CRÍTICA DE:

'El niño que perdió la guerra', de Julia Navarro: contra los totalitarismos

NARRATIVA

La autora madrileña regresa a la novela con una potente y emocionante historia, desarrollada en la Rusia de Stalin y en el franquismo

Otros textos de la autora

Julia Navarro tiene en su haber exitosos títulos, como 'Dime quién eres' Óscar del Pozo

En 'Una historia compartida. Con ellos, sin ellos, por ellos, frente a ellos', reciente ensayo de Julia Navarro, una de las figuras estudiadas es Anna Ajmátova. Y precisamente una de sus composiciones, 'Réquiem', abre la nueva novela de la escritora y periodista madrileña, ... en la que se rinde homenaje a la gran poeta rusa y a otros muchos creadores acosados, perseguidos, encarcelados por el estalinismo: Marina Tsvetáieva, Borís Pasternak, Ósip Mandelshtam, Isaak Bábel…

Tras exitosos títulos, como 'Dime quién soy', 'De ninguna parte' y 'Tú no matarás', entre otros, Julia Navarro vuelve con una potente y emotiva historia, desarrollada, en tiempos oscuros, en dos escenarios.

NOVELA

'El niño que perdió la guerra'

  • Autora Julia Navarro
  • Editorial Plaza & Janés
  • Año 2024
  • Páginas 640
  • Precio 24, 90 euros

Por un lado, el Madrid de 1938, cuando el ejército republicano presiente su derrota, y poco después se produce el triunfo franquista y, por otro, el Moscú de finales de los años treinta, con un Stalin que ha impuesto un régimen de terror, que machaca toda disidencia y ha sembrado de gulags el territorio. A ese Moscú llega el pequeño Pablo, un niño español a quien lleva a la URSS Borís Petrov, consejero militar ruso durante nuestra contienda civil, por petición de su camarada comunista Agustín. Pablo forma parte de los llamados 'niños de la guerra', pero su trayectoria será diferente, pues Borís Petrov le deja al cuidado de su mujer, Anya, que le tratará con el mismo cariño que a su propio hijo, Ígor. A ese viaje se había opuesto Clotilde, la madre de Pablo, que intentará por todos los medios conocer su paradero.

En Clotilde y Anya, Julia Navarro traza dos extraordinarios personajes. Clotilde dibuja magníficas caricaturas y Anya es poeta y pianista. Las dos son mujeres que luchan por su independencia, sorteando enormes dificultades y el machismo reinante, y muestran una envidiable resiliencia. Y, junto a ellas, concibe otros bien caracterizados, como sus maridos, Agustín y Borís, un tanto ingenuos, a los que la ideología les ciega, y les impide ver cómo es en verdad el 'paraíso' comunista. O los padres de cada una, sobre todo el progenitor de Anya, que busca mil excusas para justificar la Revolución de los sóviets: «El problema no es la Revolución, sino los hombres… A veces se exceden en la manera de defenderla. Tenemos que defender lo que hemos construido estos años. Ahora la Unión Soviética es la patria de los trabajadores, de los desheredados, de quienes estaban condenados a seguir siendo siervos». Y proclama algo que la realidad desmiente por completo: «Ya no hay clases, todos somos iguales».

Apasionante trama, donde historia e intrahistoria se entrelazan con acierto

También destacan Olga, tía de Anya, que desde una posición secundaria va cobrando fuerza a lo largo de la novela, o Enrique, opuesto a la deriva revolucionaria izquierdista de la II República española e igualmente al franquismo, y que podríamos considerar representante de esa ahogada Tercera España. Y se abordan las relaciones entre los personajes, tratando cuestiones, como el amor y el desamor en la pareja, los vínculos paternofiliales, la amistad…

Separadas por miles de kilómetros, Clotilde y Anya sufren la opresión de dos totalitarismos, el franquista y el comunista, que, aunque con algunas particularidades, presentan no pocos aspectos en común, aliados en masacrar la literatura, la música, el arte…, cualquier manifestación cultural que no se plegara a las consignas dictadas desde el poder. Bien afirma Anya: «Pensar es un acto peligroso», y sentencia su hijo Ígor: «Así se defiende la Revolución… encarcelando y torturando a quienes tienen un pensamiento propio, a quienes escriben poemas que no son del gusto del Kremlin».

En 'El niño que perdió la guerra' hay denuncia de los regímenes totalitarios, sea cual sea su credo, y advertencia —quizá hoy más necesaria que nunca— de los riesgos del sectarismo y la polarización, pues de una u otra forma desembocan en un nefasto extremismo en el que todos pierden. Y se realiza un emocionante canto a la pujanza de la cultura, que busca sobrevivir, aun en las condiciones más adversas, como ocurrió en la URSS con la 'samizdat' —copia y distribución clandestina de obras prohibidas—, asunto al que también se alude en la novela. Pero todo se refleja encarnándose en una apasionante trama, repleta de avatares, donde Historia e intrahistoria se entrelazan con acierto.

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