EN PERSPECTIVA
Hablar con el cuerpo
En algunos casos, los tatuajes siguen siendo hoy señal de desafío delincuencial, violencia, pertenencia a una pandilla
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![La cantante Amy Winehouse](https://s3.abcstatics.com/abc/www/multimedia/cultura/2024/06/19/amy.jpg)
En 'A sangre fría' Truman Capote afirma que todos los asesinos que conoció tenían tatuajes. Se dice que en el siglo XX los marineros que pasaban por la Polinesia los trajeron a los Estados Unidos y pronto se generalizaron en las cárceles. Tal vez ... este origen carcelario pueda fecharse en el siglo VIII, cuando en China se empezó a marcar a los criminales con tinta, en señal de castigo o para identificarlos. Los presos modernos se marcan todavía hoy con arañas y puntos, que quieren significar el atrapamiento del encierro, pero también lágrimas que señalan cuántas muertes tiene a su haber el que las lleva en su rostro.
Aunque a veces estas sólo señalan pérdidas o tristeza. La atormentada Amy Winehouse, por ejemplo, se tatuó algunas en su rostro. En algunos casos, los tatuajes siguen siendo hoy señal de desafío delincuencial, violencia, pertenencia a una pandilla. Los llevan los integrantes de la Yakuza, o los de la Mara salvatrucha, que ocupan toda la cara, e incluso la cabeza, mostrando desde la figura de Jesucristo coronado de espinas hasta las iniciales M y S que los identifica.
El origen carcelario de los tatuajes contribuyó a estigmatizarlos durante años. Sin embargo, con el movimiento punk ese arte salió de sus habituales reductos y empezó a hacer parte de la contracultura como signo de rebeldía e inconformidad. Intervenciones agresivas del cuerpo –horadarse la nariz, las orejas, los labios– ampliaron esa conquista del cuerpo como territorio que busca reafirmar identidades, retar las convenciones burguesas y enviar mensajes sobre creencias y gustos.
En este camino –que yo he simplificado por falta de espacio– hemos llegado al uso masivo del tatuaje como una moda. Aunque en muchos casos conserva su fuerza expresiva, su carácter de disidencia, la masificación empieza a convertirlo en un gesto inocuo, despojado de carga simbólica, como todo lo que el consumo toca y debilita. El mismo grafiti, que al invadir nuestras ciudades con dibujos que parecen meras reproducciones en serie, atenta contra su carácter transgresor.
Lo mismo puede decirse de las uñas, que en el terreno femenino –y a veces en el masculino– también parecieran querer hablar de identidades. Recordemos que en los años cincuenta las mujeres de las clases más altas pusieron de moda llevar uñas largas y rojas en señal de que las suyas eran manos ociosas, ajenas a los oficios más rudos. La contracultura también se las ha ingeniado para mostrar sus desacuerdos.
Hace unos años las y los jóvenes empezaron a usar esmaltes negros; y más adelante, a mostrar uñas a medio pintar, como las de las mujeres que arruinan sus manicuras a punta de lavar trastos en sus cocinas. Detrás de todo esto hay gestos políticos, comentarios del mundo hechos con humor o amarga ironía. Hoy vemos, inspiradas en Rosalía – y tal vez por el empoderamiento del MeToo– uñas que imitan las de las fieras, pero que ahora se ven dulcificadas por todo tipo de diseños pop bastante cursis.
El tema del cuerpo expresándose en esta época de individualismo feroz es apasionante. Faltó espacio para hablar del pelo de Boris Johnson, Trump, Milei, Petro. Especulen ustedes.
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