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José Luis Garci, el hombre que sabía mirar
Resulta un sujeto sin par a uno y otro lado del charco. No solo se trata de un erudito del mejor cine de todos los tiempos
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No sabe quiénes lo subieron ni adónde, ni cómo puede ser que sus coloquios cinéfilos de treinta años sigan vivos en ese monstruoso Aleph que ahora anida en los ordenadores y en los teléfonos móviles, y que José Luis Garci elude con elegante ademán ... de caballero de otro siglo. Le resulta, por lo tanto, casi incomprensible que un escritor sudamericano vea cada semana esos debates en Youtube, los analice y coleccione, le siga a 14 mil kilómetros de distancia sus pasos por Madrid —apariciones mediáticas, incursiones radiofónicas, conferencias públicas— y que intente fundar sobre todo ese magma una especie de culto.
Pero es que Garci resulta un sujeto sin par a uno y otro lado del charco. Existen honorosas excepciones, pero hoy por hoy la mayoría de los directores de cine es menos cinéfila que algunos de sus espectadores. Les vamos ganando a muchos de ellos, pero casi todos perdemos con Garci. La otra semana, en 'Cowboys de medianoche' —lo escucho en Buenos Aires religiosamente mientras hago gimnasia—, estuvo hablando veinte minutos con gran autoridad y una pasión apenas contenida de Hopper, Vermeer, Pollock, El Greco, Velázquez, y el arte abstracto.
Y es que no solo se trata de un erudito del mejor cine de todos los tiempos, sino que es un gran aficionado a la pintura y al fútbol, un gran entendido en boxeo, un lector voraz de la literatura culta y de la popular, un radioescucha entusiasta y constante, un impenitente lector de periódicos y un seguidor puntual de los articulistas de gran calado. Lo fascinan además la fotografía, la arquitectura, la decoración y la moda, y habla de esos temas con las mismas sabiduría y delicadeza con que saborea un Dry Martini, o evoca sus encuentros con Manuel Alcántara, Billy Wilder o Deborah Kerr.
He descubierto con inquietud que puede ser un remedo de Funes el Memorioso, puesto que su precisión para el recuerdo es casi sobrenatural. Se rinde frente al espectáculo de la vida y de los artistas y artesanos que mejor la representan; es generoso sin envidias, y hace lo que Hemingway recomendaba a los escritores jóvenes: vivir con los ojos. Cuando lo dejan hablar se produce un extraño fenómeno: su palabra aguardentosa y tabacal rasga el aire y detiene el tiempo; acuden entonces con sus grandezas y minucias detalles de un mundo perdido, del que él es un testigo sociológico, puntillista, melancólico y esencial.
Ha formado sin proponérselo a varias generaciones de cinéfilos, y ahora lo siguen los jóvenes. Y creo firmemente que esos coloquios televisados constituyen un monumento al revisionismo histórico del cine, una imprescindible escuela para narradores y un tesoro que no debería perderse. Esos debates nos han obligado a mirar de nuevo películas olvidadas y a descubrir inspiradores trucos narrativos: gestos y secretos que redescubrimos y comprendemos gracias a la pericia de Garci y sus excelsos mosqueteros.
Es, ya lo sé, un director consagrado, pero me atrevo a decir que por encima incluso de sus 'films' más importantes, quedará en la historia como uno de los más grandes periodistas culturales de la lengua. No otra cosa representa un hombre que recorre, maravillado, todas las formas del arte —desde las más elitistas hasta las más plebeyas—, y luego nos las cuenta con fervor, intentando siempre contagiarnos su arrollador y desinteresado entusiasmo, su simple felicidad.
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