EN PERSPECTIVA
Arriesgar la vida
'Elogio del riesgo', de Anne Dufourmantelle, no es un libro que recomiende a todo el mundo. La recompensa está en sus frases, pequeñas iluminaciones
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![La filósofa francesa A. Dufourmantelle, autora de 'Elogio del riesgo'](https://s3.abcstatics.com/abc/www/multimedia/cultura/2023/12/27/anne-RvlqtVB54M6OHfqSbs17PqI-1200x840@abc.jpg)
Muchas veces nos arriesgamos a comprar un libro solo porque nos sedujo su portada, porque el nombre de su autor le habla confusamente a nuestra memoria, o porque sucumbimos a la seducción de un título. Esto último me pasó cuando una librería me envío su ... lista de novedades y no resistí la tentación de encargar 'Elogio del riesgo', de la filósofa francesa Anne Dufourmantelle. Lo hice, sin duda, movida por la consciencia de mis muchas cobardías, que son muy incómodas, porque casi nunca tienen que ver con los riesgos mayores, sino con esos miedos que entorpecen la cotidianidad: miedo al avión, a tener algún percance en un viaje, a socializar en ámbitos desconocidos, a no manejar ciertas tecnologías, a fracasar en gestiones burocráticas.
Valió la pena haberlo comprado. No es un libro que recomiende a todo el mundo, porque como era de esperarse de una filósofa francesa, colaboradora de Derrida, que ejerció durante mucho tiempo el psicoanálisis, es por momentos abstruso; pero para los que, como yo, son lectores obstinados y se sienten atraídos por lo oscuro —por cierto, el libro lo publica Nocturna Editora— la recompensa está en muchas de sus frases, pequeñas iluminaciones que agradecemos por su poder de revelación: «El instante de la decisión, en el que se toma el riesgo, inaugura un tiempo otro, como el traumatismo. Pero un trauma positivo».
El postulado del libro sería: «Tal vez la vida sea, para empezar, no morir. Morir en vida, bajo todas las formas de renuncia, de la depresión blanca, del sacrificio». La invitación, pues, es a arriesgarse. ¿A qué? A asumir ciertas dependencias -»el amor es (…) un arte de la dependencia»; a desobedecer; a suspender el juicio, «a volver a la penumbra» y sostenerse allí para que aparezca «otro límite, otra orilla»; a la pasión, cualquiera que sea; a dejar la familia, para que sobrevenga «un segundo nacimiento»; a dejar que el olvido haga su tarea liberadora; a perder el tiempo y el control; a arriesgar el porvenir, el futuro que imaginábamos para nosotros.
«¿Cómo no interrogarse —escribe Dufourmantelle—acerca de lo que adviene de una cultura que ya no puede pensar el riesgo sin convertirlo en un acto heroico, una locura pura, una conducta apartada de las normas?». Sus palabras me recordaron la queja de Alain Badiou sobre la publicidad del sitio de encuentros Meetic, que promete enamoramiento «sin sufrir por ello». «Todo viene a ser lo mismo —dice Badiou—. La guerra con 'cero muertos,' el amor con 'cero riesgo', nada dejado al azar, ningún choque». La consigna contemporánea sería «evita todo peligro».
Pues bien: queriendo saber quién era Anne Dufourmantelle me fui a Internet y vi que murió a los 53 años, una edad temprana. Quise saber cómo. Pues bien: pasaba unas vacaciones frente al mar, en Ramatuelle, una pequeña villa, cuando vio que dos niños se estaban ahogando. Sin vacilar, se lanzó a salvarlos, y lo logró, pero a costa de su propia vida. Resulta imposible no asociar su elogio del riesgo con esta acción última. «Pues el riesgo —escribió— abre un espacio desconocido. ¿Cómo es posible, estando vivo, pensarlo a partir de la vida y no de la muerte?»
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