ARTE
Los galeristas españoles de la Generación Z ya marcan el paso
Galerías de arte
El cierre de Juana de Aizpuru escribe una nueva página en la despedida a una generación de galeristas que asentaron las bases de la profesión en los albores de la democracia. Pero no hay tiempo para nostalgias.
En el otro extremo de la cadena, firmas nuevas con gestores 'insultantemente' jóvenes como Arniches, La Oficina, Bombón o Memoria constatan que hay recambio para rato. Nuevos profesionales que amplían los límites del modelo y que cuentan con el reto de incluir en el coleccionismo a los 'centennial'
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A comienzos de semana, las galerías madrileñas de ArteMadrid y las del Consorcio estatal homenajeaban a la que fue una de sus pioneras y un modelo que marcó el devenir de la profesión en España antes y después de la llegada de la democracia: ... Juana de Aizpuru.
Con el cierre de su local en la calle Barquillo tomamos conciencia del progresivo fin de una etapa en la que escribieron páginas memorables otras grandes 'damas del galerismo' como Soledad Lorenzo, que decidió retirarse hace unos años, no sin antes ceder parte de sus fondos al Museo Reina Sofía, o Elvira González, que pasó el testigo a sus hijas. Se mantienen Helga de Alvear, no sabemos por cuánto tiempo, o Guillermo de Osma. En Barcelona, Carles Taché ya inició la transición tranquila con su hijo Carlos.
Pero no se alarmen: al otro lado de la cadena comienzan a despuntar firmas capitaneadas por galeristas tan 'insultantemente' jóvenes, que, por edad, lo de Barcelona'92 no lo vivieron, se lo han contado: Es el caso de Sofía Corrales (1991) de Pradiauto en Madrid, o sus homólogos Marcos Rioja (1993) de Arniches o –¡agárrense!– Óscar Manrique, natural de Ponferrada desde ¡1994! en Ginsberg-TZU.
Sin el 'damas' o 'caballleros'
Y si algo caracteriza a esta nueva hornada de profesionales es quizás la de renunciar a los títulos de 'damas' (o 'caballeros'), y no por una cuestión de edad, sino por actitud. Lo explican bien Ada Cerdá (Valencia, 1989) y Adriana F. Pauly (Alemania, 1988) de La Oficina, un espacio con apenas unos meses de vida tras su llegada en otoño a Carabanchel: «Nuestra generación aporta un perfil más relajado al concepto de galerista. Por de pronto, nuestros locales no llevan nuestros propios nombres, lo que ya marca un cambio. En nuestra opinión, es otra forma de afrontar de igual a igual la relación con los artistas».
Y lo corrobora Joana Roda (Barcelona, 1987) de Bombón Projects, en la Ciudad Condal, que percibe a sus compañeros de profesión como agentes «menos personalistas, menos individualistas»: «El nuestro es un proyecto colaborativo, basado en los afectos; una gran familia de gente diversa que trabaja junta y colabora en una especie de ecosistema que facilita la supervivencia en un mundo, el del arte, que puede llegar a ser muy complicado». Roda insiste en que Bombón no se perciba como 'su galería', sino como «una galería en la que participa mucha gente».



