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Eduardo Mendoza: «Mi carrera ya ha terminado»

A estas alturas, la vida (IV)

Dice que no es gracioso, pero hasta él se ríe de sus gracias. Desde sus ochenta años, el escritor vuelve la mirada y repasa su vida, su obra, sus viajes y sus humores

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Eduardo Mendoza Fernando Blanco
Bruno Pardo Porto

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Cuando le hacían las fotos para esta entrevista, Eduardo Mendoza (Barcelona, 1943) recibió una de esas preguntas que uno solo espera responder en un juicio o una comisaría o una novela de Kafka. «¿Es usted Eduardo Mendoza?», le dijo un viandante, previa inspección ocular. «No, ... no, yo soy modelo de camisas», le soltó, más serio que un juez. El admirador rio, Mendoza rio y todos felices con la mentira. ¿No es eso la literatura? El escritor se presenta a la cita con chaqueta pero sin corbata. Calza unas Nike negras que pintan comodísimas, nada que ver con los zapatos apretados que usaba en sus tiempos de traductor para la ONU. «Había que estar incómodo, no te podías relajar, era un trabajo de mucha tensión», recuerda ahora, tan de vuelta de tantas cosas. Así que se sienta en el sofá del Hotel Colón de Valladolid como en su casa, o mejor aún, como en el extranjero: a él siempre le gustó estar un poco lejos, vivir en la distancia, en la ironía. Viene de hablar de libros con Sergio Ramírez, un plan urdido por la Fundación Godofredo Garabito Gregorio. Viene contento. Trae consigo un cargamento de recuerdos y viajes, de alegrías y amarguras, de ambigüedades y muecas difíciles de traducir. Pero antes de empezar a disparar se queda en silencio observando el busto de un rinoceronte colgado en la pared. Y dice que no es gracioso, el hombre.

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