Un día con Cristina García Rodero, memoria de la España olvidada
ABC Cultural acompaña a 'la jefa' en un viaje a Almonacid del Marquesado, en Cuenca, para vivir la fiesta en honor a San Blas, su patrón, que inmortalizó hace décadas y que marcaría su camino
Un documental, un libro en primera persona, una exposición en el Círculo de Bellas Artes y la reedición de 'España oculta', volumen de culto, rinden homenaje a la fotógrafa manchega, que celebra 50 años de carrera
'La mirada oculta' de Cristina García Rodero: 50 años apuntando a lo esencial
Sus expresivos pero castigados ojos llevan mirando el mundo desde hace medio siglo con la misma curiosidad, pasión y emoción. Fotógrafa menuda, pero ¡menuda fotógrafa!, esta incombustible manchega de 74 años está de enhorabuena. Es un gran año para Cristina García Rodero (Puertollano, Ciudad Real, 1949 ... ). Al estreno del documental 'La mirada oculta', dirigido por Carlota Nelson (Wanda Films), hace un par de meses, se suma la publicación de un libro, 'Ser fotógrafa, un regalo de la vida' (JdeJ Editores), en el que cuenta su experiencia en primera persona. En mayo, el Círculo de Bellas Artes, en colaboración con la Fundación Juan March, inaugurará una exposición centrada en el proyecto de su vida, 'España oculta', que emprendió gracias a una beca de creación artística de la fundación, concedida en 1973. El resultado, quince años (1974-1989) recorriendo incansable los pueblos de España para retratar sus fiestas, costumbres y tradiciones populares. Además, se reeditará, ampliado (unas veinte fotos más) y con cambios en el diseño, ese libro de culto, inspirador para generaciones de fotógrafos, publicado hace 35 años por Lunwerg y del que se hicieron trece ediciones.
Jueves, 1 de febrero. Son las siete de la tarde. Tenemos cita en el Círculo de Bellas Artes con Cristina García Rodero. Ha tenido una reunión para hablar de su futura exposición y ha visitado la muestra de su colega Gervasio Sánchez. Se alarga dos horas la charla en el café del Círculo (apenas se da un respiro para saborear su menta poleo, que se enfría irremediablemente). Aquella beca de la March le cambió la vida. Cristina iba para pintora, pero encontró en la fotografía la horma de su zapato: «Mi deseo de aventura, de conocer, me llevó a la fotografía. La pintura es encerrarte en el estudio en soledad». Y eso que tuvo el lujo de que su primer profesor de pintura fuera Antonio López, otro ilustre manchego. «Lo recuerdo como una buenísima persona, muy serio en su trabajo, honesto y exigente consigo mismo. Decía siempre: «Sienta lo que está haciendo»». Y ella tomó buena nota de ese sabio consejo. También conoció (y retrató) a Julio Caro Baroja. Su libro 'El Carnaval' fue para ella una revelación.
Hace 50 años, aquella chica (hija de un joyero cordobés y una profesora manchega) quería soñar y volar, conocer su país sola, descubrir España y a sí misma... «Yo sabía que me iba a tocar ser funcionaria, porque no valgo para los negocios. He sido profesora treinta y tantos años para sobrevivir. Pero me gusta enseñar, me siento útil. Tratar con gente joven y con vocación es un regalo».
Recuerda las primeras fotografías que hizo. Fue a sus hermanos, disfrazados de indios. A los 16 años tuvo su primera cámara, «una alemana, comprada en Ceuta, que pasé de contrabando». Reveló sus fotos durante 20 años, «primero en la cocina de mi casa y luego en un cuarto de baño que adapté». Para 'España oculta' trabajó con una Asahi Pentax, después compró una Nikon y finalmente se pasó a la cámara digital, una Canon 5D, que siempre lleva al cuello. A veces, dos. Nunca tuvo una Leica: «Tienes que ser muy rápido para usarla y yo soy muy nerviosa. Se mitifica mucho la cámara. Lo importante es que sea lo que tú necesitas. A algunos fotógrafos les sobrepasan las cámaras».
