PUES DICES TÚ
Ahora hay gente todo el año
Las dos personas normales recorren una calle peatonal plagada de artistas callejeros: violinistas, guitarristas de blues, equilibristas de bombín y pajarita, una soprano con vestido brillante y abrigo encima...
Otros textos del autor
Las dos personas normales recorren una calle peatonal plagada de artistas callejeros: violinistas, guitarristas de blues, equilibristas de bombín y pajarita, una soprano con vestido brillante y abrigo encima... Y gente, mucha gente; gente que pasea o se detiene, que intenta que no le roben ... o que simplemente está de paso hacia cualquier otro lugar.
—Menudo follón más grande —dice la primera persona normal, algo abrumada.
—Los fines de semana, ya sabes.
—Ya, pero qué follón. Antes lo sábados no eran esto. Antes la gente trabajaba.
—Pero es que toda esa gente trabaja. ¿No ves que van disfrazados de artistas?
—¿Ser artista es trabajar?
—Si te echan monedas...
—Ya. ¿Y los que están mirando?
—Tendrán que trabajar los de las tiendas. Tendrá que haber gente comprando.
—Ahí me pillas. —La primera persona normal sabe reconocer un buen argumento cuando lo tiene delante, lo que no le resta reflejos para esquivar a un grupo de manteros a la fuga—. Pero como ya no es Navidad...
—Es que ahora ya no es como antes, ahora es distinto todo. Ahora hay gente todo el año, por eso hay rebajas siempre.
—Pues podían avisar, ¿no?
—Si sí que avisan. Lo dicen mucho por la radio.
—¿Tú oyes la radio?
—Yo no. ¿Y tú?
—Yo tampoco.
—Pues así no te enteras, claro.
—¿Y cómo te enteras tú?
—A mí me lo dice el pequeño.
—¿El pequeño sí que oye la radio?
—¿La radio? Claro que no.
La primera persona normal también sabe reconocer un argumento que no va a ningún sitio.
—Pues dices tú —vuelve a empezar—, pero mucha gente, mucha gente, pero luego te vas a dos calles y ya no hay nadie.
—¿A dos calles?
—O a tres. Van adonde les digan, como si fueran animales. No piensan, te lo digo yo. La gente va a lo loco. Al bulto. Con la de espacio que hay.
—Pero estamos haciendo lo mismito...
—No, no. Lo nuestro es distinto.
—¿Por qué es distinto?
—Porque sí.
Un grupo bastante nutrido se ríe a sólo unos metros. Lleva un rato así, risueño, destacando como puede entre tanta música.
—¿Qué pasa ahí?
—¿Ahí dónde?
—Donde el corro ese.
—¿Donde el arpa?
—No, no. Ahí, fíjate. Donde las risas.
—¿Detrás del arpa?
—Delante.
—¿Detrás del mago?
—Cerca. Donde la del ukelele.
—¿Derecha o izquierda?
—Izquierda.
—¿Delante de los del ‘breakdance’?
—Detrás.
—¿Delante del mago?
—¿Qué mago?
—El que está donde el que hace de Transformer.
—¿El que no se mueve?
—No. Ese es el del paraguas. Yo digo donde la que pide firmas.
—¿Donde el que echa las cartas?
—Justo.
—Ah, ya. Donde las risas, dices tú.
Las dos personas normales se unen al corrillo más animado de toda la zona peatonal.
—Oh, mira —dice la primera persona—. Qué bonito...
En el centro del círculo, un mimo hace gestos entusiastas; en esa calle todos los hacen, pero nadie con tanta precisión.
—Sí que es bonito, sí... —confirma la segunda persona normal.
El mimo se diría atrapado en aire, pero, por más que golpea con el puño, ni la pared invisible se mueve ni sale de su encierro él.
—¿Es un payaso?
—No creo. ¿No ves que no dice nada?
—Como tiene la cara pintada...
—Ya, pero cuando llevan rayas no son payasos payasos. Los payasos payasos van a cuadros.
—Ah, claro. Llevas razón.
El mimo señala a la segunda persona normal.
—¿Qué querrá?
—Ni idea.
El mimo le pide con el dedo que se acerque.
—Quiere que vaya, creo.
—Pues, si lo has entendido a la primera, eso es que lo hace bien.
—¿Le doy una moneda o algo?
—Aguanta un poco, a ver si ha sido suerte.
El mimo simula ahora que hace girar un lazo sobre la cabeza, como si estuviera en un rodeo.
—Yo creo que viene a por mí. ¿Me agacho o me dejo cazar?
—Espera a que lance la cuerda.
—Vale.
El mimo arroja el lazo.
—¡Salta!
La primera persona normal se hace a un lado. El mimo parece desconcertado; esperaba, por lo visto, otra reacción. Abre los brazos. La gente aplaude. El mimo vuelve a dar vueltas al lazo.
—¿Qué hago ahora?
—No sé. Dispárale o algo, ¿no?
—¿Y eso?
—Es que me aburren los payasos.
—Ah, claro. Espera.
La segunda persona normal estira el índice y dispara. El mimo suelta la cuerda, se agarra el estómago, cae de rodillas. Mira impotente a su verdugo...
—Lo hace muy bien, ¿no?
—Lo hacía. Ahora está muerto. Tira.
La gente aplaude de nuevo. El mimo cae de cara al suelo y se sacude, agonizante. Las dos personas normales siguen andando sin mirar atrás.
—Qué importantes las risas, ¿eh?
—Mucho. Pero menudo follón más grande. Antes la gente trabajaba. Pero, lo que es ahora...
—Es que ahora ya no es como antes. Ahora es distinto todo...
Se oyen aplausos detrás.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete