la talaverana
El primer Mundial
El primer Mundial es como todas las primeras veces. Como el primer viaje con amigos, la primera novia...
El primer Mundial es como todas las primeras veces. Como el primer viaje con amigos, la primera novia o los primeros compases de todo lo que nos importa. Estadísticamente estos momentos inaugurales son siempre el preludio de un fracaso. Porque nadie acierta a la primera ... . O, al menos, nadie que aspire a la normalidad. Eso sí, lo doloroso de la vida se descubre algún tiempo después, cuando la afinación del acorde de todas nuestras derrotas acaba por sonarnos perfecto. El fracaso nunca es la excepción, sino la norma. Alguien debería explicárselo a nuestros jóvenes. Pero el primer Mundial, y todas las primeras veces, tienen el privilegio semántico de ser la ocasión en la que le ponemos nombre a las cosas. Y esa nominación constituyente acaba por demostrarse irreversible. Suele ocurrir alrededor de los 10 años, que es una edad lo suficientemente temprana como para que todo sorprenda pero lo bastante madura como para saber fijar posición propia. Con esos años ya sabes qué selecciones te pueden caer bien, eres capaz de decidir tu jugador favorito y hasta te da por imaginar qué dorsal escogerás el día que el seleccionador por fin te llame. Cosa que nunca ocurrirá.
El deporte tiene la misma importancia que cualquier experiencia compartida
Cada generación tiene su primer Mundial, que es algo así como el grado cero de la escritura del que hablaba Barthes, aunque a nivel memorativo. Los nacidos en mitad de los ochenta nos hicimos mayores viendo el Mundial de EE.UU. La nariz rota de Luis Enrique, la celebración de Bebeto, Romario y Mazinho acunando un bebé imaginario o la desolación de Baggio tras fallar el penalti definitivo son, para muchos de nosotros, las imágenes con las que fijamos el sentido y el significado de un deporte: aquellas estampas serán por siempre el fútbol.
El kilómetro 0 de todo lo que hubiera de venir después. El deporte tiene la misma importancia que cualquier experiencia compartida. Como una victoria bélica o un drama familiar. Pero por absurdo que parezca, hablar del recuerdo de cada primer Mundial es un acto que nos humaniza, porque demuestra que todos recordamos las cosas de la misma manera: contándonos una mentira.
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