«He pagado un precio muy alto en mi carrera», confiesa. ¿Cuál ha sido? ¿No haberse casado y tener hijos? «Todo. Estar menos tiempo con tu familia y tus amigos, lograr que tu pareja entienda una vida tan errante –su relación más larga, durante ocho años y medio, fue con un novio de Zaragoza, pero «se me quitaron las ganas de casarme»–, sacrificar tu tiempo de descanso... Y económicamente ha sido terrorífico en estos 50 años. Eso sí, no me he aburrido, y dejo unas imágenes que quedan como documento de la España y del mundo que me ha tocado vivir».
¿Cuál ha sido su última foto? «Hoy, en la peluquería, fotografié unas recetas del '¡Hola!'». Desarma con su sencillez. Lejos de la épica sin alma de algunos fotógrafos estrella, Cristina es todo verdad y emoción.
Sábado, 3 de febrero. Ahora que conocemos un poco mejor a la persona parapetada tras la cámara (el documental, el libro, la conversación), es hora de ver a Cristina en acción, uno de esos lujos que te da esta profesión. Viajamos con ella a Almonacid del Marquesado, un pequeño pueblo de Cuenca de apenas 470 habitantes, que celebra las fiestas en honor a sus patronos, la Virgen Candelaria (día 2) y San Blas (día 3). No fue el primer lugar que visitó (fueron las fiestas del Pilar de Zaragoza), pero sí el que le hizo centrarse en mostrar la riqueza de esa España oculta a través de las fiestas, tradiciones y rituales: «La fiesta es muy pura. Fue la primera que me emocionó de verdad y me marcó el camino. Cómo lo viven, cómo se emocionan y lloran, cómo veneran a su santo, el ruido ensordecedor de los cencerros... Yo también lloro emocionada. El día que no me emocione, dejaré de fotografiar o de ir a ese sitio. Tienen que suceder cosas que me hagan vibrar».
A las ocho y media de la mañana tocamos el telefonillo de su casa. Ya nos advirtió que la puntualidad no es su fuerte. Ave nocturna, se acuesta bien entrada la madrugada. Ha dormido muy poco. Aún no está lista. «El tiempo de Cristina es el tiempo de Cristina», dirían más tarde sus colegas. Sobre las 9 nos ponemos en marcha. Al volante, Ignacio Gil, reportero gráfico de ABC. Se suma Rubén Martín, bioquímico y fotógrafo aficionado, buen amigo de Cristina. Por el camino hay tiempo para seguir charlando con Cristina.
El fotógrafo, dice, «tiene que ser desobediente. No cabe el 'no'. Un reportero no puede ser pusilánime, debe tener muchas ganas de luchar: el calor, el frío, la carga que llevas encima, las prohibiciones, tus propias limitaciones...» Eso sí, sabe cuándo tiene que irse, porque está invadiendo: «Hay fotógrafos que arrasan como Atila». Esa agresividad le disgusta mucho. Cristina hace gala de una gran empatía con la gente: «Te da muchas lecciones».
![Imagen principal - Arriba, 'Duelo', Canosa di Puglia, Italia, 2000. Sobre estas líneas, a la izquierda, 'Cruz de Mayo'. Berrocal, Huelva, 1998; a la derecha, 'El Colacho'. Castrillo de Murcia, Burgos, 1975](https://s2.abcstatics.com/abc/www/multimedia/cultura/2024/03/04/01_ELDUELO_ITALIA_2000_papel_xoptimizadax-U30500676070FFc-758x470@diario_abc.jpg)
![Imagen secundaria 1 - Arriba, 'Duelo', Canosa di Puglia, Italia, 2000. Sobre estas líneas, a la izquierda, 'Cruz de Mayo'. Berrocal, Huelva, 1998; a la derecha, 'El Colacho'. Castrillo de Murcia, Burgos, 1975](https://s1.abcstatics.com/abc/www/multimedia/cultura/2024/03/04/07_CRUZDEMAYO_ESPA%c3%91A_1998_papel_xoptimizadax-U62845363188FYL-464x329@diario_abc.jpg)
![Imagen secundaria 2 - Arriba, 'Duelo', Canosa di Puglia, Italia, 2000. Sobre estas líneas, a la izquierda, 'Cruz de Mayo'. Berrocal, Huelva, 1998; a la derecha, 'El Colacho'. Castrillo de Murcia, Burgos, 1975](https://s3.abcstatics.com/abc/www/multimedia/cultura/2024/03/04/02__ELCOLACHO_ESPA%c3%91A_1975_papel_xoptimizadax-U83022262603XEB-278x329@diario_abc.jpg)
La fotografía, dice, ha sido muy generosa con ella, pero también ella lo ha sido con la fotografía. Cree en el 'instante decisivo' del que hablaba Cartier-Bresson: «El reportaje es muy frustrante, por segundos puedes perder una gran foto. Hay que estar muy atento a todo. A veces piensas que has hecho una buena foto y la mayoría de las veces no es así. Intuyes cuándo tienes una gran foto y cuándo se te ha escapado. Esperas que la fotografía te dé más de lo que consigues».
