libros
Julian Barnes, cuando manda la mente sobre la carne
NArrativa
Nos entrega una breve novela, 'Elizabeth Finch', en la que recorre sus constantes narrativas con desigual resultado. No obstante, sorprende y estimula como siempre
Este es un libro breve escrito por un escritor enorme y que, por lo tanto, podría haber sido un libro grande; pero su autor optó, con humilde soberbia, por preferir no hacerlo. Lo que hace de ‘Elizabeth Finch’ de Julian Barnes (Leicester, 1946) algo ... muy interesante cortesía de quien seguramente es el autor más admirable de su nacionalidad/generación por su siempre sutil vocación experimental bien envuelta en una tradicional capa ‘british-francófila’. Así, en la obra de Barnes, lo mejor de ambos mundos en títulos como ‘El loro de Flaubert’, ‘Una historia del mundo en diez capítulos y medio’, ‘Arthur y George’, ‘Nada que temer’, ‘Niveles de vida’ o esa maravilla (aunando crónica histórica, memoria personal y tempo narrativo de lo imaginado adecuándolo al relato de lo verídico), que es ‘El hombre de la bata roja’.
Sí: Julian Barnes se nutre de lo ajeno que pasó pero que, en su caso, nunca va a hacer suyo. Y no duden que, a estas alturas, es más que evidente que nunca lo va a hacer, pese a que, en realidad, llegó para quedarse y, en poco tiempo, ser considerado un clásico.
NOVELA
'Elizabeth Finch'
![Imagen - 'Elizabeth Finch'](https://s1.abcstatics.com/abc/www/multimedia/cultura/2023/03/15/1558portafresan-U22108013314Atr-224x330@abc.jpg)
- Autor Julian Barnes
- Editorial Anagrama
- Año 2023
- Páginas 200
- Precio 18,90 euros
Todo lo anterior tampoco le ha privado de amasar y pintar buena crítica gastronómica y de arte así como de disparar algún policial ‘freak’ con el alias de Dan Kavanagh. ¿Quién da más? Respuesta: Julian Barnes.
Ahora, en ‘Elizabeth Finch’, Julian Barnes vuelve a hacer buen uso de técnica mixta: ‘nouvelle’ testimonial, ensayo filosófico, deconstrucción biográfica y ‘memoir’ muy personal para contar una historia de iniciación. Todo alrededor de una esquiva figura de mujer (motivo en el que Barnes siempre parece sentirse muy a gusto) que acabará des/configurando a quien la revive.
No es un fracaso aunque sí cuente el fracaso de quien se queda a solas y con hambre de más
Y aquí ese tótem hembra es la madura y anticuada a la vez que atemporal conferenciante-historiadora Elizabeth Finch a quien Neil —treintañero, divorciado doble, padre distante, ex actor y ahora cultivador de setas y tomates— conoce asistiendo a uno de sus cursos sobre «cultura y civilización». Neil no redacta a tiempo su trabajo final (que el lector sin embargo podrá leer aquí como central y tardío tributo acerca del imperial Juliano el Apóstata) pero en cambio invita a comer a su maestra iniciando así un rito que se extenderá a lo largo de dos décadas.
De esas materias y de esos encuentros se nutre a la vez que alimenta ‘Elizabeth Finch’. Espécimen que, por momentos, remite a ciertas maniobras de J. M. Coetzee y de Iris Murdoch así como a la magnífica comprensión que practicó Saul Bellow en un formidable trío de novelas cortas justo antes de la más amplia y triunfal despedida con su ‘Ravelstein’: también modélico modelo de la observación del otro y de sus efectos sobre ese uno que lo observa.
Platónico cariño
Y Neil, claro, es el típico narrador «poco confiable» de la estirpe de James-Conrad-Ford quien parece orbitar alrededor de su encandiladora y socrática maestra con platónico cariño. Pero, también, con un cegador deseo por comprenderla que ni él mismo parece comprender del todo. Del mismo modo en que nunca la comprendió el hermano de Elizabeth o la hizo más comprensible la fugaz visión de uno de sus posibles amantes. En este sentido -en sus digresiones y contradicciones y su estructura en tres movimientos- buena parte de la crítica en inglés ha acusado a ‘Elizabeth Finch’ de no saber muy bien qué quiere finalmente ser o hacer.
También se le reprochó el no mostrarse del todo interesada en conocer a su personaje imaginario ni en reconocerse a fondo como ‘roman à clef’ (se ha precisado que la carismática a la vez que contenida ‘Elizabeth Finch’ un es velado retrato de la fallecida en 2016 escritora e historiadora Anita Brookner, a la que Barnes dedicó un sentido obituario en ‘The Guardian’).
Sin embargo, esta certera incertidumbre (que, también, de algún modo parece contraponer una no falsa pero sí ambigua modestia a la ambición meta-panorámica de la reciente y portentosa ‘Desde dentro’ de Martin Amis) es lo más interesante de ‘Elizabeth Finch’. Una -otra- barnesiana ‘love story’ donde en esta ocasión prima la mente sobre la carne sin que esto evite un virtual y muy virtuoso, sí, ‘valentine’ a la maestra con cariño.
La cancelación
Porque lo que aquí vale —lo que aquí se quiere finalmente contar, porque eso es lo que cuenta— no es quien enseña y, luego de caer en reaccionaria y canceladora desgracia académica, deja el estrado del mundo ya en la primera parte del libro. No: lo que se impone y más pone aquí es lo que se enseña y lo que, al aprenderlo, pueda o no cambiar por entero a un discípulo un tanto incompleto. No un «Para Elizabeth» sino un «Por Elizabeth». En este sentido, ‘Elizabeth Finch’ —digan lo que digan los demás— no es un fracaso aunque sí cuente el fracaso de quien se queda a solas y con hambre de más.
Y detalle mencionable: es la estoica Elizabeth Finch —y no el futuro heredero de su archivo y finalmente elegíaco pero poco riguroso biógrafo Neil— quien siempre paga la cuenta de esas tantas comidas tan sustanciosas en la mesa como en el escritorio. Pero es Julian Barnes quien, con ‘Elizabeth Finch’, no sólo ofrece sabroso menú sino que, además, nos deja muy buena propina.
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