Construir el relato
La condena de la Historia
ANÁLISIS
La Reconquista no existe, España no existe... la 'damnatio memoriae' tiene entre nosotros un giro singular: algunos historiadores participan del borrado de nuestra nación y los hitos de la historia compartida
Entrecruzamientos Hispanos por Manuel Lucena Giraldo
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![Ilustración inspirada en 'Los fusilamientos' (1814), de Goya (Detalle)](https://s2.abcstatics.com/abc/www/multimedia/cultura/2024/09/24/COVER1.jpg)
El ejercicio del poder estuvo siempre abocado a elegir entre dos opciones: buscar en el pasado un fortalecimiento de su legitimación, o proceder a su olvido o eliminación cuando el antecedente la limita, o llega a evocar la existencia de un poder previo, cuya ... legitimidad se opone al actual. De lo primero existen múltiples ejemplos, desde el altar maya de Copán donde las figuras de los ancestros van transmitiéndose la representación del dios K, símbolo del poder, a los panteones reales de la Edad Moderna. Solo que a veces un vuelco político, como ocurrió con la unidad de Italia y el fin del reino de Nápoles, provocando si no la destrucción, el cierre del panteón borbónico en el monasterio de Santa Clara. La 'damnatio memoriae' da para una crónica interminable.
Interminable e inacabada. Reapareció con la derrota de los fascismos y con el fin del comunismo, registrando oscilaciones que van de la preservación como criterio, vigente en Italia —con España incluida entre las conquistas de Mussolini (Bolzano)— al derribo masivo de estatuas en las que fueron democracias populares. La polémica sigue en nuestro país, como sabemos. Pero el ejercicio más espectacular, y siniestro, de condena de la memoria, es el que está llevando a cabo Xi Jinping con increíbles alcance y eficacia. De acuerdo con su propósito de construir una sociedad 'orwelliana', donde cada súbdito se encuentra envuelto por el control y la dirección del Estado, tanto en sus acciones públicas como privadas, embebido de la doctrina Xi Jinping, la historia ha de someterse por entero a los criterios del interés estatal chino. En especial para las naciones sometidas, Tíbet en primer plano, a las que toca dejar de existir.
El 31 de agosto, una serie de especialistas en arte oriental ha protestado en 'Le Monde' contra el éxito de la presión china por eliminar la habitual designación de las piezas que en los museos Guimet (arte oriental) y Branly (extraeuropeo) las identificaban como Tíbet. Ahora pertenecen al «arte del Himalaya» en el Guimet, y nada menos que «región autónoma de Xizang» en el Branly. Estamos ante el lamentable triunfo de una actuación agresiva de Xi Jinping que años atrás se dirigió a impedir que hubiese en Francia una exposición dedicada a Gengis Kan y a Mongolia, ni siquiera cuando fue transferida de París a Nantes. El papel de Mongolia en la historia de China debía ser borrado y la exposición, aplazada desde 2020 a este año, tuvo lugar como 'Exposición Gengis Kan'. Una vez más, el totalitarismo, por su naturaleza, no se limita a su país de origen: busca convertirse en patrón de una servidumbre universal.
Tíbet no existe, España tampoco
La inexistencia de Tíbet es el resultado de una decisión política del gobierno chino, que así pretende culminar de cara al mundo la dominación que ejerce sobre el país de los lamas. No es el único caso de eliminación política y simbólica de un colectivo cuya presencia está suficientemente acreditada para sus componentes y también para cualquier observador exterior a lo largo del tiempo. En gran medida, la inexistencia de España es hoy un supuesto y un objetivo para los movimientos independentistas en el País Vasco y Cataluña, sin que haya sido preciso que ni ellos ni el BNG decreten tal cosa desde su control del Estado, como en China.
Cualquiera que vea la televisión oficial vasca o la catalana se encuentra con que nada sucede en España, ni un acontecimiento deportivo ni una reforma económica ni un hecho que concierne a todos los ciudadanos. Solo existe «el Estado», denominación que se asocia de inmediato a algo externo, opresor, con quien la nación, la propia, se encuentra en «conflicto».
La Constitución deja bien claras las relaciones entre la unidad de la nación española y la pluralidad que representan las nacionalidades, así como su jerarquía también lingüística. Algo bien distinto de la plurinacionalidad igualitaria de naciones y lenguas, con el castellano como una más, impuesta anticonstitucionalmente por Armengol en el Congreso. Todos los actos y declaraciones del ministro de Cultura, Urtasun, van en el mismo sentido, como prólogo de la concepción museística donde la identidad española resultará excluida, en favor de sus batallas anticoloniales. Es el correlato del paso decisivo que representan en el plano estrictamente político el pacto con ERC y las palabras explicativas de Salvador Illa, según las cuales menciona una nación, Catalunya, y la España «plurinacional» no es nada, literalmente «un espacio público abierto» que otros, las verdaderas naciones, vendrán a ocupar.