«Cuando disparas la cámara, vences, le arrebatas a la muerte esos momentos importantes»
¿Existe la foto perfecta? Una de las más célebres es la de la niña vestida de blanco saltando en el cementerio, que fue portada de 'España oculta'. «Es la más misteriosa y sugerente, pero las hay mejores». Entiende la fotografía como un combate con la vida: «Resistir es vencer». Su enemigo, el tiempo. «Cuando disparas la cámara, es el momento en que vences, le arrebatas a la muerte esos momentos importantes. Mis fotos van a estar vivas. Es la memoria de cómo eran esos años, cómo vivíamos, qué pasó...». Un tiempo que desaparece.
Llegamos a Almonacid. Hace frío, pero el sol luce radiante. Nos encontramos con un grupo de fotógrafos. Paran a saludar a 'la jefa', como llaman a Cristina. Se conocen muy bien, suelen coincidir en fiestas de los pueblos. Son Andrés, José María, Tofiño... A menudo viajan juntos para compartir gastos y experiencias. Por allí anda también Navia. «¿Qué hace aquí si el cielo no está nublado?», bromean los colegas. Destacan de 'la jefa' su pasión y generosidad, «pero nos cuesta seguirla, es incansable». Advierten que puede ser muy intensa –«mareo la perdiz hasta el agotamiento», confiesa Cristina–, pero la adoran. Juan Manuel Castro Prieto, con quien colabora desde hace años, clama en un momento del documental de Carlota Nelson, mientras trabajan en el laboratorio: «¡Señor, dame paciencia!».
En la plaza del pueblo, un puesto ambulante con instantáneas colgadas de un alambre con pinzas. Su autor, Juan Carlos Parra, un fotógrafo de Jaén, de 56 años, que trabaja de fiesta en fiesta. «¿Es García Rodero?», me pregunta incrédulo. «Soy un gran admirador». Se la presentamos. «Es difícil vivir de la fotografía», dice Cristina. «Usted lo ha hecho», comenta Juan Carlos. «No, ahora empiezo a hacerlo», aclara ella. Le pide hacerse una foto con él. Vamos con prisa para no perdernos la procesión. Cristina promete volver más tarde.
Por incomprensible que parezca, después de cincuenta años de carrera, y siendo una de las fotógrafas más reconocidas internacionalmente, no ha podido vivir de la fotografía hasta ahora: «Excepto el carnaval de Galicia, que lo financió una revista norteamericana, yo pagaba todo: viajes, cámaras, películas... Trabajaba en puentes y vacaciones. Todos mis libros me han costado dinero. Fui siete veces a Haití y solo gané 1.000 euros».
