UNA MIRADA ACADÉMICA
La lavanda
Nada mejor que un jardín alegrado por el suave color lavanda del espliego y el olor de la alhucema
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La planta aromática que hoy todos llamamos lavanda (lavandula angustifolia) es conocida desde tiempos inmemoriales en el clima mediterráneo, pero su nombre, lavanda, no es tan antiguo en nuestra lengua. Fue seguramente préstamo del francés lavande (y este quizá del italiano ... lavanda) en época relativamente moderna. Hay que esperar a la segunda mitad del siglo XVIII para que la palabra aflore en registros escritos y diccionarios, y cuando lo hace, es dentro de la expresión espíritu de lavanda o agua de lavanda, porque esa solución destilada tenía el fin higiénico de limpiar, eliminar manchas o difuminar los malos olores propios de la enfermedad y la suciedad.
Ya en uno de los sainetes de don Ramón de la Cruz, 'El chasco de los aderezos' (1765), se habla del agua de lavanda, y también en tratados de desinfección, como 'El antimefítico o licor antipútrido y perfectamente correctivo de los vapores perniciosos' (1782), de Jean Janin de Combe-Blanche. Asociada sobre todo a la colonia o a la esencia aromática, lavanda es aún voz minoritaria durante el siglo XIX y la primera mitad del XX frente la tradicional española, espliego.
La forma original de la palabra fue espligo, todavía hoy empleada en Aragón. El diptongo que adquirió después, espliego, se suele atribuir a la analogía con la palabra pliego, porque la planta se vendía en ramilletes plegados. Espliego es diminutivo que deriva de la misma raíz que espiga, algo así como ‘espiguita’, término que se relacionó con la lavanda por la forma alargada en la que crecen sus ramas y flores, similar a las espigas de cereal.
Ya en uno de los sainetes de don Ramón de la Cruz, 'El chasco de los aderezos' (1765), se habla del agua de lavanda
Hasta avanzado el siglo XX espliego ha sido la voz más común para nombrar a esta hermosa y olorosa planta, pero ya a finales de la Edad Media encontramos una alternativa, el arabismo alhucema. Implantada en todo el suroccidente peninsular, es extraordinario el sinfín de variantes en que la voz se desmenuza en el habla rural de Andalucía, Extremadura y el occidente manchego: lucema, algucema, agucema, ajucema, aucema, ucema o, por cruce con azucena, alzucema.
Aunque en el siglo XVIII las fuentes hablan de sahumerios de alhucema para purificar los ambientes, o del aceite de espliego para fabricar jabón o compuestos farmacológicos, el término que triunfó en los productos de higiene y cosmética fue lavanda. Apenas se utilizaron expresiones como agua de espliego o jabón de alhucema, de suerte que esas palabras quedaron poco a poco reservadas para la planta. La popularidad de lavanda desde el siglo XX también explica que sea la única de las tres que se ha extendido para designar al color malva o lila característico de sus flores.
Nada mejor que un jardín alegrado por el suave color lavanda del espliego y el olor de la alhucema.
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