música
Gay Mercader: «La España del franquismo era muy pacata, pero ahora está llena de inquisidores»
El amigo de las estrellas
Visitamos al amigo de Keith Richards, Sting, Patti Smith e Iggy Pop, responsable de integrar a España en el circuito internacional del rock tras la muerte de Franco, que vive retirado en una masía perdida en los bosques de Gerona
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Un audio, un mensaje o una llamada a altas horas de la noche. En los días previos a nuestro viaje a los montes de Gerona, Gay Mercader (Barcelona, 1949) intenta controlar cada detalle de nuestro encuentro: la compra de los billetes, la comida, los ... temas a tratar. «¿Cómo crees que he organizado conciertos de los Rolling Stones o AC/DC para cien mil personas?», justifica. A veces solo quiere comentar el libro que se ha leído o, simplemente, saber cómo andas. Uno se queda con la sensación de que lo conoce antes de saludarlo en persona.
«Israel, al llegar a Gerona tenéis que llamar a Marc. Te paso su teléfono. Es mi chófer, os estará esperando en la estación. En realidad es mi taxista de confianza, tiene un trato preferencial conmigo desde hace años. Lo trato como si fuera mi hermano. Si voy a saludar a Keith Richards, Sting o Patti Smith a sus camerinos, viene conmigo y los abraza igual que yo. Los músicos lo saben. Tiene que ser así y punto», advertía en una de las llamadas el promotor de conciertos más importante de la historia de España, algo así como el rey en la sombra de la música en directo en los últimos cincuenta años, galardonado en diciembre con la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes.
Mientras el coche nos lleva por los retorcidos caminos de tierra hacia su masía, perdida en medio de un bosque frondoso de un pueblo cuyo nombre Mercader nos pide que no revelemos, Marc confirma la relación casi familiar que tiene con su cliente: «Le conozco hace 20 años, cuando tenía una vida como empresario de día y otra de noche. Yo me encargaba de la segunda. Muchas veces nos reímos al recordar las 18 horas que me tenía de fiesta por Barcelona, llevándolo de un sitio a otro. Nunca me imaginé que acabaría hablando con tantas estrellas en sus camerinos. La última vez Sting me soltó: '¡Hombre, encantado de verte de nuevo!'. Yo ni le había saludado y… ¡se acordaba!».
La gran hazaña de Luis Jorge Mercader Aguilar, su nombre real, fue integrar a aquella «España pacata» que se sacudía la dictadura en el circuito internacional del rock. Su primer concierto lo montó en 1971, antes de morir Franco, para un grupo noruego llamado Titanic en Sitges. Dos años después creó su compañía, que vendió a Live Nation en 2006, «con mucho dolor», cediendo a la multinacional el monopolio que él había ostentado durante décadas. Y entre medias se arruinó varias veces. «Pero arruinarme de quedarme sin techo, literalmente, aunque siempre me levantaba. ¿Qué iba a hacer, quedarme en el suelo?», aclara.
Cuesta creerle, porque no solo es el responsable de que los artistas ya citados actuasen por primera vez en España, sino también Bruce Springsteen, Bob Dylan, Michael Jackson, Bob Marley, Metallica, Pink Floyd, Neil Young, Tina Turner, Iggy Pop, The Cure, Eric Clapton o The Police. Más de 3.500 conciertos. Y aunque en teoría está retirado, si le contacta AC/DC, se pone en marcha y, ¡zas!, monta tres megaconciertos que despachan 160.000 entradas en unas horas.
—Habrá ganado el dinero suficiente como para no tener que trabajar más…
—Sí, pero sigo trabajando.
—¿Cuál fue el último concierto que organizó?
—El de The Cure en Barcelona. Robert Smith solo quiere trabajar conmigo, al igual que AC/DC y Norah Jones. Sting da un concierto en Bilbao esta noche organizado por mí y la he cagado. Tenía aquí la biografía de Stefan Zweig sobre Balzac para regalársela y se me ha olvidado [en la mesa del salón está el libro con el nombre del artista escrito en un pósit].
—¿No le dejan retirarse?
—No pienso hacerlo, esta es mi vida. Me daría vergüenza cobrar la pensión, prefiero que la cobre otro. Cuando me arriesgué a contratar dos días el estadio Vicente Calderón para AC/DC con mi dinero, en 2015, todo el mundo pensó que estaba loco, pero para mí el dinero es una entelequia.
—Eso es porque en su familia nunca faltó el dinero.
—Cierto, pero era suyo, no mío. Preferiría estar muerto a tener que recurrir al mundo del que procedo [una familia de la alta burguesía de Barcelona a la que pertenecieron Ramón Mercader, el agente de Stalin que asesinó a Trotsky, y su tío el director de cine Vittorio de Sica]. Nunca lo hice. Una vez me arruiné y pensé en hacerme guardabosques. Me gusta la naturaleza y no me iba a quedar en la puta ciudad sin un duro.