![Imagen principal - Arriba, fotograma de 'La mirada oculta', documental dirigido por Carlota Nelson, en el que Cristina García Rodero aparece con el agua al cuello en la procesión de la Virgen del Carmen en Los Boliches (Málaga). Sobre estas líneas, a la izquierda, otro fotograma del documental con García Rodero chamuscada en El Vítor (Mayorga, Valladolid); a la derecha, portada original de 'España oculta', que se reedita 35 años después](https://s3.abcstatics.com/abc/www/multimedia/cultura/2024/03/04/virgen-U83650305268vqM-758x470@diario_abc.jpg)
![Imagen secundaria 1 - Arriba, fotograma de 'La mirada oculta', documental dirigido por Carlota Nelson, en el que Cristina García Rodero aparece con el agua al cuello en la procesión de la Virgen del Carmen en Los Boliches (Málaga). Sobre estas líneas, a la izquierda, otro fotograma del documental con García Rodero chamuscada en El Vítor (Mayorga, Valladolid); a la derecha, portada original de 'España oculta', que se reedita 35 años después](https://s2.abcstatics.com/abc/www/multimedia/cultura/2024/03/04/cris2-U43305715467XBT-464x329@diario_abc.jpg)
![Imagen secundaria 2 - Arriba, fotograma de 'La mirada oculta', documental dirigido por Carlota Nelson, en el que Cristina García Rodero aparece con el agua al cuello en la procesión de la Virgen del Carmen en Los Boliches (Málaga). Sobre estas líneas, a la izquierda, otro fotograma del documental con García Rodero chamuscada en El Vítor (Mayorga, Valladolid); a la derecha, portada original de 'España oculta', que se reedita 35 años después](https://s3.abcstatics.com/abc/www/multimedia/cultura/2024/03/04/espana-oculta-U72237455164hgK-278x329@diario_abc.jpg)
Tras apurar un café (y medio bocadillo, que nos sabe a gloria) en el bar del pueblo, Cristina desaparece en un baño cercano con un bolso de gran tamaño, en el que intuíamos había material de fotografía. Pero no. Coqueta, ha ido a «retocarse la pestaña y los 'morros'» (Cristina dixit). Los diablos descansan sentados en el suelo ante el Museo de la Endiablada. Se despojan de los pesados cencerros por unos minutos. Se fotografían encantados con Cristina. No todos los días una celebridad visita el pueblo. En la planta de arriba, un retrato en blanco y negro de un diablo que donó al pueblo hace décadas. «Mirad esa cara con tanta fuerza y su mirada de agotamiento por el paso del tiempo», nos dice.
No se conocen con seguridad los inicios de la tradición de La Endiablada. Solo pueden pertenecer a la Hermandad de los Diablos habitantes del pueblo, descendientes o casados con una almonaceña. Lucen trajes en dos piezas (camisa y pantalón) con estampados muy llamativos y con tres pesados cencerros a su espalda que hacen sonar moviendo las caderas. Acaban molidos. El día 2 por la mañana lucen en sus cabezas un gorro con flores en honor a la Candelaria. Por la tarde lo cambian por la mitra en honor a San Blas con una cruz y las iniciales de sus dueños. Portan unas porras (una especie de cetro). Los acompañan las danzantas (que no nos riña la RAE, no es un término inclusivo, se llaman así): ocho jóvenes ataviadas con preciosos vestidos.
Ignacio le pide permiso a José Manuel, uno de los diablos, para fotografiar a su hijo, vestido como él. Martín es un precioso niño de 4 años con unos ojazos. Posa con desparpajo junto a Cristina. Los diablos entran en la iglesia de Santiago sonando sus cencerros. El ruido es atronador. Después, acompañan al santo en procesión con saltos y carreras en las calles cuesta abajo. Se machacan los riñones y las lumbares. A los pocos minutos perdemos de vista a Cristina. Escurridiza como una anguila, se mueve como pez en el agua, incluso en lugares inhóspitos y plagados de gente. Estás junto a ella y, en un pispás, se vuelve invisible. Se escabulle con soltura para buscar el lugar perfecto donde colocarse: «Una parte muy importante de la fotografía es dónde estás situado», dice.
Al caer este año las fiestas en fin de semana hay demasiados turistas y fotógrafos, se lamenta la fotógrafa. Pasamos de nuevo por la plaza y cumple la promesa de hacerse una foto con su colega-admirador. «Estás aquí al sol, así estás de moreno», le comenta Cristina. «Estoy quemado de la vida», se lamenta Juan Carlos. «Así estamos todos», advierte ella.
«Es la España pobre y olvidada, pero no la España negra»
Esa España oculta que vivió García Rodero es hoy casi un fantasma. «Ha cambiado mucho. Algunas cosas para bien, otras para mal. «Tus viejitas ya no existen», me dice una amiga». Tampoco entonces había drones. Hoy [el 3 de febrero] hay uno en el cielo de Almonacid. ¿Esa España vaciada está herida de muerte? «Muchos pueblos sí lo están». No soporta que se hable de la España negra. «Estoy harta de oír ese sambenito. Es la España pobre y olvidada, oculta por desconocida. El olvido hace vaciar los pueblos. Se critican las cosas cuando no se conocen. Se desprecia la cultura popular como incultura, pero es sabiduría».
