libros
En las orillas periodísticas de Joseph Michell
ensayo
El recopilatorio 'El fondo del puerto' explica cómo fue peor periodista de lo que se pensaba y mejor escritor de lo que ya era
Atención 'new jornalists' y neocronistas: Mitchell lo hizo todo mucho antes y mucho mejor. Ahí se alza la cima de su arte que es el casi borgeano 'El secreto de Joe Gould' (con traducción del gran Marcelo Cohen e inspirador de un filme más ... bien intencionado que bueno del gran Stanley Tucci). Ahí sigue vivísimo su fantasma en discípulos como Gay Talese o la también 'flâneur' profesional y neoyorquina 'cum laude' Lucy Sante, quien prologa 'El fondo del puerto'.
Mitchell fue hijo de granjeros sureños y aseguraba que todo lo que sabía de su oficio lo había aprendido del 'Dublineses' de Joyce y de los esqueléticos dibujos del mexicano José Guadalupe Posada. A Mitchell le enorgullecía encontrar en lo suyo —como en la gracia siniestra de Posada— «cierto humor al que sólo puedo definir como 'humor de cementerio' en el que a veces la anécdota es la protagonista y otras es algo más secreto y que apenas se intuye en las conversaciones que reproduzco o en un pequeño detalle al fondo de una determinada escena...».
ENSAYO
'El fondo del puerto'
- Autor Joseph Michell
- Editorial Anagrama
- Año 2023
- Páginas 248
- Precio 19,90 euros
Mitchell —cuyo don para escuchar y ver una gran pieza en lo que nadie veía y oía era casi sobrenatural, dicen— descolló primero como magistral aprendiz en periódicos que ya no existen (sus artículos allí están recopilados en 'My Ears Are Bent'). Pero fue en 'The New Yorker' donde alcanzó su plenitud y gloria. Allí lo convocaron en 1937 y le sugirieron que escribiera sobre gente anónima pero formidable: domadores de circos de pulgas, 'mohawks' trabajando en la construcción de puentes y rascacielos, el rey de los gitanos, predicadores callejeros, una pareja que vivía en una cueva del Central Park... Era normal verlo en sus lugares favoritos: el Metropolitan Museum, el Oyster Bar de la Grand Central Station, la librería Gotham, el ferry a Staten Island y, muy especialmente, el Fulton Fish Market.
Mitchell pasaba buena parte del día caminando y buscando y encontrando
Mitchell pasaba buena parte del día caminando y buscando y encontrando. Mirando a través de prismáticos las fachadas de sus edificios más amados, mudándose de departamento cada mes durante su primera década en Nueva York para así poder vivir en toda la ciudad y comprenderla mejor. Allí, también, fue donde se consagró a un largo crepúsculo. Varias décadas sin entregar nada pero, aún así, acudiendo todos los días, trajeado y sombrereado, a su despacho para ver si algo surgía.
Mitología
Los mitólogos dicen que ese vacío era el precio de haber desenmascarado al auténtico farsante Joe Gould al poner por escrito que el supuesto libro cósmico que esta especie de epifánico bohemio del Greenwich Village venía escribiendo desde hacía años, 'An Oral History of the World', era una ficción irrealizada (en 2016 'Joe Gould's Theet', investigación de la Jill Lepore, también formada en 'The New Yorker', descubrió que no era tan así, y que el memorialista de Gould acaso no se había portado de manera muy periodísticamente ética con su persona porque algunos detalles no le cuadraban del todo para el personaje). Otros aseguraron que los criterios de perfección de Mitchell se habían vuelto tan divinos que no habían conseguido otra cosa que poner de manifiesto la imperfección de sí mismo. Algunos, más prácticos, diagnosticaron que el hombre arrastraba una depresión sin salida.
A partir de entonces, 1964, silencio y buscar objetos en la basura, pasear por necrópolis, lamentar el fin de una época y, por fin, su triunfal recopilación total de 1992 'Up in the Old Hotel' (que reunía a sus cuatro libros descatalogados hacía mucho tiempo). Allí entró y de allí sale este 'El fondo del puerto' (1959), considerado el mejor de sus libros sueltos y donde Mitchell aparece investigando las orillas de Manhattan, descubriendo lugares y personajes, esperando la salida y entrada de barcos y, lo más importante de todo, pintándolos a su manera.
Resulta que sus personajes eran un compuesto de varias personas, sus conversaciones eran una mezcla de varios diálogos
La biografía del 2005 'Man In Profile: Joseph Mitchell of The New Yorker' de Thomas Kunkel no hizo más que confirmar lo que ya se sabía. Allí y aquí, de nuevo, la historia de un hombre bueno, de un generoso colega que «tenía algo de ángel» (aunque nunca soportó a Truman Capote) y de un marido ejemplar. Y la revelación de que Mitchell siguió escribiendo hasta su muerte: pero que empezaba mucho y no terminaba nada y que estaba bloqueado; porque quería escribir sobre él mismo y no podía. Y sí: resulta que sus personajes eran un compuesto de varias personas, resulta que sus conversaciones eran una mezcla de varios diálogos a veces separados hasta por años de distancia. ¿Importa? ¿Cambia todo esto en algo a la estatua de Mitchell quien, en más de una ocasión, postuló la «salvaje exactitud» como estilo? Los puristas gruñen que sí.
Pero tal vez, con «salvaje exactitud», Mitchell no se refería a la realidad sino a la mejor manera de verla y de oírla y luego de escribirla y leerla. Así, mejor pensar que tal vez Mitchell haya sido peor periodista de lo que se pensaba pero aún mucho mejor escritor de lo que ya era. 'El fondo del puerto' es prueba incontestable de ello.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete