María Luisa Fernández y Prudencio Irazabal: Explosión de color y hedonismo (crítico) en el MUSAC

Este es especialmente el caso de María Luisa Fernández (Órbigo, León, 1955), que comenzó fuerte su trayectoria como parte del colectivo CVA (Comité de Vigilancia Artística) con Juan Luis Moraza, y del grupo de la Nueva Escultura Vasca (Elena Mendizábal, Txomin Badiola, Ángel Bados, Pello Irazu y Moraza), pero que se retiró de la escena en los 90 durante 20 años.

El motivo: tras la expectación inicial, su obra pasó desapercibida y recurrió a la enseñanza como medio de vida. No será hasta 2015 cuando su trabajo se revalorice con una retrospectiva en dos sedes (Azkuna Zentroa de Bilbao y MARCO de Vigo) que llamó la atención de los galeristas de MaisterraValbuena. De la cita en su espacio en 2018, '7,608,766,433 + -', bebe la actual '8.068.807.215 Sangre en oro'.

Ambos títulos corresponden a la población mundial en cada momento y evidencian el crecimiento exponencial de habitantes en el planeta en apenas seis años. Las problemáticas ecosociales están en el centro de la obra reciente de la artista, que, sin ser panfletaria, se interesa por la destrucción de los recursos por parte de los humanos. La preocupación por los animales salvajes está presente en la pieza de arranque, 'Naturaleza nerviosa', diez mesas de planchas de metacrilato superpuestas en las que se recortan figuras de animales generando un vacío alusivo a su futura desaparición.

En la pared contigua, una magnífica composición de dibujos coloristas realizados a partir de las siluetas extraídas de las planchas anteriores manifiesta un proceso libre y desinhibido. En su práctica, apunta el comisario Sergio Rubira, «hay un dialogo constante con el hacer y una cuestión muy intuitiva respecto a la luz y el color. Su intención es emocional y evita la mediación teórica».

La 'Poética de la extinción' es tema y título de dos esculturas de leonas y unas alas talladas en gomaespuma, material poco común, que les confiere un color azul ártico brillante solo hasta su futuro virado al amarillo y eventual reducción a polvo. Distribuidos por las salas (en suelo y techo) hay 16 tótems de madera de la serie 'Artistas ideales», trabajo actualizado de los 90 que representa cuñas estadísticas llenas de ironía sobre la posición del creador y su equilibrio precario. La circularidad asociada al vacío se repite en una suerte de coronas fúnebres de madera y en la instalación escultórica final -'Diseño de la tragedia'- que materializa la progresión geométrica de la espiral de Fibonacci para imaginar a dónde vamos a llegar: un incremento insostenible, aprovechado por el sistema, para convertir la sangre en oro.

La idea de espiral es clave en la exposición de Prudencio Irazabal (Álava, 1954) que huye de la pintura como extensión, consumida con el recorrido de la vista, para invitar al espectador a detenerse en cada obra y penetrar en sus capas, hasta conseguir una experiencia casi hipnótica. Se produce un movimiento perceptivo en profundidad, parecido a un zoom, gracias a la técnica y el énfasis en el conocimiento exhaustivo de los materiales. El artista ha diseccionado los componentes de la pintura (aglutinante a base de una resina extra refinada y pigmento) y trabajado de la mano de los fabricantes para obtener una superficie pura, lisa y sin accidentes.

El procedimiento exige un estricto protocolo lleno de reglas que, cuando se domina, aporta una tremenda libertad creativa. «Me gusta pensar en mi admirado Bach y la cantidad de normas que seguía. Sin embargo, las aparentes constricciones se convierten en alas con las que volar», afirma Irazabal.

¡Y vaya si ha logrado volar! En 'Contradistancia', de los 32 lienzos enormes al servicio del monumental espacio, se cuelgan hasta tres seguidos en altura obligándonos a elevar la vista como en una catedral gótica. La sensación de espiritualidad y transcendencia, aunque no es premeditada en su confección, se completa por parte del visitante navegando en el interior de los cuadros: sus dinámicos colores y trasparencias le van llevando de atrás adelante y de adentro afuera (las distancias internas de la propia pintura o 'contradistancias') en una búsqueda de la luz y la emoción que, en palabras del comisario Mariano Mayer «nunca nos sacia».

Por último, cerramos el recorrido con una experiencia inmersiva y corporal. La instalación multipantalla de Pipilotti Rist (Suiza, 1962) 'Homo Sapiens sapiens 5 alas' (2005), reabre la Sala 6, con 18 m. de altura, después de 10 años cerrada. El espectador puede tumbarse en los sofás diseñados por la artista y disfrutar de las exuberantes imágenes de dos figuras de 'Eva' flotando desnudas en el jardín bíblico, al ritmo de la música, en un universo tecnicolor placentero.

Última tanda de exposiciones en el centro leonés

María Luisa Fernández. '8.068. 807.215 Sangre en oro'. Comisario: Sergio Rubira. Cuatro estrellas.

Prudencio Irazabal. 'Contradistancia'. Comisario: Mariano Mayer. Cuatro estrellas.

Pipilotti Rist. 'Colección MUSAC'. Cuatro estrellas.

MUSAC. León. Avenida de los Reyes Leoneses, 24. Hasta el 13 de octubre

En la Sala 5, 'Apple Tree Innocent on Diamond Hill' (2003), mantiene el carácter hedonista, pero conecta con la conciencia ecológica a través del reciclaje de plásticos cotidianos, colgados de un árbol real e insertos en una proyección de paisajes crepusculares.