Junto a ellas, propuestas como las de Amalio Vanaclocha (1990) y Elisa Montesinos (1986) con Vangar en Valencia; LaBibi en Palma (donde también recala Fermay, galería que repite este año en el Opening de firmas de menos de siete años de antigüedad de ARCO), bajo los designios de Marc Bibiloni (1991); o Pradiauto, un antiguo taller de coches ahora al volante de Sofía Corrales (1991) en Madrid. Su asistente y mano derecha, Carla Risso es todavía más joven.
Y no se dejen engañar por la edad de los 'mayores'. Juan Cruz, de DiGallery en Sevilla, nació en Ciudad Real en 1986, pero desde los 14 ha realizado proyectos artísticos de arte urbano; Sol Abaurrea (1988), que antes de Belmonte, montó con Ana Coronel de Palma y una tercera socia otra galería, Intersticio. O Alejandro de Villota (1984), que desplegará en Carabanchel desde marzo un nuevo espacio de proyectos asociados a su firma Memoria, con hasta tres locales en el barrio de Justicia de Madrid.
Es precisamente en este antiguo aparcamiento, aún en obras, y que en breve acogerá una intervención de Eugenio Merino, su último fichaje, donde emplazamos a algunos de estos (no tan) 'novatos' agentes y les comenzamos a preguntar por qué eligieron la senda del galerismo.
Una cuestión de responsabilidad
En el caso de Villota, hijo de artista, descendiente asimismo de José Gutiérrez Solana, es una cuestión de responsabilidad: «Uno es depositario de los testimonios que va recogiendo, en mi caso, los familiares, pero también los de muchos creadores vinculados al exilio propiciado por la Guerra Civil y que conocí en Chile y México, lo que me llevó a poner en marcha un proyecto que revisase la memoria –de ahí el nombre de su espacio– desde una concepción más humanista y no tan politizada». Memoria es hoy un ámbito que da a conocer estéticas invisibilizadas de la 'periferia Latinoamericana' en un 'centro' como Madrid. Y no con nombres menores, sino de la mano de autores como Graciela Iturbide o Torres-García.
El de 'casualidad' es un término que se repite mucho a la hora de responder («No existe una carrera de galerista», constata Roda, pero terminas asumiendo esto como «filosofía de vida»), como en el caso de las responsables de La Oficina o de Marc Bibiloni, que pasó una entrevista de trabajo para Paul Smith en Londres pensando que llevaría otro de sus negocios y acabó instalado en su franquicia artística.
El haber conocido estos territorios mientras se estudiaba conduce de una forma natural a verse seducido por la profesión. Le pasó a Corrales tras su paso por Ivory Press y Elvira González; o a las chicas de La Oficina (que se conocieron en 1MiraMadrid); o a Belmonte (también en Elvira y Marta Cervera). Lógico que al final a uno le pique el gusanillo y quiera poner en marcha su propio proyecto bajo sus propios parámetros.
Pero, ¿qué caracteriza a esta generación de profesionales? ¿Por qué apuestan por algo tan canónico de lo que tantas veces se dice que está agotado u obsoleto? Desde Ginsberg-TZU, galería limeña con subsede en Madrid desde diciembre, Óscar Manrique y Claudia Pareja no dudan: «No es que esté agotado, es que tiene que evolucionar». Ellos son un buen ejemplo de ello: él, comisario, que se mete a galerista y así la firma se asegura que sus propuestas estarán muy cuidadas desde un punto de vista curatorial. «Nuestra generación ha fomentado cierta trasparencia en las formas de hacer, trabaja de una forma más horizontal con los artistas y se mueve por un ánimo claro de colaboración, incluso con otras firmas. Además, nos caracteriza que nunca vivimos las vacas gordas», rematan.



«Nuestra capacidad para ser camaleónicos es evidente –argumenta Bibiloni. Tenemos muy claro que tenemos que innovar y maximizar al máximo la experiencia de una exposición, sobre todo para atraer al coleccionismo a los 'centennials', pero respetando la herencia recibida, lo que nos han enseñado todas esas galerías que llevan mucho más tiempo. La labor didáctica la llevamos de serie».
Completa el razonamiento, Juan Cruz, de DiGallery: «Nos define la incertidumbre. Ninguno de los modelos que nos enseñaron son fijos. Es más: es que lo que le funciona a uno no tiene por qué funcionarme a mí. Se trata de apostar por lo canónico pero ir cambiando pautas». Y lo remata Villota: «Somos porosos. Una generación muy formada y muy abierta, que cree en la idea de colectividad y que adapta el modelo a las necesidades». Corrales cree, por lo mismo, que es un colectivo menos competitivo en el que se ve al otro como «amigo de supervivencia».
No hay pudor
Y quizás ahí esté la clave. Su falta de pudor para modificar lo establecido. Lo hizo Javier Aparicio con El Chico, cuando convirtió un 'podcast' en una galería. Lo hicieron Ricardo Pernas y Marcos Rioja al poner a andar a Arniches cerca del Rastro madrileño: muestras pop-up de un fin de semana, dos al mes. Inauguraciones en las que ellos recibían de riguroso pijama. Y lo hizo Bibiloni, cuando LaBibi se estrena sin sede, en el Palacio de Santoña de Madrid con el ucraniano Aljoscha, en un deseo de hacer exposiciones itinerantes con sus artistas.
¿Obliga al final la profesión a volver al modelo tradicional? «El nuestro era poco convencional –relatan los de Arniches– hasta esta última temporada. Pero esa manera de proceder nos ha ayudado a saber qué queríamos hacer y con qué artistas queríamos trabajar. Y nos ha permitido tonterías como la del pijama». Esta galería cumple ahora tres años y lo celebra con una fiesta el 2 de febrero. No hace falta que les diga cuál será el 'dress code'.
«En LaBibi empezamos con unas oficinas pero hemos acabado con sala física en Mallorca porque hemos descubierto que el mundo del arte arrastra muchas mecánicas que hay que respetar, como la de tener una programación o un lugar de referencia al que pueda acudir artista o coleccionista. Pero a partir de ahí se trata de traerse el modelo hacia uno. Abrimos espacio nuevo hace un año y desde hace seis meses también auspiciamos un programa de residencias».



