preferencias. A veces, también, las nuestras: a los hijos de mis amigas siempre les regalo 'El pequeño Nicolás' (nunca el sucedáneo desabrido de Carabanchel) y 'Astérix el Galo', y cruzo los dedos para que les entusiasmen tanto como me entusiasmaron a mí.
Pero, ¿y si regalásemos, de pronto, los libros que interpelan, los que ponen a prueba las más firmes convicciones? ¿Y si, por probar, fuesen los elegidos aquellos que dan argumentos en contra de lo que se sostiene con convencimiento? El ejercicio no puede morir aquí, claro, en el mero obsequio, o la cosa quedaría en chufla: hace años, un amigo me regaló el libro de Leticia Dolera, 'Morder la manzana'. «Rebeca, gracias por pecar y morder esta manzana conmigo. ¡Seguiremos pecando juntas, porque juntas somos más fuertes! Feliz Revolución, con sororidad, Leticia».
Es todo lo que leí, la dedicatoria, pero qué risas. Pero nuestro obsequiado, fantaseemos, nos seguirá el juego. Lo leerá, en lugar de calzar una mesa o prender el fuego en la chimenea (o, como yo, utilizarlo de posavasos). Ese libro, minuciosamente elegido para esa persona y no otra, será recibido, agradecido, abierto en la intimidad por su primera página y leído con atención. Durante un rato, o varios, atenderá a razones que no había contemplado, leerá ideas que le incomodan y sus propios argumentos se verán puestos a prueba. Sin gritos, sin acritud, sin reproches.
¿Quién querría estar siempre tan cómodo que se imposibilite el avance del conocimiento?
Reflexiones, negro sobre blanco, que serán rumiadas y analizadas convenientemente, contrastadas frente a otras que habrá elaborado con cuidado, a lo largo del tiempo, y en las que confía. ¿Qué es lo peor que podría pasar? ¿Que cambie de opinión? ¿Que no lo haga pero pueda entender por qué otro piensa diferente? ¿Que se reafirme en sus creencias? ¿Que, ante nuevas enmiendas, perfeccione y refuerce sus propios argumentos? Nada malo, pues, puede pasar.
Parafraseando, muy libérrimamente, a John Stuart Mill, si esas ideas que leemos están en lo cierto, de no contemplarlas (por intolerancia, por desinterés o por desgana, por lo que sea) estaríamos perdiendo la oportunidad de cambiar nuestro error. Y si es errónea, el beneficio no sería menor, pues será más clara nuestra percepción de estar en lo cierto. Incluso podría darse el caso de no ser en su totalidad cierta ni completamente equivocada, y contener, por lo tanto, algo de verdad.
Y ese algo podría ser incorporado a nuestro pensamiento, mejorando nuestros argumentos. Convertiríamos el acto de leer, por un momento, en una discusión con nosotros mismos, una especie de ensayo general para cuando sea necesario defender nuestras creencias ante otros.
Leyendo siempre lo que nos reafirma, únicamente lo que nos da la razón, calentitos en la confortabilidad de la palmada en la espalda y lejos de la inquietud y el desasosiego de saberse ante el reto, se está, no sé si mucho mejor, pero sí más cómodo. Pero, ¿quién querría estar siempre tan cómodo que se imposibilite el avance del conocimiento?
A lo mejor no es tan mala idea el experimento de regalar a esa amiga transactivista el libro de José Errasti y Marino Pérez, 'Nadie nace en un cuerpo equivocado', o 'Dysphoria Mundi', de Paul B. Preciado, a aquella otra feminista radical. Quizá Joaquín Reyes podría recibir 'Cancelado, el nuevo macartismo', de Carmen Domingo; Mirela Balic, 'Tía buena', de Alberto Olmos; y para Ernest Urtasun, 'El museo como templo (y otros disparates)', de Lorena Casas Pessino. A Irene Montero le regalaría 'Feminismo contra el progreso', de la británica Mary Harrington.
A Rocío Monasterio, 'Intensas', de Ana Requena; a Ione Belarra le regalaría el libro de Andrew Doyle 'Mi pequeño libro de activismo interseccional' y a Santiago Abascal, antes de que lo retiren, 'El niño Jesús no odia a los mariquitas'. A mí me autorregalaría 'Después de lo trans', de Elizabeth Duval.
Decía Herbert Butterfield que, paradójicamente, la tolerancia implica una cierta falta de respeto, ya que se deben tolerar hasta las ideas absurdas y los actos sin sentido, aun a sabiendas, sin espacio para la duda, de que lo son. Pero eso no lo sabremos sin leerlo antes.
Así, seamos tolerantes (y seamos irrespetuosos). Empiezo yo: estoy leyendo el libro de Duval. Y mi ejemplar de Leticia Dolera se lo he enviado a Carlos Vermut.
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