Tras la procesión de San Blas, se celebra una misa en la iglesia de Santiago. Las danzantas bailan ante el santo y le recitan poesías. Apenas tenemos una hora para comer. En un pueblo cercano, Cristina, como buena manchega, da buena cuenta de un pisto con huevo. Regresamos a Almonacid. Los diablos y las danzantas ponen rumbo al cementerio para visitar a sus familiares muertos. «¡Madre mía, Cristina García Rodero!», dice emocionado Antonio Cantarero. Manchego también, le explica que comenzó a hacer fotos tras toparse con su 'España oculta': «Era la primera vez que veía imágenes así». Y del cementerio a la Plaza Nacional, según reza la placa. Cristina saluda a Cristóbal Hara, premio Nacional de Fotografía en 2022, que también anda por allí.
Dejamos atrás Almonacid del Marquesado y La Endiablada. Es una de las paradas de su 'España oculta'. Después vendrían La Águedas de Peleagonzalo en Zamora, La Vijanera de Silió en Cantabria, El Colacho en Castrillo de Murcia (Burgos), Los Negritos de San Blas en Montehermoso y Los Escobazos en Jarandilla de la Vera (ambos en Cáceres), El Jaleo de Sant Joan en Ciudadela (Menorca)...
«Mi sueño nunca fue entrar en Magnum, no entraba en mi cabeza»
En el camino de regreso a Madrid aún quedan temas de conversación. Cristina fue la primera fotógrafa española (hombre o mujer) que ingresó en Magnum, la mítica agencia fundada, entre otros, por Capa y Cartier-Bresson, la más selecta del mundo. ¿Qué le ha aportado en su carrera? «Estar en contacto con más de 60 personas que viven la profesión con auténtica pasión ha sido para mí un gran estímulo. Me sorprendió que votaran a una fotógrafa que no trabajaba en prensa, que amaba la cultura popular». Cuenta que Elliott Erwitt, tras ver su 'España oculta', le escribió una carta. En ella le preguntaba: «¿Quiere que hable con mis colegas para entrar en Magnum?». Cristina no le contestó. «Mi sueño nunca fue entrar en Magnum, sino vivir de mi trabajo. Magnum no entraba en mi cabeza». Finalmente, la convenció David Alan Harvey. En un viaje a Nueva York visitó a Erwitt y le regaló un ejemplar de su libro.
Su decálogo: curiosidad, sensibilidad, resistencia, sacrificio, riesgo, pasión, ser fiel a sí mismo, ambición, rigurosidad... y amar tu trabajo. Fotógrafa autodidacta, entre sus referentes, nombres como Irving Penn, Richard Avedon, Diane Arbus... «Arbus me enseñó el poder de la mirada, la profundidad de lo que puedes sacar con la cámara. Tiene una mirada cruel, su fotos son perturbadoras. Se atreve a contar cómo ve el mundo con absoluta verdad y valentía. Igual que Nan Goldin. Son personas que corren riesgos y te enseñan». De Avedon destaca la belleza, elegancia y profesionalidad; de Penn, su inteligencia y cómo utiliza la luz.
Sale en la charla Annie Leibovitz (ambas son del 49) y sus retratos de los Reyes, un encargo del Banco de España. García Rodero los retrató cuando eran Príncipes, por el 40 aniversario de Doña Letizia. «Fue una experiencia maravillosa. No lo voy a olvidar nunca, por la sencillez con la que me trataron, su humildad, una paciencia infinita... Recuerdo la espontaneidad y alegría de las niñas, su naturalidad». También hablamos de Juana de Aizpuru, su galerista durante años, que se retira. «Es una grandísima profesional que sabe lo que es una galería, que conoce muy bien el arte, porque le ha dedicado su vida. Ha sido un privilegio estar con ella».
