LIBROS
Eva Díaz Pérez: «Europa es un continente sonámbulo que ha olvidado su pasado»
ENTREVISTA
La escritora sevillana aborda en su nueva y ambiciosa novela, 'Los viajeros del continente' (Galaxia Gutenberg), el viaje final de un anciano escritor de guías por la gran cultura europea, que estamos cuestionando a cambio de nada
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Un hombre viaja por Europa. Sabe que va a morir. Lo sabe como todos nosotros, claro, pero también con certidumbre clínica: su muerte ha sido diagnosticada y por ello aprovecha los días que le quedan para un último viaje, junto a su esposa, mientras hay ... lucidez y fuerzas suficientes para apurar sorbos de vida y poder para decidir. Él es Hugh, protagonista de la última novela de Eva Díaz Pérez, 'Los viajeros del continente' (Galaxia Gutenberg), un escritor de guías culturales y por tanto un conocedor metódico de muchas historias del pasado que ya sólo importan como chuches para turistas del presente.
Le acompaña su esposa, Violet, que no comparte la decisión de Hugh, pero sí quiere compartir su vida hasta el final. Volverá sola. Todo el viaje es una lenta despedida de lo que alguna vez simbolizó este continente. Recordar es, en esta narración, decir adiós, sin melancolía. Viajamos con el protagonista hasta el final de una idea de la que antes desterramos a los dioses y a la que nos empeñamos últimamente en borrar cualquier sentido.
—Llama la atención cierto estoicismo ante la desaparición de la cultura europea. ¿De dónde surge?
—En la novela se asiste a un espectáculo del que todos somos testigos, aunque no queramos verlo: el de la desaparición de Europa o de cierta idea de Europa. Europa es un continente sonámbulo que parece haber olvidado su pasado, que ha caído en el error de nuestro tiempo: el memoricidio. Europa se ha empeñado en mostrarse como un mercado, con juegos presentistas que la convierten en un parque temático de recuerdos sin memoria. Y, sin embargo, cuando paseamos por cualquier calle europea está presente el eco del pasado, la fatiga de la Historia. Aquí han ocurrido terribles pesadillas, pero también momentos luminosos porque en este continente se construyó el edificio de la democracia, de las libertades, de la cultura, de los derechos, del Estado del Bienestar.
—¿Vale la pena todavía luchar por esa concepción de lo europeo?
—Europa tendría que ser la brújula, la referencia de nuestro presente e inmediato futuro, pero en cambio el eje del mundo está en lugares donde no existen ni la democracia ni la libertad ni los derechos. Y, mientras tanto, Europa parece un no-lugar que flota en la nada, un espacio que ya no es pero que tampoco ha dejado de ser. Un espacio con desechos de última generación como estaciones de tren en medio de la nada, aeropuertos desiertos, macrorresidencias vacías. Metáforas de una Europa vaciada también en sus lugares de memoria como los museos, cementerios, viejos palacios…
—Los museos están llenos de gente que asiste a esta decrepitud sin percibirla, pero en su novela usted no impone una conclusión.
—La novela plantea ese escenario desde cierta objetividad melancólica para que sea el lector quien decida cómo actuar. Ese planteamiento literario bascula entre la ironía y la compasión.
«Quería plantear la gran paradoja británica de haber salido de Europa siendo el corazón de la cultura europea»
—¿Europa se conoce viajando, o por qué eligió la metáfora del Grand Tour?
—Siempre me ha fascinado la idea del Grand Tour, ese largo viaje que los jóvenes de clases acomodadas del norte de Europa hacían a la Europa de la cultura y del conocimiento que seguía residiendo en el Sur. Hay muchos Grand Tour que han llenado con libros, cuadros y partituras la historia de nuestra cultura. Decidí que el viaje que realiza el protagonista Hugh de Galard —esa última travesía de su vida— tuviera cierto paralelismo con 'Historia de un viaje de seis semanas', el libro que escribió Mary Shelley en 1816, justo dos siglos antes. Un itinerario por la Europa en ruinas inmediatamente posterior a las guerras napoleónicas. En ambos momentos se contempla un continente aterrorizado. En el presente leemos una 'road novel' en la que Hugh de Galard y su esposa, Violet Archer, dos ancianos, recorren una Europa también en decadencia, en crisis. La metáfora que se esconde es que, como ocurrió tras esa Europa de Mary Shelley, este continente quizás intente reponerse de su obsesión por devorarse a sí mismo. A fin de cuentas, de aquella Europa profundamente reaccionaria y conservadora surgieron las revoluciones burguesas que crearon la que hoy conocemos y aún resiste.
—Europa es desde su nacimiento como universo cultural, en el mundo grecolatino y la cristiandad, un viaje a los finisterres, a los límites. ¿Tenemos desterrada esa metáfora como motor de literatura, de cultura, de sentido?
—'Los viajeros del continente' es una especie de 'Ars Moriendi', una versión contemporánea de esos clásicos libros medievales que enseñaban a bien morir. En la Europa de la Edad Media se miraba de frente a la muerte, hasta se jugaba de forma temible con ella en las danzas de la muerte. Los caballeros de las canciones de gesta eran advertidos. Tristán comprendió que iba a morir y, como todos los héroes, se extinguió en una especie de alivio.
—Pero eso ha cambiado...