La xenofobia no puede convertirse en seña de identidad política
Otra particularidad de la extinción de España, a diferencia de la de Tíbet por Xi Jinping, es que ha sido propiciada por una labor de erosión, de la cual han sido protagonistas acreditados historiadores y polemistas. El reconocimiento de la calidad de sus obras no se ve afectada por las eventuales discrepancias. Lo advierto porque en nuestro ambiente intelectual es otro. En el ensayo 'Escolta Espanya!', el autor, notable historiador catalán, se creyó obligado a puntualizar que disentía en una cuestión de su «amigo Juan Pablo Fusi». Tal es el uso. Así es, aunque bien no os parezca.
El hecho es que uno tras otro, han sido puestos en tela de juicio episodios de importancia capital en el proceso de construcción nacional de España. No sometidos a un debate historiográfico frontal, siempre necesario. Con el añadido de que el disconforme corre el riesgo de ser tildado de inmediato en el debate público como «españolista» y nostálgico del franquismo. A veces con sentido del humor, como los prohombres del PNV que una vez me compararon con Agustina de Aragón por el simple hecho de haber mencionado la guerra de Independencia. Josep Fontana fue más duro, calificándome de inquisidor, por haberle recordado, en contra del repertorio de agravios del panfleto 'Espanya contra Catalunya', la frase del catalanista histórico Cambó, sobre el «proteccionisme que imposà un dia Catalunya».
El negacionismo hunde sus raíces mucho más atrás, en la desestimación del referente histórico que sirvió de base a la idea de una recuperación de España en el siglo XIII, retomada en los albores del liberalismo. Si no hubo conquista árabe, como sigue proclamando la historiografía islamista, no pudo haber Reconquista. Más adelante, las dos claves de la 'nation building' española a cuestionar corresponden a otros tantos puntos de inflexión: la formación del Estado moderno, con un rotundo «España no existe» y el traumático tránsito a la era contemporánea, y ahí la guerra de Independencia tampoco existe.
Cualquiera que vea la televisión oficial vasca o la catalana se encuentra con que nada sucede en España
El círculo está a punto de cerrarse ahora con la exigencia por el ministro de Cultura, de sustituir el análisis del Imperio español en América —ambos a extinguir también— por los horrores de la colonización en ese continente rebautizado como Abya Yala. Xi Jinping encuentra acompañante hispano en su tarea de aplastar la realidad histórica mediante el «control de las designaciones» que ejercían los emperadores por mandato del cielo. En esta fractura sucesiva de los eslabones cruciales en el proceso de construcción nacional de España, tanto en su versión tradicionalista como en la que subraya su complejidad y contradicciones, el inicial, la negación de la conquista árabe, de Olagüe a González Ferrín, que no me toca examinar con detalle, tiene la virtud de socavar los cimientos del edificio.
Tropieza eso sí con una sólida historiografía sobre la expansión del Islam, de Patricia Crone en adelante, que no puede obviarse mediante el recurso al empleo tardío del término, y en lo que nos toca, con el obstáculo del manuscrito mozárabe de 754, crónica de la existencia de un sujeto histórico que la conquista árabe destruye, provocando 'Spanie' ruinas. Esa 'Spania' es un orden social constituido, no solo Hispania como territorio, y su imagen reaparecerá como guadiana hasta el siglo XIII, sirviendo de base al relato del 'De rebus Hispaniae' del arzobispo Jiménez de Rada, utilizada por fin como cimiento de la visión histórica del primer liberalismo. Lo cual por supuesto no niega la existencia y la grandeza de al-Andalus, aunque sí su exclusividad.
Sorprendente negación
El gran salto hasta la revolución liberal es pertinente, porque ahí nos encontramos con otra sorprendente negación, la de la guerra de Independencia de 1808. Fue argumentada por José Álvarez Junco en un artículo sobre su «invención», publicado justo hace treinta años en 'Claves', la revista dirigida por Javier Pradera y Fernando Savater. Se trataba de destruir el supuesto mito fundacional del «emergente nacionalismo español durante todo el siglo XIX y el primer tercio del siglo XX». El éxito en la recepción estaba asegurado.
