El poder siempre huele a tragedia griega
La ficción es un escudo, pero también un puente y una ventana. La ficción es un instrumento cognitivo de confrontación y, por tanto, una herramienta política
!['Los Soprano'](https://s2.abcstatics.com/abc/www/multimedia/cultura/2023/05/19/soprrrano-RfiK0Rfkq1kggRRCKr8miiI-1200x840@abc.jpg)
1. A la izquierda, sobre la mesa, 'Las 50 leyes del poder en El Padrino', de Alberto Mayol. Entre formas sutiles de la bravura, la fábula es la mejor y la más escasa. La ficción que tantea el poder mediante la palabra inverificable ... y la imaginación; el arrojo del camino indirecto que permitió a Perseo no solo mirar, sino también decapitar a esa potencia primigenia que lleva la muerte en los ojos y el cabello erizado de serpientes. El coraje del espejo: comprender mientras se mira y se escribe- que la literatura, el cine y las artes visuales no son meras herramientas de entretenimiento al servicio de la anestesia social, la distracción metafísica o el consuelo cotidiano en la sociedad de consumo. La ficción es un escudo, pero también un puente y una ventana. La ficción es un instrumento cognitivo de confrontación y, por tanto, una herramienta política de transfiguración y autocomprensión que nos recuerda que nuestra existencia individual y colectiva se agita sobre urdimbres no tematizadas que, como la resaca o las Sirenas, invitan, seducen, arrastran y desmedran. Pensar es también ejercitar el difícil arte de convivir en el marco de esos mecanismos sordos pero obstinados que la tradición filosófica dice aglutinar en la extensión de un breve vocablo de origen latino: el poder, que se mueve con la velocidad del titán o el rayo que no cesa. ¿Cómo pensarlo sin traicionar el carácter dinámico y fundamental con el que se filtra en todo régimen de sentido? ¿Cómo representarlo y vivenciarlo sin ignorar que, sobre sus lomos calientes, cabalgan la comunidad, la familia y la estabilidad psíquica? Con arrojo, dice Alberto Mayol. Con el coraje de la ficción.
2. Leo 'Las 50 leyes del poder en El Padrino' (Arpa, 2023) y pienso que el mundo parece un lugar lleno cosas y sustantivos, pero que, en realidad, estamos rodeados de acciones y de verbos. Lo estamos, al parecer, desde el más brutal de los orígenes. Al principio era el verbo, dice Juan, pero ¿qué es un verbo exactamente? ¿Qué expresa la palabra volante sino acciones, procesos y estados que afectan directa y significativamente a individuos y cosas y, por tanto, a las formas previas de comunidad que los engendran y sostienen? Al principio era el verbo, sin duda, pero resulta que el verbo es, ante todo, acción significativa, una red dinámica y potente capaz de afectar a un puñado de agentes morales y de instalarse, determinar e incluso devastar aquello que les concierne, les convoca y les turba; eso en cuyo marco cada cual se juega el tipo, la dicha y la felicidad. No es poco. No es baladí. No es moco de pavo. No parece poca la cosa nostra que son nuestros asuntos. Será que Mayol ha leído a Ortega -además de a Weber y a Maquiavelo- y que, por eso, comprende muy bien que toda reflexión lúcida sobre el presente implica una problematización conceptual del poder y, a la vez, una reflexión lúcida sobre sus formas de representación. Me da en la nariz que este libro que no reseño invita a subrayar los límites de cualquier modelo teórico de representación del poder que se contente con definiciones y sistemas de proposiciones conectadas entre sí por nexos de fundamentación. El poder es acción y el trasfondo vibrátil que lo vehicula y lo inflama no cabe sin residuo en los límites de una teoría sociológica o un sistema filosófico dobladito y bien planchado en el fondo del armario. ¿No será que Mayol ha leído a Aristóteles y que, por eso, cuando quiere pensar el presente y el poder, en lugar de detenerse en las propuestas ineludibles de Weber, Arendt, Luhmann o Bourdieu, prefiere recuperar un producto cultural de enorme rendimiento que, además de embellecer nuestras bibliotecas y nuestras camisetas, constituye un dispositivo extraordinario de interpretación y de autocomprensión colectiva? ¿No estará insinuando Bayol que Coppola y Mario Puzo llevaban la Poética de Aristóteles siempre en los bolsillos y que se sabían de memoria la definición de la tragedia y, sobre todo, su primera parte? La tragedia es la mimesis de la praxis, esto es, la imitación y representación de la acciónhumana en un contexto situacional concreto ¿Y dónde mirar para comprender, en su ejercicio, la acción humana y el poder que la configura y la desfigura ayer, hoy y siempre -pero sobre todo hoy-? Miren Ustedes la trilogía de Coppola y lean el libro de Mario Puzo a la luz de 'El Príncipe' de Maquiavelo, dice Mayol, porque «'El Padrino' es la continuación de 'El Príncipe' de Maquiavelo, pero por otros medios. El opus llamado 'El Padrino' es una obra sobre el poder, sobre su acumulación y sobre su administración. La forma que tiene es una tragedia griega; el estilo es el naturalismo». Mayol tiene más razón que un santo, aunque se olvida de Los Soprano.
