palabras contadas
Trabajadores de la cultura
En un país que retóricamente subraya la importancia de la cultura, resulta que los trabajadores de ese departamento son los parias de la tierra de la función pública
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Hay una divergencia creciente entre los discursos y la realidad. Somos espectadores ávidos de relatos y no nos importa si encajan con lo que sucede entre bambalinas. Vamos al caso. Hay un problema grave en el Ministerio de Cultura, arrastrado desde hace tres décadas al ... menos. En un país que retóricamente subraya la importancia de la cultura, resulta que los trabajadores de ese departamento son los parias de la tierra de la función pública. Cobran menos y no tienen las promociones que otros disfrutan.
Forman un proletariado exhausto que han ido heredando, uno tras otro, los ministros del PSOE, del PP y, ahora, el de Sumar. Pero se puede sumar cero. La única manera de promocionarse es pirarse, saltar a otro ministerio que no sea tratado como si fuera menor de edad por parte de los hermanos mayores del Gobierno. Ernest Urtasun y su secretario de Estado, Jordi Martí, proceden de un partido tan concienciado que si les analizan el ADN político, con el código de barras resultante les saldría la letra de 'la internacional'. Impulsan el Estatuto del Artista y los derechos culturales pero, de momento, tienen dificultades para explicarse en casa. De cara al exterior, llenan de ilusión sus discursos por las mejoras laborales de los trabajadores de la cultura.
Si hablan con sus subordinados, las ilusiones se convierten en elusiones. Los sindicatos ya no les creen. Los trabajadores se impacientan y se sienten maltratados por aquello de «llega mano de obra barata» con la que recibió alguno de sus asesores a la última promoción.
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