«No tengo instinto de reportera de guerra. No valgo para ello»
En la era de los selfis, Instagram, la inteligencia artificial... la gente, dice García Rodero, es muy exhibicionista. Confiesa un pecadillo: un día se hizo un selfi con el móvil en un ascensor con espejos. Nadie es perfecto. ¿Iría a hacer fotografías en Gaza o en Ucrania?, le pregunta Ignacio tras una parada en el camino para tomar un café. «No tengo instinto de reportera de guerra. No valgo para ello».
Tras 50 años de profesión, y a sus 74 años, García Rodero comenta que aún tiene mucho por mostrar. «Me queda poco tiempo, tengo que aprovecharlo. No tengo una vida por delante, la estoy dejando atrás. A partir de los 70, cada año pesa como una losa. No es pesimismo, es pura realidad. No quiero dejar de trabajar, pero con 74 años soy consciente de que... Me veo con ilusión, fuerza, ganas y capacidad de cabeza. La edad te va quitando agilidad y los escalones se vuelven más altos, pero también te hace más sabia». La fotografía española tiene 'jefa' para largo.
«He aprendido a vencer el miedo, pero me desarma el dolor»
Le gusta la gente, le resulta fácil comunicarse con ella. Pese a no hablar idiomas, se ha movido por medio mundo: «El reportero tiene que adaptarse a la vida». Cristina se coloca cerca, muy cerca de la gente, tanto física como mentalmente, para sentir los olores, ver cómo lloran o sonríen... «Me gusta la intimidad. Voy a sitios llenos de gente y, sin embargo, fotografío grupos pequeños, casi retratos». Tan cerca se sitúa que acaba pringada de arriba abajo en la fiesta del Holi en La India, casi chamuscada en El Vítor de Mayorga (Valladolid) y con el agua al cuello, literalmente, en la procesión de la Virgen del Carmen en Los Boliches (Málaga).
Chiquita pero matona, en estos cincuenta años de carrera ha habido muchos momentos duros, difíciles. «Solía viajar sola. La peor piedra en el camino, pero necesaria, y ahora la disfruto, es la soledad. Tanta soledad...» Y la falta de dinero. Una vez tuvo un accidente y se lo gastó todo en la grúa. A veces comía solo pipas para quitarse el hambre, recuerda. «Tenía miedo, pero he aprendido a vencerlo». «¡Trágate los miedos, niña!», se decía a sí misma. ¿Tiene miedo a la enfermedad? ¿Y a la muerte? «No. Tengo miedo al sufrimiento. La vida es ya suficientemente dura para que encima sea cruel contigo. Lo que me desarma es el dolor».
Un viaje a Georgia le marcó. Allí tomó la foto más dura de su carrera: un bebé de 18 meses muerto. «Ver cómo la madre se despedía de él, lo acariciaba, metían regalitos en el ataúd... Fue un momento muy duro que me tocó el corazón. He llorado y he bajado la cámara muchas veces por el dolor». Pero su trabajo es una celebración de la vida, aunque se asome la muerte, que también forma parte de la vida: «No quiero ver morir a la gente».
Su ángel de la guarda no tiene un día de descanso. Ha tenido enfermedades, accidentes, se libró por los pelos del Katrina (volaba de Cuba a Estados Unidos), ha sufrido agresiones y muchísimos robos: «Soy excesivamente confiada, quizás por eso me roban tanto. En un tren en La India se llevaron todo el equipo. El estrés me provocó hipertiroidismo y comencé a ver doble. Ahora veo bien frontalmente».
Como los actores y los músicos, García Rodero ha pasado su vida viajando. Carretera y manta. Y es que antes de comprarse su primer coche, un Seiscientos de tercera mano, iba de pueblo en pueblo por «carreteras asesinas» con el panadero, con el cartero... Su segundo coche, un Simca 1000, se convirtió en su casa. Llevaba en el maletero un colchón de gomaespuma y un saco de dormir por si no encontraba un lugar donde pasar la noche. «Era la chica del saco», bromea la fotógrafa. «Les he dado muy mala vida a mis cámaras: se han mojado, se han ensuciado, me las han robado...».
Viajar sola y ser mujer no ayudaba mucho: «Eres muy vulnerable, pero te vas armando de valor. He sufrido misoginia, menosprecio por ser mujer, ver que nadie creía en mí. La situación ha cambiado, pero aún queda mucho por hacer».
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