En perspectiva
Asesinos que sufren
Cada vez que leo sobre una matanza realizada por gente joven en escuelas norteamericanas, lo que más me inquieta es qué tipo de persona era el asesino
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El 28 de marzo de este año Audrey Hale salió de su casa con una bolsa con armas, se dirigió en su automóvil a la escuela primaria Covenant, en Nashville, Estados Unidos, donde había estudiado de niña, entró por una puerta lateral y disparó ... a las personas que encontró en su camino. Mató a tres niños y tres adultos antes de morir ella misma a manos de la policía. Cada vez que leo sobre una matanza realizada por gente joven en escuelas norteamericanas, lo que más me inquieta es qué tipo de persona era el asesino. Quiero comprender.
Porque lo demás ya lo sabemos: se trata de una sociedad que no ha logrado controlar la venta libre de armas a gente de todas las edades, muchas de ellas con antecedentes violentos o con trastornos mentales. Escandaliza, por ejemplo, la tarjeta de Navidad que envió en diciembre pasado Andy Ogles, un funcionario republicano que representa el distrito de Nashville—donde se realizó la matanza— en la que él, su esposa y dos de sus hijos posan sonriendo delante del árbol de navidad, ¡empuñado cada uno un rifle!
En su libro 'Héroes. Asesinato masivo y suicidio', Franco «Bifo» Berardi trata de dilucidar lo que hay detrás de las masacres. Advierte que no le interesa el psicópata que asesina en serie, sino «los que sufren y se vuelven asesinos porque así dan rienda suelta a su necesidad patológica de publicidad y porque en ello ve una salida a su infierno». Lo que leemos en las páginas siguientes resulta estremecedor, porque nos permite conocer, las vidas desdichadas de algunos de los homicidas, pero en un marco determinado, el de «la agonía del capitalismo» y el «desmantelamiento de la civilización social». Por ejemplo: Eric Harris, uno de los jóvenes asesinos de Columbine, había escrito en su diario: «Todos se burlan de mí por mi físico y por lo mierda y débil que soy. Bien: os vais a enterar: os espera mi jodida venganza».
Berardi analiza cómo la épica del heroísmo de la modernidad da paso a una cultura desasosegada que crea «gigantescas máquinas de simulación» que les permiten a los jóvenes desadaptados y sufrientes erigir su propia identidad, ya sea haciéndose parte de una tribu cultural o de formas aterradoras como cometiendo asesinato y suicidio. El caso más emblemático es el de James Holmes, que en Aurora, USA, entró disfrazado de super héroe a la 'premier' de Batman y mató a varios de los espectadores. Berardi concluye: «Holmes, en mi opinión, había querido eliminar la distancia entre el espectador y la película; había querido estar en la película».
El filósofo italiano dice que en todos los casos conocidos el asesino era hombre. Lo que se sabe de Audrey es que había estudiado Arte y diseño, que estaba haciendo un duelo por una pareja y que en redes se refería a sí misma en masculino. Sus médicos le habían diagnosticado un trastorno emocional. Audrey Hale escribió a una amiga antes de perpetrar su horror: «Un día esto tendrá sentido (…) No quiero vivir. Lo siento mucho».
Como tantos otros perpetradores, sufría. Este libro ayuda, no a justificarlos, sino a entender que no son monstruos aislados sino producto de una cultura desencantada, nihilista, que a menudo acorrala a la juventud.
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