Libros

Edgar Allan Poe, el gran capitán

Narrativa

Mariana Enriquez, la 'rockstar' del terror contemporáneo, prologa la nueva edición de los 'Cuentos completos' de Poe que publica Páginas de Espuma. Ofrecemos un extracto

Biografía de Mariana Enriquez

Edgar Allan Poe

Mariana Enriquez

Poe le tenía tanto miedo a ser enterrado vivo que casi no se le ocurría una tortura mejor. ‘El entierro prematuro’ es casi un informe periodístico que luego deriva hacia el relato de un hombre obsesionado con llegar al sepulcro antes de tiempo. Y ofrece ... unos pequeños párrafos didácticos sobre cómo encarar el horror, en los que se destaca este: «De nada sirve recordar a quienes lean esto que, del largo y extraño catálogo de miserias humanas, podría yo haber planteado martirios personales mucho mayores que cual quiera de estas desgracias colectivas. Pues la verdadera desdicha, el colmo de las desventuras, suele surgir no en lo colectivo, sino en lo privado». Son muy pocos los relatos de calamidades de Poe y, cuando los escribe, se inclinan más hacia la fábula o la aventura. El horror, como escribió, viene del alma.

Muchos de sus mejores cuentos de horror no solo tienen el componente del sepulcro, sino el de la tortura, con descripciones de una crueldad enfática y gozosa, a veces, y en otros casos detallada y claustrofóbica. ‘El pozo y el péndulo’, en su casi ausencia de contexto (la Inquisición, Toledo, el ingreso de tropas, se refiere a todo eso vagamente, los crímenes del narrador nunca se especifican, por ejemplo), es un relato sobre sensaciones de muerte inminente, del cuerpo torturado, de la maquinaria de la crueldad institucional. Las ratas que vienen por la comida, el foso que es un precipicio, el péndulo que trae una guadaña, la sed. Podría ser la experiencia de un secuestrado actual, de un prisionero en cualquier mazmorra anónima.

RELATOS

'Cuentos completos'

  • Autor Edgar Allan Poe
  • Editorial Páginas de Espuma
  • Año 2025
  • Páginas 1.184
  • Precio 42 euros

A W. B. Yeats no le gustaba este cuento porque decía que no había literatura, que solo apelaba a lo físico, a lo efectista diríamos. Yeats también era un genio, pero aquí no se daba cuenta de que, para describir con este nivel de escalofrío y cercanía, hay que tener encima mucha literatura.

Aunque no se lo suele considerar así, un relato como ‘La máscara de la muerte roja’ es, para mí, en su acepción vagamente histórica y su espera de la plaga, un relato similar a ‘El pozo y el péndulo’. Poe no tiene piedad con su descripción de la enfermedad: «Cólicos y vértigos repentinos eran los síntomas habituales y de los poros acababa manando sangre a borbotones hasta producir la muerte». En una distopía de últimos hombres, Próspero y sus acólitos se encierran en una abadía amurallada durante meses. Pero de la muerte, dice Poe, nadie se escapa. Y aquí la Muerte hace una entrada triunfal, como lady Madeline Usher, como William Wilson. ‘El barril de amontillado’ es otro de los relatos famosos, en este caso una historia de venganza con toda conciencia e intención.

Dice Montresor, el que lleva a su muerte emparedada al distraído Fortunato: «No solo se trataba de castigarlo, sino de hacerlo con impunidad». Es un cuento casi alegre: uno puede adivinar la sonrisa de Montresor, que se diría canturrea mientras le sirve vinos a su víctima.

‘Los hechos del caso del señor Valdemar’ es otro cuento de insoportable crueldad. Un investigador del hipnotismo, o el mesmerismo, quiere probar qué ocurre si se usa la técnica en el momento de la muerte. Y para eso acude a su cobayo y ¿amigo? Valdemar, que está muriendo de tuberculosis. En el suspiro agónico, con los médicos en la casa, lo hipnotiza. Y entonces empieza una de las secuencias más implacables de Poe, con el pobre Valdemar atrapado en la mismísima Muerte. No es solo la prolongación de la agonía, que también ocurre y es morbosa, sino la permanencia en la Muerte. De hecho, de a ratos lo hacen despertar de su hipnosis y el pobre hombre pide por favor que lo duerman o lo maten, y les dice que ya está muerto. ‘Los hechos del caso del señor Valdemar’ no busca aleccionar sobre los excesos de la ciencia o la codicia del conocimiento.

«Poe le tenía tanto miedo a ser enterrado vivo que casi no se le ocurría una tortura mejor»

Estos hombres de supuesta ciencia son inescrupulosos y sádicos. A Poe no le gustaba el didactismo y aquí está claro. No hay moraleja. Es un cuento punk. Es un cuento en la cara del lector. Lean cómo estos personajes inspeccionan al muerto suspendido, cómo él se queja, cómo ellos toman nota y cómo finalmente lo dejan ir, maravillados ante el espanto y el misterio, pero sin mayor congoja, ceremonia o remordimiento.

Me suelen preguntar si Edgar Allan Poe influyó en mi forma de escribir terror. Suelo decir que no, por la lejanía temporal, porque son clásicos irreproducibles y demasiado citados, porque yo acudo mucho al elemento social, y Poe no. Ahora, mientras le pongo punto final a este prólogo, me doy cuenta de que la obsesión por la muerte, el cuerpo y la crueldad es todo Poe, somos sus hijos, los escritores de terror desde ya, pero también los de policiales, los cuentistas, los periodistas, los poetas. Lo reclamo, sin embargo, como el mejor capitán de la oscuridad. Él lo sabía, y lo sufría. Alguna vez dijo, y podría ser la voz de uno de sus personajes: «Muchas veces he pensado que podía oír perfectamente el sonido de las tinieblas, deslizándose por el horizonte».

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