TEATRO
El juego de personalidades de 'María Luisa', de Juan Mayorga
CRÍTICa
Lo último del dramaturgo, académico y director de escena, en el Teatro de la Abadía, no es solo una obra sobre la vejez, sino también sobre la necesidad de soñar
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Más allá del humor, de la imaginación, de la ternura o del deseo, en ‘María Luisa’, la última obra de Juan Mayorga, se escenifica la capacidad del ser humano para robarle a la vida una oportunidad más. ‘María Luisa’ no es, por tanto, ... solo una obra sobre la vejez, sino también sobre la necesidad de soñar, sobre la necesidad de seguir estando acompañado de los sueños. En clave de comedia, Mayorga crea unos personajes que siguen buscando el brillo de sus ilusiones.
Tanto María Luisa, como Angelines, como Raúl, son seres perdidos en la grisura cotidiana, pero que mantienen intacta la idea de que al otro lado de sus casas, de sus conversaciones, de la línea telefónica, de la jubilación o del trabajo, los sueños siguen siendo el único derecho al que no cabe renunciar, el único derecho que alguien no se puede prohibir, lo que contradice aquello que decía Jardiel Poncela de que en la vida humana solo unos pocos sueños se cumplen, que la mayoría de los sueños se roncan.
La historia parte de un asunto banal: Raúl, el portero, le aconseja a María Luisa poner más de un nombre en su buzón de correos para despistar a los ladrones. Pero los nombres por los que finalmente María Luisa se decide (Benito Beckenbauer, Emerson Azzopardi y, más tarde, Olmedo) no son inocentes, no están elegidos al azar, porque las palabras pesan, son símbolos, tienen la dimensión de lo soñado, de los amores que claman por tener un hueco en la vida, porque el amor y las palabras solo tienen un anhelo: salir de sí mismos y crear la ilusión de que el mundo es memorable.
Mayorga plantea un juego de espejos, un juego de realidades y ficciones tan cervantino como pessoano o borgeano. Si Pessoa creó con sus heterónimos los poetas que soñó ser, María Luisa crea a partir de Beckenbauer, de Azzopardi y de Olmedo los amores que sueña, que tal vez soñó siempre vivir. Van a estar ahí, en el salón, dialogando con ella, seduciéndola, disputándose su cariño, o viajando en el metro y acercándose a una sala de baile, siempre tan fantasmagóricos como reales, siempre haciendo bueno aquello que escribió Vila-Matas de que nuestro mundo somos nosotros y nuestros fantasmas, nosotros y la presencia de nuestras ausencias.
'María Luisa'
Texto y dirección: Juan Mayorga. Teatro de la Abadía. Madrid. C/ Fernández de los Ríos, 42. Interpretación: Lola Casamayor, Juan Codina, Paco Ochoa, Juan Baños, Marisol Rolandi y Juan Vinuesa. Escenografía: Alessio Meloni. Iluminación: Juan Gómez Cornejo. Vestuario: Vanessa Actif. Espacio sonoro: Yaiza Varona. Hasta el 21 de mayo
Mayorga apuesta aquí por hacer de la ligereza, de la levedad, una forma de representación, de escritura. Bajo la apariencia de una comedia, bajo las trazas de un humorismo absolutamente inteligente, bajo las líneas de un relato de salón y hasta de enredo, el escritor de pensamiento, el escritor para el que el teatro es una forma de meditación no deja de asomar la cabeza y hacerse visible. Esa es la novedad esencial de ‘María Luisa’ dentro del teatro de Mayorga: hacer que la idea sea la acción dramática, solo la acción dramática, que reflexión sobre la soledad y sobre la ilusión, sobre el afán de no ser devorados por la falta de fulgores de la vida y los estragos de la edad abandonen la pesadez y se hagan ligeros, den, como Perseo, un salto a otra forma de vida, a una nueva forma de ser representados.
Hasta diluirse
En el escenario se recrea una multitud de ambientes: la portería y los buzones de correos, el salón de la casa de María Luisa, el salón de la casa de Angelines, la calle, el metro, la sala de fiestas con su puerta misteriosa. El juego escénico viene a subrayar el propio juego de personalidades, el juego de vidas y el juego entre ficción y realidad, o por mejor decir, el lugar donde ficción y realidad pierden sus contornos hasta diluirse. Mayorga, por eso, lleva las convenciones escénicas hasta el límite, es decir, hasta hacer del escenario un espacio poliédrico donde lo real de un sofá está al mismo nivel que unas escaleras, unos interruptores o un vagón del metro totalmente imaginarios, donde se acumulan los planos de realidades superpuestas, donde todos son convenciones y, a la vez, todos son puntos de fuga.
Los mayores puntos de fuga los tenemos en los personajes en tanto los personajes reales y los ficticios conviven con total naturalidad, están en la misma dimensión. ¿María Luisa se inventa a Beckenbauer, a Azzopardi o a Olmedo, o son ellos los que la crean a ella? ¿ Pessoa se inventó a Álvaro de Campos, Ricardo Reis o Alberto Caeiro o fue Pessoa un heterónimo creado finalmente por ellos? ¿Quién creó a quién, Borges o Pierre Menard?
Ver con atención
‘María Luisa’ es una obra que hay que ver con cuidado para no perderse en su superficie, para no caer en lo mismo que aquellos que vieron el ‘Quijote’ solo como una obra de humor. Es tan grande, tan deliciosa, tan divertida, con tanto ingenio que hace del teatro una sorpresa y un lugar donde los espectadores pueden reconocer que este tiempo de soledad, que esta gran epidemia de soledad que vivimos, da pie a una de nuestras mayores aventuras personales: llenar la rutina de nuestras vidas con la locura de la imaginación, porque no hay nada más conmovedor que la risa de una mujer sola con sus amores imposibles.
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