A LA CONTRA
La cancelación de Schrödinger
Desde siempre, hasta hoy, ha habido alguien, un poder (religioso, político, económico, social), que aspirase a imponer el silencio al incómodo y al disidente
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![El tenor Plácido Domingo](https://s1.abcstatics.com/abc/www/multimedia/cultura/2024/07/03/REBECA.jpg)
La cancelación, ese fenómeno que existe y no existe a la vez (como el gato de Schrödinger) y tiene la facultad de convertir en negacionistas a los entusiastas del término negacionista, es lo que une a los protagonistas del muy recomendable último libro del periodista ... Julio Valdeón 'Matadero de reputaciones': haberla sufrido. De Anónimo García o Hernán Migoya a Plácido Domingo o Woody Allen, pasando por Steven Pinker, Kevin Spacey o J. K. Rowling, todos ellos han sido víctimas de una justicia social entendida por ciertos colectivos como una suerte de revanchismo identitario de prescripción disciplinaria al margen de los tribunales. Una inquisición posmoderna por la vía de urgencia con el traje de bonito de las buenas intenciones, las causas justas y el «ven que te comento».
Y mientras unos niegan su existencia y otros rastrean sus orígenes (ora en las universidades yankis, ora en la China de los 2000), Alfonso J. Ussía, biznieto del escritor Pedro Muñoz Seca, escritor y columnista, y amigo querido, explicaba en la presentación del libro, en el mítico bar Cock, la cancelación sufrida por el dramaturgo ya en los años 20 del pasado siglo. Le habían encargado, lo cuenta Ussía mejor que yo, que redactara el epitafio de los porteros del edificio en el que vivía por aquel entonces. El matrimonio, muy querido por Muñoz Seca, había muerto con escasos días de diferencia.
Este escribió: «Fue tan grande su bondad, tal su generosidad y la virtud de los dos, que están, con seguridad, en el cielo, junto a Dios». El Obispado de Madrid no aprobó el verso, era preceptivo que así fuera en aquella época, y fue instado a modificarlo. Muñoz Seca así lo hizo, quedando del siguiente modo: «Fueron muy juntos los dos, el uno del otro en pos, donde va siempre el que muere, pero no están junto a Dios porque el Obispo no quiere». De nuevo el Obispo exigía una rectificación, oliéndose el choteíto. «Vagando sus almas van», escribió entonces Don Pedro, «por el éter, débilmente, sin saber qué es lo que harán, porque, desgraciadamente, ni Dios sabe dónde están». Y ni epitafio ni epitafia, que diría una madre.
Ahora el veto al discrepante lo ejerce la turba enfurecida salvaguardada en el anonimato de las redes
Y desde entonces hasta hoy (y probablemente antes y muy posiblemente después) siempre ha habido alguien, un poder (religioso, político, económico, social), que aspirase a imponer el silencio al incómodo y al disidente. La diferencia, quizá, es que si antes ese poder censor era claramente identificable y sus normas previsibles, ahora el veto al discrepante lo ejerce la turba enfurecida (¿democratización de la censura?) salvaguardada en el anonimato de las redes sociales. Y, sus reglas, son líquidas y cambiantes. E, incluso, retroactivas (nuestros logros de ayer pueden ser nuestra condena de mañana, que se lo digan a Gila o a Martes y Trece). Así que uno no sabe, en realidad, a qué atenerse porque hasta el verdugo es susceptible de mutar en ajusticiado, a la que se descuide y sin solución de continuidad.
A Peio H. Riaño me remito. Tanta historia y tanto pelear por garantías procesales para acabar viendo a «las nietas de las brujas que quemasteis» convertidas en las nietas de los que quemaron a sus abuelas intentando quemar a los nietos de cualquiera. Con un par y por nuestro propio bien.
El gran peligro de la tan traída y llevada cultura de la cancelación, además del perjuicio personal que implica para cada una de sus víctimas, es cuánto contiene de aviso a navegantes. En su correctiva aplicación subyace un «atiende que esto te podría pasar a ti» que no todo el mundo está dispuesto a, o puede permitirse, asumir. No son tiempos para exigir heroicidades. Y, peor todavía, es que estamos rodeados: los justicieros vocacionales se encuentran a ambos lados del espectro ideológico y, por todas partes, los tibios y los equidistantes para los que las batallas culturales son minucias para desfaenados y superficiales (ellos están a lo importante).
¿Tan difícil es defender las libertades y los derechos para todos y no solo para los que piensan como nosotros? La pregunta es retórica, claro. Si así fuera no se habría producido la voladura controlada del debate sereno en la conversación pública y el respeto mínimo debido a la pluralidad política.
Cita en su libro Valdeón a Fernando Savater y yo le recito (de citar por segunda vez, no de declamar) a modo de conclusión: «La moral no es universalmente exigible en todos los campos (como el respeto a la legalidad), todo lo más resulta deseable. Quien se niega a leer a Quevedo (cuya ideología no fue mejor que la de Céline), o rechaza 'El mercader de Venecia' por antisemita y 'Otelo' por apología de la violencia de género es un filisteo, no un exquisito moralista».
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