Cambio de tercio
Contra el público
Cuando el pianista no llevaba ni un minuto mimando su teclado, un estertor de dimensiones ultraterrenas amenazaba con romper el embrujo
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Quizá el público no tiene la culpa. Quizá entre las nobles maderas de la sala sinfónica anida una cepa virulenta del bacilo de Koch. Sólo así se explica lo sucedido en el último concierto de Daniil Trifonov en el Auditorio Nacional. Cuando el pianista ... no llevaba ni un minuto mimando su teclado con la Allemande de la Suite en La menor de Rameu, un estertor de dimensiones ultraterrenas amenazaba con romper el embrujo. Si no lo hizo fue sólo porque la emoción que Trifonov pone en cada nota es difícil de quebrar. Pero tuvo un efecto contagio.
Y nunca se sabe qué es peor: si la competencia por el papel solista entre el coro de toses o su orquestación. Se empeña el público del Auditorio en llevar botellas de agua con tapones acorazados que resuenan como un torpedo en el vientre de un submarino y caramelos envueltos en chirriantes papeles que sólo pueden ser de amianto.
Se deslizaba Trifonov en un legato que parecía importado del cielo, cuando el timbre ratonero de un teléfono móvil nos devolvió a la tierra. Todos lo oímos. Menos la señora que lo tenía en el bolso. No fue el último. Hay que reconocer a los más estridentes su irreprochable melomanía: conocen las partituras y aprovechan para hacer ruido en los 'pianissimos', sabotean la intimidad de los adagios con total determinación.
Llevan botellas de agua con tapones acorazados que resuenan como un torpedo
Justo cuando Trifonov jugaba etéreo con Mozart, como si la vida se concentrara en el espacio que hay entre el teclado y sus manos, el público decidió dejarse oír. Hubo un estrépito metálico tan sorprendente que sólo pudo ser provocado por algún caballero que hubiera acudido con armadura. Unos minutos después se escuchó un zambombazo digno de la coz de un percherón.
La estampida definitiva vino cuando Trifonov ejecutó la última nota de un Beethoven sobrenatural. Qué urgencia tienen a esas horas de la noche todos esos que siempre huyen despavoridos como si el Auditorio estuviera amenazado por Godzilla. Pero ahí estaban: remontando los pasillos como salmones. Por favor, la próxima vez no vengan. Y si vienen, dejen en casa las armaduras, los caballos, el agua, los caramelos y el teléfono móvil. Bastará con que traigan su respeto y su educación.
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