iluminaciones
Pieter Brueghel, fascinación por el horror
El pintor flamenco trazó un devastador retrato de la humanidad en 'El triunfo de la muerte', obra maestra del Museo del Prado
!['El triunfo de la muerte', representación inspirada en El Bosco, pero con unos tintes que Baudelaire describió como «una baraúnda diabólica»](https://s1.abcstatics.com/abc/www/multimedia/cultura/2023/02/02/triunfo-RJyFGlQIGqssBwwMW5OVaYJ-758x531@abc.jpg)
El Museo del Prado es como un laberinto en el que uno le gustaría perderse. Cada cuadro es un mundo, una época, una forma de vivir. La primera vez que lo visité en mi adolescencia me quedé absorto ante un óleo pintado sobre tabla que ... no conocía y que aparece recurrentemente en mis sueños: 'El triunfo de la muerte' de Pieter Brueghel. Una representación claramente inspirada en El Bosco, pero con unos tintes sombríos que Baudelaire describió como «una baraúnda diabólica y grotesca que sólo puede interpretarse como una especie de gracia singular y satánica».
Brueghel 'El Viejo' no fue un artista amable, con tendencia a retratar los aspectos lúdicos de la vida humana o a exaltar la autoridad de los reyes y los cardenales. Fue un implacable pintor del lado sórdido de la existencia, de hombres lascivos, glotones y egoístas, de crápulas devastados por el vicio y el pecado. Sus creaciones pueden ser asimiladas a su contemporáneo Rabelais e, incluso en algunos aspectos, a Shakespeare. Nada humano les era ajeno.
Concepción calderoniana
Arnold Hauser escribía que la pintura de Brueghel refleja la falta de sentido y la incertidumbre que acompaña a los seres humanos a su paso por este mundo, que se reflejan en la concepción calderoniana de que la vida podría ser un sueño con un brusco despertar.
Esto está muy presente en 'El triunfo de la muerte', un cuadro en el que el pintor flamenco representa el Juicio Final. La obra data de 1562 cuando las guerras religiosas asolaban Europa y nacía una nueva sensibilidad que situaba al hombre como centro del arte. Se sabe que el óleo fue adquirido por el Duque de Medina, virrey de Nápoles, en 1644 y que luego pasó a Isabel Farnesio, que lo colgó de las paredes del Palacio de la Granja. Desde 1827, pertenece al Museo del Prado.
Al colocarse frente a la representación, la mirada del espectador queda atrapada por la devastación de un paisaje desolado, con barcos que naufragan y ciudades que arden mientras la muerte lleva a cabo de forma sistemática su trabajo. Nadie quera fuera de su alcance. Un ejército de esqueletos, cuyos escudos son tapas de ataúdes, avanza implacable sobre una humanidad condenada al Infierno.
Legión de difuntos
A la derecha del cuadro, los hombres son empujados hacia un túnel, mientras un esqueleto va segando vidas humanas con una guadaña. Horcas, palos con ruedas, patíbulos y hogueras ilustran las escenas de ese apocalipsis en el que nadie puede salvarse. Una legión de difuntos saluda desde un torreón a los vivos que pronto van a engrosar sus filas.
Algunos intentan luchar como un caballero que desenvaina su espada. Un bufón se intenta ocultar tras una mesa. Y una pareja de enamorados canta y toca el laúd. Pero el espectador sabe que son gestos inútiles porque nadie podrá escapar de las garras de esos esqueletos que atrapan a las doncellas y degüellan a los indefensos. Un famélico caballo rojo, sobre el que cabalga un fantasma, salta sobre los que están a punto de entregarse a la muerte. En la parte inferior izquierda del cuadro, un rey tendido en el suelo parece esperar resignado su hora final.
Fuerza hipnótica
No hay ni el menor signo de esperanza porque toda la humanidad es castigada por sus pecados sin posibilidad de salvación. La mirada de Brueghel convierte al hombre en un monstruo sin dignidad, confrontado a una naturaleza idílica que aparece en algunos de sus trabajos. Los seres humanos se parecen mucho más al Satanás con la boca de un pez que devora inmundicias, que se muestra en su cuadro 'Dulle Griet', que a criaturas hechas a imagen y semejanza de Dios.
El único signo de la presencia del bien es una cruz solitaria, a la que nadie presta atención porque los hombres han perdido la fe. Están ocupados de huir de la muerte o de disfrutar de un último momento de placer en un inútil intento de escapar del vacío. Si Sartre veía que la existencia humana es un empeño de eludir la nada, Brueghel es mucho más pesimista porque la única realidad de este valle de lágrimas es el mal, un mal que impregna la naturaleza humana y que es consustancial a la vida.
Pese a su profundo pesimismo, hay en 'El triunfo de la muerte' una fuerza hipnótica que atrapa y que lleva la mirada hacia la catástrofe, tal vez porque en todo ser humano existe ese fondo autodestructivo que produce a la vez horror y fascinación.
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