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—Habla de fracasos, pero mire la masía que tiene…
—Porque he hecho más de 3.500 conciertos, pero este negocio es inseguro, no existen los pelotazos. Todo esto es fruto de cincuenta años de trabajo sin vacaciones, sin descansar un solo día, sin tener hijos y de que seis mujeres me abandonaran. Los conciertos han sido mi vida.
—¿Habría preferido no sacrificar tanto?
—No, porque nunca he sido tan feliz como ahora y se lo debo a ese pasado. Además, no me sentía especialmente desgraciado, aunque tampoco fuera feliz. La prensa me puso a caldo durante años. Últimamente la gente piensa que soy Jesucristo, pero antes creían que era un mafioso. Ni tanto ni tan poco.
—¿Pero usted cree que cambió España?
—Culturalmente, sí. El punto de inflexión fue el concierto de los Rolling Stones del Vicente Calderón, en 1982, con miles de furgonetas de la Guardia Civil. Ese día las autoridades vieron que podían llenar dos estadios de fútbol sin que pasase nada, ya que hasta ese momento las aglomeraciones de jóvenes les daban miedo. La sociedad pensaba que la gente que iba a conciertos de rock era drogadicta. Les di a los jóvenes la oportunidad de vivir como en otros países. Gracias a mí, España entró en Europa por la música antes que por la política.
'Gay Mercader: 1971/2017'

- Una historia visual Su vida contada en más de 550 póster de conciertos
- Páginas 480
- Diseño Vudumedia
- Distribución Satélite K
—¿Se sintió solo en el camino?
—Sí, me entristecía, porque me esforzaba mucho en lograrlo y me acusaban de forrarme cuando no tenía ni un duro.
—¿Tuvo problemas con la censura durante el franquismo?
—Sí, porque había que llevarle las letras que los grupos iban a cantar, pero como yo era muy pillo y sabía que no hablaba inglés, escribía veinte nuevas en media hora y las aceptaba. Sin embargo, los problemas continuaron en la democracia, porque durante años no nos daban los permisos hasta un día después del concierto, para echarnos la culpa si ocurría algo malo.
—Es decir, que afectaba.
—Sí, pero a quién más perjudicaba era a la sociedad española, que era muy pacata. Lo peor es que hoy estamos volviendo a esa censura, ya que, aunque no existe la institución, la sociedad actual está llena de inquisidores. Cada persona lleva un juez dentro, en su casa, en el móvil. En 2023 mucha gente sigue siendo igual que en el franquismo… ¡Me indigna!
—¿Algunos de los conciertos incendiarios que organizó durante la Transición habrían pasado el filtro de la actual cultura de la cancelación?
—No sé, pero para que te hagas una idea, hace dos años los Stones decidieron no tocar en su gira 'Brown Sugar' [una canción que han interpretado en todos sus conciertos desde 1970 y que trata de la esclavitud, la violación, el sadomasoquismo, el racismo y la pérdida de la virginidad] para no tener problemas. El arte es arte y no se debería censurar. Lo mismo pasa con 'La mataré', de Loquillo. Parece que la prohibición sigue presente en el ser humano…. ¡Y venga, vamos a comer y seguimos hablando!

Los hermanos Roca
Llega comida preparada en exclusiva por los hermanos Roca. Platos clásicos del Celler, restaurante con tres estrellas Michelin, elegido dos veces el mejor del mundo. Los conoce desde hace años, antes incluso de que Jordi se incorporara como pastelero al clan en 1997. Mercader es como un cuarto hermano para ellos, el único amigo que los tres tienen en común y la única persona a la que le sirven su comida a domicilio.
Mientras degustamos la 'velouté' de alcachofa con salsa de foie, naranja y trufa; el steak tartar con especias, helado de mostaza antigua y patatas soufflé; la espalda de cordero con berenjena lacada, bechamel de cardamomo y yogurt ahumado, y varios postres de nombre impronunciable pero igual de exquisitos, Mercader recuerda cuando llevó a Patti Smith a comer al Celler de Can Roca en 2015. «Le conté lo mucho que significaban para mí, que eran mi vida y que voy cada jueves a hablar. Al acabar el postre, se levantó de repente, me cogió de la mano como si fuéramos novios y me llevó a la cocina. Allí pidió permiso para cantarles 'Because The Night'. Imagínate… ¡los cocineros flipaban!».
—¿Se convirtió en su amiga desde el principio?