—Sí. Esos eran los muertos del pasado. En nuestra época gozamos del triunfo de la ciencia. La muerte se disfraza, se borra, se expulsa de la vida cotidiana. Y la ciencia puede llegar a condenar en una especie de no-muerte, porque la retrasa hasta extremos insospechados. Pero ¿y si aparece la agonía, el dolor, la decadencia? En la novela existe la idea del buen morir, de la muerte digna, de decidir desde la libertad total cuándo hay que salir de escena. Con una decisión tomada desde la libertad total, sin el peso de dioses, culpas, pecados o lastres morales.
—¿Le parece que vivimos en tiempos que riman con algunos aspectos del Barroco?
—Sin lugar a dudas, vivimos un tiempo muy barroco. En nuestra época también está presente la muerte, aunque sea desde otra perspectiva porque devoramos el tiempo de forma vertiginosa. Por otro lado, Hugh de Galard se define a sí mismo como una 'vanitas' andante que pasea por Europa, como uno de esos cuadros barrocos que mostraban el triunfo del tiempo y de la muerte sobre la fugacidad de las cosas.
—El protagonista se despide de lo que más quiere y eso intensifica su gusto por la vida. ¿Es nuestra paradoja actual?
—Creo que sí. Todo eso está presente en nuestra época, pero la velocidad y el ruido nos hacen que no nos demos cuenta. Pasa tan deprisa que no somos conscientes de cómo se marchita la 'vanitas', el cuadro de efímeras vanidades que somos todos. Ante esta perspectiva, Hugh decide disfrutar del goce del instante, del 'carpe diem' eligiendo así el lema del Renacimiento, también presente en los felices años veinte. Por eso, Hugh goza del placer de una copa de vino, del olor de la lluvia, de un trozo de paté, de la contemplación de una pintura, de un recuerdo o de un segundo junto a Violet.
«Violet es la heroína de la historia, nada que ver con este tiempo que prefiere borrar todo lo que nos incomoda»
—Otro de los temas del libro es la libertad: ¿tal vez es Violet quien mejor delimita en profundidad este tema, al estar en desacuerdo con las intenciones de su marido?
—Sí, sin duda. Frente a la decisión de Hugh está la decisión de Violet quien, a pesar de no estar de acuerdo con la opción de su marido, decide acompañarlo en su último viaje. Sabe que sufrirá, pero también sabe que sólo le queda disfrutar de la breve felicidad de esos días. Por eso la novela aborda la muerte pero sintiendo la felicidad de la vida. Si tenemos el viaje de Hugh, también está el viaje de Violet, ese viaje de vuelta a Londres que no se narra en la novela, aunque esté presente en todas sus páginas. Ese tornaviaje en el que irá cargada con una maleta de recuerdos que el lector conoce tan bien como ella.
—¿Qué nos dice ese sentido de respeto y acompañamiento en la muerte del protagonista sobre nuestras actuales intolerancias, cancelaciones, miopías?
—La decisión de Violet es la de la absoluta tolerancia porque comparte incluso algo en lo que no cree. Es la verdadera heroína de la historia, el personaje valiente. Nada que ver con lo que vemos en este tiempo en el que se prefiere esconder tras veladuras o directamente borrar todo aquello que nos incomoda.
«Europa tendría que ser la brújula, la referencia de nuestro presente e inmediato futuro»
—¿Ese ansia por borrar, esa intolerancia, es lo que nos está haciendo más débiles también como cultura?
—Creo que estamos construyendo un ser humano débil, lleno de fragilidades, como envuelto en una cápsula contra las tormentas de la vida. Todo aquello que no nos gusta es inmediatamente expulsado o borrado o prohibido. Desaparece el esfuerzo de vivir y pensar contracorriente y eso nos hace vulnerables.
—Hay en la novela un mundo onírico esencial. ¿Qué aporta, a su modo de ver, y por qué decidió utilizarlo?
—La historia de Hugh se cuenta en tercera persona y en presente a través de ese viaje por Europa y, al mismo tiempo, con esos sueños que narra en primera persona pero en la voz de un Hugh del pasado. Es como una narración fractal, poliédrica, contemplada desde distintas perspectivas que en realidad parten de la misma persona: el soñador y el que se sueña.
—¿Por qué los sueños del protagonista están conectados con el pasado?
—Los sueños, que desaparecen casi del todo cuando Hugh despierta pero que el lector conoce, sirven para reconstruir su memoria. Él tiene la sensación de que esos sueños son como basura de sus recuerdos a causa de la enfermedad, un material de desecho. Pero en realidad es una forma de destilar su pasado con potentes imágenes oníricas. En esos sueños no sólo aparece su vida, también la vieja Europa que desaparece. Hugh tiene la conciencia de deambular dentro de una de las pesadillas del viejo continente y sale a la vida consciente manchado con ese fango del pasado.
—En anteriores novelas también abordó el tema de Europa. ¿Están conectadas?
—Sí, es una especie de fresco histórico de Europa. 'El sonámbulo de Verdún' y 'Adriático' la dibujan desde Centroeuropa e Italia. 'Los viajeros del continente' es la novela inglesa porque yo quería plantear la gran paradoja británica de haber querido salir de Europa siendo el corazón de la cultura europea. Quería subrayar esa contradicción para desvelar el dolor de Europa desde una mirada inglesa.
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