LO MODERNO
La revolución de las monjas
Esto no es nuevo en el viejo reino burgalés, y la prueba está en el monasterio de las Huelgas
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Las monjas rebeldes de Belorado, en el fondo y sin saberlo, siguen una antigua tradición española que, como todo lo moderno, lo habíamos olvidado. La guerra de Troya del siglo XXI se libra en este cisma del Palmar de Troya y su Helena simbólica ... es la burgalesa sor Isabel que, tras romper con la Iglesia católica y el falso obispo, ha hecho de su sayo una capa erigiéndose como «papisa» de sus nueve hermanas excomulgadas. Pero esto no es nuevo en el viejo reino burgalés, y la prueba está en el monasterio de las Huelgas.
Allí, hace nueve siglos, ya mandaban ellas: herederas reales nacidas primogénitas, pero hembras, que en no pocas ocasiones presentaban más dotes de mando, agallas y ambición que sus hermanos varones. Tras los muros de ese monasterio, paradójicamente, comprendieron su importancia en el mundo y decidieron construir un reino independiente al otro lado de sus murallas de piedra, libre de toda «agnación rigorosa» y bendecido por Dios, claro está, desde el que tejían y destejían (como sólo las mujeres, desde Penélope, saben hacer) el tapiz complejo del cambiante reino de Castilla.
Allí, hace nueve siglos, ya mandaban ellas: herederas reales nacidas primogénitas, pero hembras
La infanta Constanza, hija de los reyes fundadores, fue una de las primeras abadesas, y, al igual que sus sucesoras, llegaría a disfrutar de una autonomía y poder tan elevados que sólo estaba obligada a responder ante el Papa de Roma. Como mujer no podía confesar, decir una misa ni predicar, pero era ella en persona quien daba las licencias para que los sacerdotes hicieran estos trabajos.
Estas monjas asistieron a los partos, la educación y el entierro de reyes y príncipes y hasta armaban caballeros siguiendo el simbólico ritual del espaldarazo, eso sí, valiéndose de un maniquí articulado para no tocar ellas con sus santas manos, la espada.
Las que hablan de «sororidad» a lo mejor han olvidado que están reivindicando una condición femenina y fraternal proveniente de la apócope «sor», del latín «soror» (hermana), y que ese término pervive gracias a las mujeres singulares que han defendido y defienden juntas y por encima de poderes y leyes, el tesoro que les haya sido otorgado defender (grial, coronas, libros, pasteles, palabras o independencia) tras los muros de un convento.
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