Cinco minutos de gloria
¿Lina Morgan?, ¿Lina qué?...
Nadie se acordaba de ella, ni los programas televisivos más sanguinarios en el ejercicio de criticar, hasta que se ha estrenado una serie documental
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¿Lina Morgan? ¿Lina qué? Si me pusiera a preguntar a las novísimas generaciones por Lina Morgan, me mirarían con cara de extrañeza, con un mohín que denota algo así como «de qué cosa viejuna me hablas». Y no les voy a quitar algo de ... razón. Hace muchos años, para mí Lina Morgan era un personaje casposo con el que se reía mi padre a mandíbula batiente cada vez que ponían en la tele un capítulo de 'Hostal Royal Manzanares'. Para mayor inri, tenía un amigo que se tiraba por los suelos, se tronchaba, cuando en esas sesiones televisivas veía a la susodicha cruzar las piernas en unos ejercicios imposibles mientras componía unas muecas absurdas (hasta patéticas, a mi 'elevado' entender de entonces) y al que yo le afeaba su gusto por semejante disparate estético. Para colmo, se la tildaba como el(la) «Chaplin español(a)«. Lina murió en 2015 entre unos cuantos misterios sin esclarecer, de grado mayor en el barómetro de lo morboso: que si era lesbiana porque no se le conocía pareja alguna y el pelo lo llevaba corto; que si tuvo metido en un arcón a su muy querido hermano José Luis, que murió de sida; que si era más de derechas que Franco…
¡Qué España más triste la de aquella dictadura! Mejor no mirar hacia atrás ni por el espejo retrovisor
Nadie se acordaba ya de ella, ni los programas televisivos más sanguinarios en el ejercicio de criticar, hasta que se ha estrenado una serie documental donde aparecen reivindicando su obra y gracia lo más granado del humor español sumado a algún otro erudito desfasado. Como los años te dan ese plus que te permite carcajearte hasta de tu sombra primero (de todas las demás, después, faltaría más) y no dar por válidos ninguno de tus empecinamientos de juventud, me puse a ver los tres capítulos en compañía, para mayor castigo mío, de alguien que también se tronchaba en su más tierna infancia con Lina Morgan. Sí, yo estaba más que equivocada: Lina Morgan era un genio, y me parto y troncho con sus trastadas. Lo confieso y no me avergüenzo, como antaño. Era una payasa de manual y, como los payasos del circo más clásico, la mueca se dibuja tragicómica. Pero, sobre todo, me quedo con lo que intuyo detrás de su máscara, detrás de tanta purpurina: ¡qué España más triste la de entonces, la de aquella dictadura! Mejor no mirar hacia atrás ni por el espejo retrovisor.
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