HISTORIAS ANTICLIMÁTICAS
Esa mujer que podría llamarse Fátima
Nadie vuelve ileso de un voto incumplido, mucho menos en el mediterráneo. Muerta en vida, viste diadema de espuma y caracolas
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Esta mujer, que podría llamarse Fátima, camina calzada sobre vasos de cristal y con una vajilla guardada en una maleta de rueditas. Cruza la distancia que separa el faro de Melilla Vieja del Fuerte de Victoria Grande. Da seiscientos cincuenta pasos, mientras arroja maldiciones ... en veinticinco lenguas. Esta mujer, que podría llamarse Fátima —también María o Desgracia— tiene la piel tatuada con los nombres de todos los marinos que desaparecieron en tierra. Es la registradora y notario de los desaires, la sirena mayor de un reino sin desenlaces.
Nadie vuelve ileso de un voto incumplido, mucho menos en el mediterráneo. Muerta en vida, esta mujer que podría llamarse Fátima viste diadema de espuma y caracolas que acabará convirtiéndose en corona de espinas y cuerno de caza. Esta mujer que podría llamarse Fátima, María, Desgracia o Dolores, recorre la bahía, rumiando blasfemias desde mucho antes de la guerra del Rif.
Siglo tras siglo, acude al inicio de la misma historia: la misma tarde de verano que año tras año, siglo tras siglo, vuelve a ocurrir. Por eso avanza demoliendo sobre sus alzas de vidrio. Por eso saca a pasear su vajilla y pisa fuerte hasta hacer saltar la astilla de uno de sus zapatos. Entonces se viene abajo, se abre sobre el mundo como un paracaídas de escamas. Esta mujer, que bien podría llamarse Fátima, Dolores, Angustias, Desgracia o Quebranto, nació para corregir —a la baja— la suerte de los pescadores del estrecho. «Advenedizos, aprovechados, bribones de embarcadero, hombres de esparto», la enseñaron a repetir en el catecismo de la playa de Horcas. Justo por ese motivo, porque fue evangelizada en el desaire, esta mujer que podría llamarse Fátima —y también María, Dolores, Angustias, Desgracia, Quebranto o Ifigenia— camina como un navajazo. Brilla como el arma blanca de un mar color turquesa.
Se transmitieron la desgracia como una llama olímpica. Fueron educadas en la espera
A ella, y a su madre, su abuela, su bisabuela y su tatarabuela. Se transmitieron la desgracia como una llama olímpica. Fueron educadas en la espera y más adelante en la venganza. Las alimentó el agravio. Se las apañaron para tejer infortunios en las redes de los patronos y armadores e invocaron tormentas batiendo sus vestidos de dos colas. Hija de la primera embaucada, Fátima, que podría llamarse Quebranto, acude con las hadas melusinas cada cincuenta años al encuentro de un pescador que no honrará la palabra dada. Lo hará él y sus hijos, sus nietos, bisnietos y tataranietos. Un árbol cobarde y genealógico que lame la orilla de una playa.
Prófugo, reo o muerto de hambre según la ocasión, el pescador de turno al que espera esa mujer que podría llamarse Fátima se presenta ante cada mujer como una criatura desvalida, hambrienta y desfavorecida por la justicia humana. Alguien que apenas puede comer y al que cada una de estas hembras de cola bífida alimentan con mejillones y enriquecen con monedas de oro y plata. Lo hacen una y otra vez, no porque lo deseen, como aquella primera que lo hizo por quiso.
Lo hacen atadas a un destino que alguien se empeñó asignarles y que ellas cumplen porque a nadie se le ha ocurrido no hacerlo. El cobijo, alimento y los tesoros los conceden a cambio de un matrimonio que jamás ocurrirá. En la leyenda que cuentan las tejedoras, el amante ingrato se casa con otra mujer de la Ciudadela, que es como ocurre, dentro y fuera de cualquier fantasía. La vida real es esa desgracia que nos pasa a todos.
Las mujeres amarradas a semejante desenlace piden para sí mismas una mano de póker, un desembarco en Normandía. Se la juegan al brochazo de sal y al vellón dorado del pubis envuelto en escamas. Es por ese motivo, justo por ese y no otro, que esta mujer que podría llamarse Fátima, María, Dolores, Angustias, Desgracia, Quebranto, Ifigenia o Europa, recorre la bahía haciendo sonar sus tacones como copas de cristal al estallar contra al suelo. A ella, como a las que la antecedieron, las aceptaron en prenda y las olvidaron a los pies de un faro. Cuentan los melillenses, acaso malinformados, que sus llantos cruzan el litoral, pero se equivocan los juglares y trovadores.
No son suyos los gemidos. Son los llantos de hombres muertos del mar de Homero
No son suyos los gemidos. Son los llantos de hombres muertos del mar de Homero: los desertores, los cobardes, los impostores, los desmemoriados, los muertos en vida, los padres, los eunucos, los polinizadores.
Prendidas en fuego, esta mujer que podría llamarse Fátima, María, Dolores, Angustias, Desgracia, Quebranto, Ifigenia, Europa o Incendio, le entran ganas de esparcirse. Corre, calzada sobre copas de cristal hacia la playa de los Cárabos. Desea evaporar la charca en la que faenan todos los pescadores, y sus hijos, y los hijos de sus hijos. Quiere verlos pagar la promesa incumplida. Quiere morderles el corazón como la sierpe de Shakespeare en un solsticio de verano. En los mares sembrados de muertos, en el mar de Ulises, toda promesa es un pecio y hasta un perro recibe más amor que mujer que podría llamarse Fátima, María, Dolores, Angustias, Desgracia, Quebranto, Ifigenia, Europa o Incendio, y que camina de un lado a otro del litoral, haciendo estallar sus copas de cristal contra el suelo. Y los platos, las ensaladeras, las soperas y salseras. Por ahí va esparciendo su vajilla, rota a pedazos, por toda la bahía
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