CRÍTICA DE:
'Poder y progreso', de D. Acemoglu y S. Johnson: señalando a las víctimas del progreso digital
ENSAYO
Los dos prestigiosos economistas afirman en este magnífico libro que la mayoría de los trabajadores viven hoy peor por culpa del avance tecnológico
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!['Poder y progreso', de D. Acemoglu y S. Johnson: señalando a las víctimas del progreso digital](https://s3.abcstatics.com/abc/www/multimedia/cultura/2024/01/29/digital-RAhJ90hwjMtIvfTvVU5j9LL-1200x840@abc.jpg)
¿Pero hubo alguna vez jácquers buenos? Parece ser que sí. Pero muy al principio de la revolución informática. El verdadero inicio de este cambio gigantesco se inició a finales de la década de los cincuenta del pasado siglo. El Instituto Tecnológico de Massachusetts fue ... el antecesor de Silicon Valley. Había entonces una 'ética jácquer' que consistía en la descentralización, la libertad (toda la información circulaba sin trabas), el desprecio por la empresa industrial de IBM que representaba el control y la burocratización de la información.
Estos primeros jácquers buenos publicitaban el libre e ilimitado acceso a los ordenadores. Era una especie de anarquismo tecnológico frente al capitalismo. Los de Silicon Valley, muy al principio, también desconfiaron de las grandes empresas. Uno de sus más importantes teóricos, Lee Felsenstein, afirmó que el secretismo en este tipo de investigaciones era «la piedra angular de toda tiranía».
ENSAYO
'Poder y progreso'
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- Autores Daron Acemoglu y Simon Johnson
- Editorial Deusto
- Año 2023
- Páginas 224
- Precio 24,95 euros
Utilizaba la misma frase que el novelista Robert A. Heinlein en su obra 'Revuelta en el 2100'. Felsenstein también luchó contra la todopoderosa IBM, a favor de la democratización de la información. Otro estudioso, Ted Nelson, en su libro 'Computer Lib', escribió a favor de los usuarios contra las restricciones y coacciones; reclamó el poder informático para el pueblo y denominó como «tecnorrea» a todas aquellas mentiras que se arrojaban sobre la informática.
La publicidad, por ejemplo, nunca entró en los planes de Larry Page y Serguéi Brin, fundadores de Google. Pero el dinero lo cambió todo. Las ideas benéficas del principio se transformaron en puro capitalismo. Hoy todos los ideólogos de este mundo tecnológico son de los seres más ricos del planeta. Al principio los jácquers no eran ángeles caídos, no eran inadaptados. Hicieron aportaciones fundamentales como la invención del 'software' y el 'hardware'. Grace Hopper, en el Departamento de Defensa de los EEUU, trabajó para que los ordenadores facilitaran el acceso a la información. Pero, luego, sucedió todo lo contrario.
No podemos perder nuestra individualidad, nuestra libertad, nuestra sociabilidad
Todo se convirtió en empresa. Se redefinió el progreso tecnológico y la tecnología digital automatizó el trabajo y perjudicó a la mano de obra frente al capital y a los trabajadores sin formación frente a los que tenían títulos de grado o posgrado.
Se dijo entonces y hoy es un asunto asumido, que las inversiones y los beneficios en detrimento de la mano de obra menos cualificada, beneficiaba a los accionistas y contribuía al bien común de la sobrevivencia de las compañías. La utopía digital ha marcado estas últimas décadas, primeras del siglo XXI. El diseño de un 'software' que se impondría a los usuarios para automatizar y controlar la mano de obra. Esto generó desigualdad, deslocalización, no aumentó la producción, se llevó a cabo una automatización masiva contra la mano de obra, se puso en entredicho la prosperidad compartida y la tecnología se convirtió en algo incontrolable. Comunidades enteras, grandes emporios industriales, fueron devastados al desaparecer el trabajo de sus grandes empresas.
Así surgió esa fama maligna y esa sensación de que la tecnología es una fuerza inexorable que siempre conduce a la desigualdad, así como que ha adoptado una actitud hostil frente a la mano de obra, sobre todo, la media y baja. No hay otra solución que buscar las maneras para la prosperidad compartida. Daron Acemoglu y Simon Johnson, prestigiosos economistas, afirman en este magnífico libro, que la mayoría de los trabajadores viven hoy peor por culpa del progreso tecnológico y en perpetua zozobra y amenaza. Los aumentos desmesurados de productividad superior a los esfuerzos más radicales de los trabajadores no persiguen el bien común.
La falta de adaptación entre el humano y la máquina es aún manifiesta
Lo mismo sucede con los clientes y consumidores, el permanente abuso de prestaciones nuevas fomentan un comprar y cambiar irresistible, innecesario para la mayoría de la gente. Con la tecnología la productividad no aumentó tanto como se esperaba. La falta de adaptación entre el humano y la máquina es aún manifiesta y no se sabe si esto continuará o mejorará con el tiempo. Una de las soluciones podría ser los aumentos de plantilla. Elon Musk reconoció públicamente que el exceso de automatización en Tesla, una de sus compañías, fue un grave error. Un grave error suyo, el infravalorar a los humanos.
Para los autores de este ensayo, la culpa la tienen los sindicatos cada vez peor dirigidos; la reducción de los costes laborales hasta el infinito y, por último, el endurecimiento inhumano de la disciplina de las fábricas. Los avances recientes de la Inteligencia Artificial y el aprendizaje automático han creado algoritmos capaces de superar el rendimiento de profesionales respetables como médicos, abogados o banqueros en muchas importantes facetas de sus trabajos.
Inteligencia Artificial
Y a medida que los bots vayan aprendiendo a hacer tareas de alto valor añadido, también van a ir subiendo en el escalafón. La Inteligencia Artificial ya compite con la humana. No podemos perder nuestra individualidad, nuestra libertad, nuestra sociabilidad, la capacidad de elegir y pensar. En definitiva, no podemos dejar de ser humanos.
Agnus Deaton, Premio Nobel de Economía, y Niall Ferguson de la Universidad de Stanford, coincidieron en recomendar este trabajo necesario que nos recuerda que necesitamos reformas legislativas y regulatorias para evitar una «distopía totalitaria».
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