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Esclavice a sus niños
Esto cuenta 'Silencio en plató: el lado oscuro de la televisión infantil' (HBO Max)
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![Los protagonistas de 'Silencio en plató'](https://s3.abcstatics.com/abc/www/multimedia/cultura/2024/05/02/silencio-R8DXhVkWxdV8j9MMAsvPLaK-1200x840@diario_abc.jpg)
Niños esclavizados. Padres inconscientes. Ejecutivos psicópatas. Pederastas encubiertos. Esto cuenta 'Silencio en plató: el lado oscuro de la televisión infantil' (HBO Max). Durante los 90 y la década del 2000, la cadena Nickelodeon fue un éxito con una fórmula acorde a los tiempos: adaptar ' ... shows' adultos al tono infantil. Una parte de esa adultez se quedó enquistada: el ambiente de trabajo, tanto para los niños como para los trabajadores, se convirtió en un infierno. Un infierno cuqui de chiquillos riéndose, sustancias pegajosas y mucha luz y sonido. Cualquiera que sintonizase Nickelodeon se topaba con un mundo perfecto por ficticio. Detrás, otra realidad.
Aparte de responsables —Dan Schneider, productor— y culpables —pederastas ocultos tras caras amables y ocultos por empresa y sociedad una vez salta el escándalo—, hay que señalar al fondo. El sistema económico y empresarial estadounidense que no sólo permite esta forma de funcionar, sino que la premia. La tradición de niños famosos destrozados no termina: desde Amanda Bynes o Britney Spears hasta nuestros patrios Joselito —lean el cómic 'Las aventuras de Joselito' (Reino de Cordelia)— o José Luis Manzano, protagonista arrasado de la muy progre 'El pico' de Eloy de la Iglesia. Y, sí, en nuestro país también teníamos expertos en conseguir que esos niños diesen lo máximo a base de saña: Luis Lucia, director de chiquillas (la Dúrcal, Marisol o Ana Belén).
El cuidado a niñas y niños que trabajan en este mundo debería ser extremo
La infancia debe aparecer necesariamente tanto en ficciones como en entretenimiento: es público y, como todos, merece ser representado. Pero el cuidado a niñas y niños que trabajan en este mundo debería ser extremo. El problema es que ahora, cuando comenzamos a atender a sus condiciones laborales, se han masificado las redes sociales. Millones de personas —algunas, sus propios padres—, sin controles y sin compasión, comparten fotos y vídeos de nenes —esclavitos guapitos— para ganarse un «me gusta». E, imprudentes, para dejar material accesible a tanta escoria humana que puebla el mundo.
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