—Hace poco ella contó que el día que me conoció, cuando organicé su primer concierto en 1976 sin que nadie la conociera aquí, supo al instante que seríamos amigos toda la vida y no se equivocó. Y lo mismo pasó con Iggy Pop. Ten en cuenta que los conocí cuando eran músicos, no leyendas.
—En aquellos años Iggy era un torbellino. ¿Cómo fue su primer encuentro?
—Lo vi por primera vez en el camerino de David Bowie, durante un concierto de este en Londres al que me invitó Brian Eno, que éramos muy amigos e íbamos de vacaciones juntos. La primera vez que hablamos, sin embargo, fue en su primer concierto en España, que monté en Badalona en mayo de 1978. Nunca me presento a los músicos, pero ese día lo hice y, sin decir ni hola, me preguntó: «¿Tienes cocaína?». Yo llevaba mi papelina habitual, a la que le quedaban dos gramos y medio. Se la dejé y, sin decir una palabra, la volcó encima de la mesa, se la puso de una sola raya y salió al escenario como un puto cable eléctrico.
—¿El concierto salió bien?
—Era una sala con capacidad para 5.000 personas y no fueron más de 1.000. Un desastre. ¿Cómo quieres que ganase dinero? Ellos tampoco ganaban en esas giras. Muchos grandes músicos estuvieron años a pan y agua. En esa época Iggy vivía en casa de sus padres.
—¿A usted le afectó el consumo de drogas en el trabajo?
—Creo que nunca se me fue de las manos. La droga que más me gustaba era la marihuana y no pude dejarla hasta 2017. Lo recuerdo porque los Stones actuaban en el Estadio Olímpico de Barcelona y le llevé a Keith un bote de marihuana y un libro sobre el uso de las drogas en la Segunda Guerra Mundial. Como es muy educado, me pasó el porro y le dije: «Gracias, Keith, pero lo dejé hace unos meses».
—¿Tomó drogas durante mucho tiempo?
—Durante muchas temporadas sí, porque estaba agotado y me resultaba imposible seguir el ritmo de trabajo. No aguantaba de pie, estaba hecho una mierda. Luego hubo una época en que este negocio me repugnaba, porque todo empezó a girar alrededor del dinero. Yo llegué a repartir las ganancias al 50% con el artista, un trato con el que la mayoría de los promotores de hoy alucinarían, ya que los porcentajes ahora pueden rondar el 5% para el promotor y el 95% para el artista. Cuando se empezó a producir ese cambio me dio tanto asco que me tenía que meter coca para poder seguir trabajando. La rueda no podía parar, porque tenía muchos empleados a mi cargo que llevaban décadas conmigo y eran como mi familia. Estaba entre la espada y la pared.
—¿Nunca dejó el negocio en todo ese tiempo?
—Sí, en 1983. Me arruiné y no podía más. Me negué a trabajar, pero entonces se produjo el milagro. Recibí llamadas de Elton John, Steve Wonder, Santana y Bob Dylan, así que volví y me recuperé de la ruina.
—Es curioso que el hombre que ha organizado los conciertos más importantes y multitudinarios de la historia de España viva ahora rodeado de animales perdido en medio del campo...
—Pues sí. Lo más interesante es lo que no se ve: el aire y el silencio. Cuando les dije a mis socios que me mudaba, me dijeron que un promotor tenía que hacer vida social y no podía estar aislado, pero las normas me constriñen. Si todo el mundo va a la izquierda, yo voy a la derecha. No soy gregario, soy individualista, por eso me he saltado las normas de la industria musical. Y lo mismo me pasó con las discográficas cuando me dijeron que no trajera grupos de fuera, que no iba a funcionar… ¡Y mira!
—Usted no tiene hijos. ¿Quién va a heredar esta casa?
—Yo lo sé y la persona también lo sabe, pero no te lo voy a decir. Yo tuve la suerte de que cuando, por desgracia, mi madre falleció y heredamos mucho dinero, mis hermanos y yo nunca discutimos por un euro.
—¿Ese dinero también lo gastó en organizar conciertos?
—No, porque ella murió hace solo cinco años. Tenía 92 años, se rompió el fémur y me pidió que le aplicase la eutanasia. De cabeza estaba perfecta, pero no tenía voluntad para estar año o dos de rehabilitación, hasta cumplir los 94. ¿Para qué? Así que presioné al hospital y se hizo.
—¿En España o en Francia?
—En España. Soy muy 'heavy'…
—Pero aquí en España la eutanasia no era legal.
—Pero yo soy muy 'heavy' y la clínica hizo lo que le dije.
—No lo entiendo... ¿la clínica no se metió en problemas?
—Repito, es que soy muy 'heavy'. Por las buenas soy un santo, pero por las malas soy el puto demonio, y esa era la voluntad de mi madre.
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