ÁNIMA NEGRA
Vázquez Montalbán, cuando el cielo se derrumba
El autor catalán diseccionó las contradicciones de la Transición en 'Asesinato en el Comité Central', un éxito editorial en 1981
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Manuel Vázquez Montalbán falleció hace ya más de 20 años en Bangkok de un inesperado infarto. Poeta, dramaturgo, gastrónomo, historiador, humorista, filósofo, barcelonista, novelista y otras muchas cosas, era un personaje poliédrico que casi todo lo hacía bien.
Pocos escritores han sido tan prolíficos ... como él. Circulaba la leyenda que siempre tenía varias máquinas de escribir dispuestas con papel sobre el carro para atender los muchos encargos. Lo mismo podía comentar un regate de Cruyff que abordar una reflexión sobre la esencia del castrismo pasando por explicar cómo se elabora arroz con almejas. Su muerte a los 64 años truncó los numerosos proyectos que tenía en su cabeza.
Vázquez Montalbán, hijo de un militante del PSUC que sufrió la represión del franquismo, fue muchas cosas. Y una de las más notables fue su faceta de pionero de la novela negra en España, un género con poca tradición en nuestro país cuando publicó en 1972 su novela 'Yo maté a Kennedy', la primera de la larga serie protagonizada por el detective Pepe Carvalho, su 'alter ego'.
Una de sus facetas más notables fue la de ser pionero de la novela negra en España
Su talento para el 'noir' llegó a su máxima expresión en 'Asesinato en el Comité Central', editada en 1981 por Planeta, un gran éxito editorial. Llevada al cine por Vicente Aranda en 1982, le consagró como un maestro de la novela negra hasta el punto de que Andrea Camilleri bautizó años después al protagonista de sus trabajos con el apelativo de 'Montalbano' en homenaje al escritor catalán. Como su título indica, la obra cuenta la historia del asesinato del secretario general del Partido Comunista de España tras su vuelta del exilio en plena Transición. En una reunión del Comité Central en un hotel de Madrid, se produce un apagón de tres minutos durante los cuales Fernando Garrido, el líder de la formación, es apuñalado y fallece al instante.
Montalbán hace un guiño a la actualidad del momento al describir a Garrido, eurocomunista y empedernido fumador que ha vuelto de París antes de las elecciones de 1977, con las características que le identifican con Santiago Carillo. «Garrido era un dirigente indiscutible y discutido», escribe el autor en referencia a la crisis que ya atravesaba el partido por sus malos resultados electorales y su evidente declive.
El Gobierno centrista, alarmado por el magnicidio, encarga la investigación a Fonseca, un veterano policía y torturador franquista. Los comunistas no pueden impedir su designación, pero contratan a Carvalho, ex agente de la CIA y viejo compañero de viaje, para que lleve a cabo una indagación paralela. Carvalho no ha olvidado que Fonseca fue su interrogador y el agente que le envió a la cárcel cuando era un joven de 20 años. Aun así, los dos empiezan a cooperar. El Ministerio del Interior quiere exonerar a la ultraderecha y las cloacas del Estado del crimen y sugiere que se trata de un ajuste de cuentas interno en medio de una gran tensión política en la calle.
Carvalho deja Barcelona y se instala en Madrid para llegar al fondo de la verdad y pronto descubre de las dificultades de la tarea. La CIA y el KGB le vigilan mientras recorre la capital en busca de huellas del asesinato.
La novela se abre con una cita de Irene Falcón que ilustra la reflexión latente en la trama: «Marx decía que los comunistas son capaces de asaltar los cielos. Cuando se enfría esa fe, cuando se comienza a dudar, cuando uno se hace descreído, se empieza a dejar de ser comunista». Hay en la novela una crisis de fe en el partido que pone en palabras de un viejo dirigente: «Antes nos reuníamos en tugurios clandestinos, ahora en hoteles». Todo ha cambiado y ya nada es igual, contra la conocida frase de Lampedusa.
Al releer la novela que devoré hace 40 años, he sentido la nostalgia por la Barcelona que describe Montalbán en las primeras páginas de la novela: la de las Ramblas abarrotadas de paseantes, la del figón Pa i Tragó cerca del mercado de San Antonio, la de la horchatería de la calle Parlament a la que yo bajaba las noches de verano, la del mercado de la Boquería, la del restaurante Agut de Aviñón y de los sombríos recovecos del Casc Antiu, en cuyas plazuelas tomaban el sol los viejos en invierno.
Ese mundo ha desaparecido para siempre, al igual que mi juventud y la memoria del autor. Sólo cabe recomendar la lectura de esta gran novela a quienes no conocieron aquella España. Desde la muerte de Montalbán, aunque el género ha florecido, nadie ha sido capaz de alcanzar las elevadas cotas de calidad literaria que él logró. L
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