No lo mencionan ellos mismos porque les es tan familiar que no lo perciben como propio, pero lo digital les retrata. Ellos, que son la generación 'de los afectos' («perseguimos que la relación con el artista sea más cercana, que no se convierta en una operación puramente mercantil. Tanto es así, que un artista de la galería me presentó a la que hoy es mi mujer», confiesa Vanaclocha, de Vangar). Lo digital que hace que formen parte de platafomas de venta online como Artsy en el caso de Memoria; o que reciban clientes por Instagram como Belmonte. Los 'viewing rooms' y salas 3-D de las que se sirve La Bibi...
«Entre nosotros hablamos de 'plugins' y 'mailing' y no tanto de qué diseñador he de contratar para hacer un cartel», remata Juan Cruz. En cualquier caso, no todas las galerías se asoman a lo digital con el mismo arrobo, y, como expresa Manrique, «del arte hay que seguir enamorándose in situ»; sobre todo sí, como Bombón «trabajas con obras tan efímeras que es imposible trasladar toda su esencia a dígitos».
Obviamente, todos tienen en mente a la mencionada Juana de Aizpuru (sobre todo el galerista sevillano), pero al preguntarles por referentes en la profesión, lo normal es que nuestros interlocutores se lancen a los nombres de las galerías en las que trabajaron, o a compañeros más cercanos: Desde Vangar se acuerdan de Jorge López, de Rosa Santos, de Fran Reus y Max Estrella. De Elena Ochoa en Pradiauto. De Espai Visor, luego 1MiraMadrid en La Oficina. Bombón se inició como proyecto colaborativo en el estudio de un artista, el de Bernat Daviu, por lo que sus referentes son proyectos históricos de esta naturaleza: Signals y Shit Must Stop («ambos espléndidos desde un punto de vista artístico, pero que no funcionaron como galería –asume Roda–. Hay que quedarse con su vertiente más genuina pero consiguiendo que el modelo funcione a nivel empresarial»).

Como comisario que es, Manrique recuerda a otros pares, pero desde Ginsberg salen a relucir Gavin Brown o la extinta 6más1... Y los de Arniches (a los que se compara con 'los Mínimo') mencionan a José de la Mano, «un galerista que también fue emergente cuando empezó y, sin embargo, ha apostado siempre por grandes históricos olvidados».
Porque hay que acabar con otro prejuicio: galerista emergente no significa necesariamente trabajar con artista emergente. Es lógico que se sientan más cercanos a autores de su edad, que quieran crecer en su evolución con ellos, «pero al final es una cuestión de conectar con los creadores», explica Roda. Ellos colaboran en Bombón con Pere Noguera o Nazario, como en Ginsberg lo hacen con Christian Bendayán: «Hay artistas consolidados a los que no les importa 'bajarse al barro', proceder de una manera más precaria, porque saben que nosotros les aportamos savia nueva», confirman desde allí.
«Somos todos unos llorones»
Coinciden todos en sentirse en igualdad de condiciones a la hora de compararse con sus homólogos extranjeros. Deseo de visibilidad y precariedad en los inicios se viven en Sevilla y en Nueva York. «Somos todos unos llorones», bromea Ricardo de Arniches. «El mundo digital nos acerca a todos muchísmo», recuerda Cruz de DiGallery. La apostilla la trae Villota: «Quizás en España siempre tenemos el sesgo de que lo joven no es importante: «Ya te llegará tu momento», se nos dice. En Latinoamérica, por ejemplo, lo emergente cuenta con un papel evidente en la construcción del presente. Los proyectos jóvenes crecen más rápido. Aquí el pasado pesa como una losa».

Acabo interrogándoles por sus retos como generación. Y es curioso que no hablen ni de ley de mecenazgo, ni de IVAs abusivos. Los jóvenes galeristas españoles son menos pragmáticos y más románticos: «Sobrevivir», declaran tajantes en La Oficina. «Posicionarnos y hacernos visibles», agregan en Memoria. Muchos abogan por seguir dignificando su papel y su profesión (DiGallery y Arniches: «Internet democratiza demasiado, pero no existe un criterio de selección allí más allá del algoritmo»); y saber salirse del «family, friends and fools» (Vangar), es decir, saber llegar a nuevos públicos (Pradiauto), sobre todo a 'millennials' y a los de la Generación Z (LaBibi). Básicamente, porque son los rangos de edad a los que ellos pertenecen.
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