crítica de:
'M. La hora del destino', de Antonio Scurati: el pueblo italiano y su lugar en el mundo después de Mussolini
Narrativa
Cuarta entrega de su gigantesca empresa emprendida sobre el nacimiento del fascismo y sobre el 'Duce', Benito Mussolini
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«El pueblo italiano nunca ha sido feliz. Siempre que hemos intentado hacernos con un lugar en el mundo, hemos encontrado los caminos bloqueados. Lo que se pretende de él es que sea agradable, divertido, servicial. Este es el sueño que se incuba en ... el alma de los anglosajones», dirá en un discurso de 1942 ante la Cámara de los Fascios, Benito Mussolini, citado por Antonio Scurati en el cuarto tomo, 'La hora del destino', de su gigantesca empresa emprendida sobre el nacimiento del fascismo y sobre el 'Duce' de una nación en armas.
Gran e insustituible radiógrafo del fascismo italiano y de Mussolini, del que en breve aparecerá su ensayo 'Fascismo y populismo. Mussolini hoy' (Debate), en esta cuarta entrega de su magna saga, y multipormenorizado tapiz literario, Scurati sigue narrando el destino de una Italia ya inmersa de lleno al lado del Tercer Reich en el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial.
NOVELA
'M. La hora del destino'

- Autor Antonio Scurati
- Editorial Alfaguara
- Año 2024
- Páginas 735
- Precio 25,90 euros
Una Italia orgullosa que lucha por no quedarse atrás, como una marioneta más al servicio del sanguinario líder germánico, en el reparto del día después del armisticio y con cada batalla llevada a cabo, ya sea en África como en Grecia o los Balcanes.
Todo se sucede a un ritmo vertiginoso, en ocasiones improvisado, dependiendo de los acontecimientos: errores, accidentes, carnicerías implacables como las llevadas a cabo sobre los coptos en Etiopía, o bien asesinos que sin cesar regresan con sus terribles facturas pendientes y que Ben (como lo llama su amante Claretta en su minucioso diario e incluso en su pliego de condiciones escrito para ser la número uno entre todas sus queridas) nunca acaba de pagar.
Así sucede con esa aborrecible sombra del pasado, Amerigo Dùmini, ejecutor del socialista Matteotti, crimen («il delitto Matteotti») encargado expresamente por Mussolini, sobre el que el siciliano Leonardo Sciascia escribiría en diversas ocasiones. Asesinos o sicarios contratados desde los inicios sangrientos del Fascio, como los que acabarían con los hermanos Rosselli en Normandía, o generales como Rodolfo Graziani, antaño «héroes románticos del desierto», convertidos en exterminadores paranoicos y en sádicas máquinas de matar, emulando a los nazis. Curiosamente, todos ellos sobrevivirían a la guerra, al contrario que el 'Duce' que los dirigió o bien les dio manos libres para actuar.
La originalidad y gran atractivo narrativo de Scurati: un auténtico coro a la manera griega
Al igual que en los anteriores volúmenes, siempre iniciados con la letra 'M' ('El hijo del siglo', 'El hombre de la providencia' y 'Los últimos días de Europa'), y esta sin duda es la eficacia, originalidad y gran atractivo narrativo de Antonio Scurati (Nápoles, 1969), un auténtico coro a la manera griega, ya sea en discursos ante sus respectivos Parlamentos, como el famoso de Churchill («lucharemos en las playas, en los campos y en las calles ¡no nos rendiremos!»), y muchos más; cartas privadas, analizadas incluso en su estilo («entre los escritores hay todo un linaje de ineptos arrogantes»); comunicados de circulación interna, recortes de prensa de la época, conversaciones en la cumbre entre los dictadores del momento, todo ello va entrecruzándose como un magma coherente, sumamente elocuente y gráfico.
Un brillante magma quirúrgico que ofrece a cada paso un inusitado brío y un acercamiento vital y directo, como si estuviera ocurriendo, tanto respecto al tiempo en el que todo transcurre, como respecto a las decenas de personajes que van surgiendo en la trama, se podría decir que novelesca. Algo que se convierte en uno de los grandes aciertos y logros estilísticos y literarios de este autor voraz, que no deja ningún cabo ni dato significativo suelto.
El tiempo en el que transcurre esta nueva fase de la génesis del fascismo y su fundador Muss (como lo llamaba despectivamente Malaparte), más político que estratega o guerrero, de 1940 a 1943, enlaza de forma espléndida, y sumamente ilustrativa, no solo para especialistas, con las obras anteriores. Han pasado cuarenta años desde que el hijo de un herrero de Dovia, en la Emilia-Romagna, empezó a dar sus primeros pasos en política; casi veinte desde que se hizo con el poder absoluto y dictatorial y tan solo unas semanas desde que anunció a los italianos que ahora en el destino de la nación suenan los tambores de guerra.
Un brillante magma que ofrece a cada paso un inusitado brío y un acercamiento vital
En el inicio de esta entrega estamos finalizando junio y un mal presagio se abre en el horizonte: el héroe nacional Italo Balbo, odiado por Mussolini como un incómodo competidor en las pasiones populares, cae con su avión, abatido por fuego amigo. Conforme avancemos en la trama, el retrato actual nos muestra a un Mussolini cada vez más solo y apesadumbrado («¡todo se desmorona, no hemos sabido defender el Imperio!») aquejado de fuertes dolores estomacales, mientras voces a su alrededor murmuran sobre la necesidad de su retirada de la escena.
Voces que se superponen puntualmente a cada nuevo fracaso y retroceso tanto de las fuerzas italianas, escuálidas y mal equipadas, sorprendidas por la ferocidad de unos pocos guerrilleros «medio muertos» en las montañas griegas, o por catástrofes apocalípticas sufridas por el ejército alemán en Stalingrado, lo cual decidirá definitivamente la guerra. Pero también se suceden, imparables, las fechas del terror más absoluto, sobre todo para los judíos europeos: ese 22 de junio del 41 en el que comienza la Operación Barbarroja y con ello las salvajes matanzas «en las tierras negras del Vístula» ; el fatídico 20 de enero del 42 donde, a orillas del Lago Wannsee, se decide fríamente la Solución Final y, por fin, ese vergonzoso Dresde europeo, desconocido para muchos, que serán las bombas aliadas que caigan bárbaramente sobre la ciudad de Nápoles el 4 de diciembre de 1942, provocando una inclemente y monstruosa matanza.
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