3. He vuelto a ver la trilogía. He releído la novela. He trasteado las obras de don Nicolás y, por supuesto, me he deleitado por penúltima vez con el final de Los Soprano. Sublime. Cierro el libro de Mayol y me da por pensar que, en realidad, toda reflexión audiovisual sobre el poder y sus configuraciones contemporáneas tiene dos deudas innegociables: la primera es la deuda con la teología homérica y con la noción arcaica de la divinidad, que, como Ustedes saben, no remite ni a un Sujeto volitivo ni a una Persona con capacidad deliberativa, sino a un evento significativo, a una irrupción poderosa que esconde su origen y no se deja atrapar. Al igual que el poder, el dios circula como una fuerza disruptiva y, a la vez, constitutiva: eso que nos precede, nos construye, nos vehicula y nos huye; eso que no podemos predecir, comprender ni explicar plenamente recurriendo al esquema intencional de nuestra acciones, pero que acontece de manera abrupta y se instala significativamente en el decurso de nuestras vidas. Ecce deus, escribe Kerényi en unos pasajes sobre la religión antigua que me recuerdan, ¡ay!, al bueno de David Simon. El creador de la magistral 'The Wire' llegó a afirmar que el poder y las instituciones posmodernas cumplen en el presente la misma función que las fuerzas olímpicas cumplían en el teatro de la vieja democracia ateniense. Por eso, dice Simon, toda ficción audiovisual orientada al conocimiento y la comprensión cabal del poder exhala y suda y huele a tragedia griega. Huele que alimenta. La segunda deuda es con el novelista Juan José Saer y con su concepto de ficción: «...la credibilidad del relato y su razón de ser peligran si el autor abandona el plano de lo verificable. La ficción, desde sus orígenes, ha sabido emanciparse de esas cadenas. Pero que nadie se confunda: no se escriben ficciones para eludir, por inmadurez o irresponsabilidad, los rigores que exige el tratamiento de la `verdad ́, sino justamente para poner en evidencia el carácter complejo de la situación, carácter complejo del que el tratamiento limitado a lo verificable implica una reducción abusiva y un empobrecimiento. Al dar un salto hacia lo inverificable, la ficción multiplica al infinito las posibilidades de tratamiento. No vuelve la espalda a una supuesta realidad objetiva: muy por el contrario, se sumerge en su turbulencia, desdeñando la actitud ingenua que consiste en pretender saber de antemano cómo esa realidad está hecha. No es una claudicación ante tal o cual ética de la verdad, sino la búsqueda de una un poco menos rudimentaria». Ante el poder y ante la ley, que diría Kafka, el coraje de la ficción. El arrojo de la ficción y una ética no rudimentaria de la verdad que atienda, en sus hechuras, a la turbulencia histórica, a las manifestaciones del poder vigente y a la complejidad con que dicho poder asoma a cada paso en nuestras vidas: en el trabajo, en el atasco, en el cine, en la cama, en el diván, el ascensor, la biblioteca o el gimnasio. Coraje para escribir ficción, por supuesto, pero también para consumirla, rumiarla, y repensarla en paralelo a las grandes obras del canon filosófico, científico y político de Occidente. ¿Por qué ficción para evidenciar la urdimbre del poder que nos rodea como la cuerda a la garganta o el mar al que se hunde? ¿Por qué no el manual, la enciclopedia y el tratado? ¿Por qué no bastan la guía docente, la bibliografía y el canon?
Difícil no terminar con una cita de Leibniz: ¿Por qué 'El Padrino' y no la nada?
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