No importó la fragilidad de los pilares que sostenían la pretendida desmitificación. El primero era pura y simplemente falso: «Napoleón no pretendía convertir a la monarquía española en un territorio dependiente del imperio francés», nos dice el autor. Solo cambiar de dinastía, añade. Lógicamente no puede citar nada en apoyo de esa tesis, porque Napoleón era grafómano y su correspondencia, en particular con el honesto rey José, su hermano, prueba todo lo contrario. «Godoy es un bribón que me abrirá las puertas de España», había dicho antes de 1808. Lo confirma en el memorial de Santa Elena, perfectamente accesible cuando Álvarez Junco prepara su artículo. Su propósito declarado era «encadenar España a los destinos de Francia». Sobran comentarios.
Al modo de González Ferrín para retrasar el nacimiento del Islam, nuestro autor se apoya en la tardía presencia de la expresión «guerra de Independencia» en la bibliografía sobre el tema. Pero esto no es lo esencial. La centralidad del objetivo de independencia se encuentra en los documentos de las Juntas y en los escritos patrióticos desde un primer momento. Basta con asomarse a la documentación o con leer el estudio clásico de Miguel Artola, 'Los orígenes de la España contemporánea', de 1959.
«Independencia», «nación», «patria», «libertad» son voces que resuenan con eco metálico en el vocabulario de 1808. Y claro que en el comportamiento de los españoles hubo una explosión de xenofobia. Blanco-White y Goya lo reflejaron con toda dureza, pero es que los franceses fueron los «malditos bastardos» del filme de Tarantino (algo que Macron olvidó al conmemorar en 2021 el bicentenario de Napoleón).
«Independencia», «nación», «patria», «libertad» son voces que resuenan con eco metálico en el vocabulario de 1808
Además, la xenofobia no puede convertirse en seña de identidad política, cuando lo que tiene lugar es un proceso constituyente, que en modo alguno refleja las limitaciones de lo que el autor llama el «etno-patriotismo español» y «su carácter quejumbroso y auto-conmiserativo». Con todos los límites que marcaron el desarrollo de la Ilustración española, y las dos sombras que se veían venir —Napoleón y la pérdida del Imperio después de Trafalgar—, de Jovellanos a Quintana, los ilustrados sabían lo que rechazaban (el «despotismo ministerial», Godoy) y lo que querían, un sistema de libertad política. Por eso aparece el neologismo «liberal». Álvarez Junco opina que la guerra fue una «protesta revolucionaria de inspiración político-religiosa». Nada mejor para reflejarlo que la Constitución de 1812, por mucho que subyaciera el ¡Vivan las cadenas!
Balance: ni en el Antiguo Régimen la gestación de la nación ni después de 1812 encuentra nuestro autor otra cosa que insuficiencias achacables al Estado que «no puso los recursos necesarios ni elaboró una clara voluntad política», según resume Borja de Riquer. Así nos metemos en un terreno por su naturaleza inseguro: el interminable debate sobre insuficiencias y responsabilidades que desemboca en la puesta en cuestión actual. Pierre Vilar ofrece un punto de partida más simple, que asienta el tema sobre una causalidad concreta. La revolución liberal «tiene lugar cuando las ruinas de la guerra, y sobre todo la separación del imperio colonial, destruyen las precondiciones adquiridas en el siglo XVIII».
Como punto de origen de la tesis de la «invención», ha de reseñarse otra afirmación terminante del mismo autor, expresada entre otras ocasiones en 2019 al debatir el carácter español o no de la circunnavegación de Magalhaes/Elcano: «España no existe en 1519». De nuevo la amplia recepción resulta asegurada, por aquello de que en los enunciados performativos, en este caso, como en los precedentes, una falsa evidencia crea una realidad en los ámbitos de la visión histórica y de la política.
Castillo de naipes
En concreto, si asumimos esa inexistencia, cuya justificación sería aplicable a toda la época, se derrumba como castillo de naipes la «monarquía de España», designación más precisa que «monarquía hispánica», como hizo notar Miguel Artola. Vale la pena ceder la réplica a J. H. Elliott, tal vez excesivo: «La unión de las Coronas de Castilla y Aragón a fines del siglo XV, fue el primero de una serie de acontecimientos casi milagrosos que llevarían el nombre y la reputación de España hasta los más lejanos confines de la tierra». Al igual que sucede respecto de la evolución natural, el creacionismo contraviene la historia.
Antonio Elorza es autor, entre otras obras, de 'Ilustración y liberalismo en España' (Tecnos, 2021) y 'Un juego de tronos castizo. Godoy y Napoleón: una agónica lucha por el poder' (Alianza, 2023)
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