Crítica De:
'Un lugar inconveniente', de Jonathan Littell: recorriendo las tierras de sangre de Ucrania
Ensayo
El escritor franco-estadounidense recoge una estremecedora travesía por ese castigado escenario que es la Ucrania de ayer y de hoy. Acompañado de las imágenes de Antoine d'Agata
Otras críticas de la autora
![Jonathan Littell (Nueva York, 1967) obtuvo la nacionalidad francesa en 2007](https://s3.abcstatics.com/abc/www/multimedia/cultura/2024/11/18/jonathan.jpg)
«El tema intratable vuelve a mí», dirá el autor de 'Las benévolas', pero también de ensayos igualmente admirables como 'Lo seco y lo húmedo', Jonathan Littell, nada más empezar su nueva obra 'Un lugar inconveniente'. Una estremecedora, durísima y a cada paso magnífica ... travesía por esa «tierra de sangre», de apariencia inagotable, que es la Ucrania de ayer y de hoy.
El adjetivo de «intratable» se lo inspiró una frase de Maurice Blanchot al responder a la petición de escribir para una revista sobre «literatura y cuestión ética»: «Otra vez tengo la certeza de que ese tema vuelve a mí porque es intratable». ¿Cómo eludir hablar de unos temas que tantos esquivan con horror? Littell seguirá respondiendo: «Es como una pedrada en la cabeza que me noquea. Ni siquiera había empezado y ya estaba exhausto».
ENSAYO
'Un lugar inconveniente'
![Imagen - 'Un lugar inconveniente'](https://s1.abcstatics.com/abc/www/multimedia/cultura/2024/11/18/1640portamercedes.jpg)
- Autores Jonathan Littell y Antoine d´Agata
- Editorial Galaxia Gutenberg
- Año 2024
- Páginas 340
- Precio 23,50 euros
Antes de que Rusia invadiese Ucrania, Littell y el fotógrafo Antoine d'Agata empezaron a recorrer lugares del horror ucranianos como el barranco de Babyn Yar, donde los nazis masacraron en 1941 a los judíos de Kyiv (Kiev) y luego, en una cadena de atrocidades jamás interrumpidas, retomado ambos el trabajo con la guerra ya iniciada, atravesarían otro espantoso camposanto, el de la pequeña ciudad de Bucha, en las afueras de Kyiv, tras las atrocidades allí perpetradas por las fuerzas de ocupación rusas.
Una bajada al infierno por un lugar invariablemente «inconveniente», incómodo, maldito, dependiendo de los distintos estratos de memoria que se iban posando en él conforme pasaba el tiempo. Por un lado, el Babyn Yar de los impresionantes poemas de Yevtushenko, de Ilya Ehrenburg y de una reciente Mariana Kiyanovska, o de la música estremecida de Shostakóvich, un barranco en la periferia de Kyiv donde fueron asesinados, nada más dar comienzo la Operación Barbarroja, la invasión alemana de la URSS, 33.771 judíos ucranianos, entre los días 29 y 30 de septiembre de 1941. Llevado a cabo por los 'Einsatzgruppen', los feroces escuadrones de la muerte de las SS, fue el ensayo «manual» de las futuras cámaras de gas, llamado «el Holocausto por las balas».
Según la esencia de Putin y su régimen, un nazi 'es un ucraniano que se niega a admitir que es ruso'
Un lugar «inconveniente», cuya memoria «fragmentada, como un caleidoscopio en el que cada cual contempla a sus propios muertos» incendiará las manos y mentes de muchos, esquivándola según su conveniencia: en primer lugar, estarán los asesinos y perpetradores del crimen masivo, los alemanes; pero, seguidamente, y en un lugar no menos repugnante, los soviéticos que, tras la Liberación de la patria, se negaban a reconocer el carácter racista y genocida de la bárbara masacre, privilegiando tan solo, tal y como sería la línea oficial del Partido Comunista, las víctimas soviéticas de la guerra y la heroica lucha contra el fascismo.
Daba igual si el dato clamoroso e incontestable es que se trataba de población judía indefensa, de familias enteras exterminadas con sus ancianos, niños y bebés aún en brazos de sus madres. Con el tiempo, capa tras capa, el barranco del infierno, se iría cubriendo hasta quedar absolutamente plano. «En otros tiempos —dirá Littell— la gente sencilla del centro de Ucrania, que tomando como referencia el río Dnipró, divide el país en dos, creía que 'Dios creó la tierra plana y Satanás surcó los barrancos'. En Kyiv, los alemanes, y luego los soviéticos, prolongaron la obra de Dios y borraron la del diablo».
Babyn Yar
Pasada la Segunda Guerra Mundial, los poderes y representantes públicos de cada momento se ocuparían de que no quedara nada de ello, una y otra vez: el terreno había quedado nivelado, rellenado, ocultado. En 1965, Elie Wiesel, a petición de un periódico israelí, hizo un viaje a la URSS. Al querer visitar Babyn Yar, los guías se negaban a llevarlo: «No vale la pena el viaje, no hay nada que ver», le contestaban invariablemente. También el escritor soviético judío Vasili Grossman hablaría de esas «tierras que ondean bajo los pies, blandas, grasas», refiriéndose en su caso a Treblinka: «La tierra sin fondo de Treblinka, moviente como el abismo del mar, se ha tragado más vidas humanas que todos los océanos y los mares del globo. La tierra vomita fragmentos de huesos, dientes, objetos, papeles; no quiere guardar secretos».
¿Qué ha quedado de todo ello, qué huellas, de aquellas brutales atrocidades y violencia encadenada, sin un respiro, en «tierras de sangre», hasta llegar a las nuevas masacres de Bucha e Irpín, se preguntarán una y otra vez Littell y su amigo el fotógrafo d'Agata? 'Tierras de sangre' (Galaxia Gutenberg), como las llamará en su espléndido libro el historiador Timothy Snyder: «La historia real de los nazis reales y de sus crímenes reales en las décadas de 1930 y 1940 se dejan continuamente de lado (…) Por ese motivo, Volodymyr Zelenski, a pesar de ser un judío cuyos familiares lucharon en el Ejército Rojo y murieron en el Holocausto, puede ser tildado de nazi. Zelenski es ucraniano y por tanto nazi. Según la esencia de Putin y de su régimen, un nazi es 'un ucraniano que se niega a admitir que es ruso'».
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